Si yo cargo con la pena…
Una mujer observa cómo resbalan las gotas de lluvia en la ventana de un departamento a oscuras. Hay una mudanza por suceder. Esa mujer revisa las cajas que aún siguen abiertas, como tratando de encontrar una pista o un recuerdo con la nitidez que la memoria difumina. De una de ellas, saca Hojas de hierba de Walt Whitman, lo observa con detenimiento aunque sin abrirlo, sin leerlo. Lo observa como con arrepentimiento, con melancolía.
La misma mujer —cuyo nombre, ya sabemos, es Monica— sale de una clase de pilates y recibe una llamada de otra mujer, Linda, quien le asegura tener la solución a su problema, así que le pide reunirse en la sección de comida de Pentagon City. Se compra una revista y elige una de las tantas mesas vacías para sentarse a esperar como cualquier otra persona que hubiera estado de compras ese mismo día.
La tensión se condensa en gordos y anchos minutos de espera en los que una ingenua Monica piensa que va a solucionarse eso que la atormenta hasta cortarle la respiración. No había avanzado mucho en su lectura cuando Linda baja de las escaleras eléctricas para encontrarse con su supuesta amiga, que ya la saludaba con un gesto tierno de mano; dos hombres de negro la acompañan a su espalda —una imagen que sintetiza la sensación de terror al futuro inmediato— y en la cara de Linda se revela una traición.
Luego de que ambos hombres se presentaran como agentes del FBI, le piden a Monica Lewinsky que los acompañe a un lugar privado en el que pudieran hablar sobre delitos federales. Linda solo le puede decir: “Lo mismo me hicieron a mí, pero te conviene hablar”. Ahí, Monica sabe que su amiga Linda Tripp no solo la ha traicionado, sino que la dejó a merced de un poder político mucho más grande que ellas dos.
Lo que acabo de describir es el comienzo de Impeachment, la tercera temporada de la serie-antología American Crime Story, producida entre otros por Ryan Murphy, cuyo núcleo es hablar de la relación sexual y sentimental entre Monica Lewinsky, becaria de la Casa Blanca en 1995, y Bill Clinton, el presidente de los Estados Unidos durante el periodo de 1993 a 2001, sino entender los factores que llevaron al presidente a ser sometido a un juicio político para ser destituido —cuyo veredicto, al igual que el desenlace del affair entre la becaria y el presidente, ya lo sabemos—.
Aunque la serie es una de las representaciones más amables con la reputación de Lewinsky —de hecho, la misma Monica participó como productora ejecutiva, dando visto bueno de la narración de los acontecimientos, así como ayudando a la joven y extraordinaria Beanie Feldstein a construir su personaje—, lo cierto es que existieron durante décadas, miles de representaciones cuyo objetivo fue no solo destruir la reputación de Lewinsky sino abaratarla, volverla una broma de la que todos (y todas) nos reímos.
Una de aquellas infames representaciones es la de Jay Leno, quien se refería a todo el asunto con chistes humillantes del tipo:
Monica Lewinsky has gained back all the weight she lost last year. I believe that’s the cover story in Newsweek. In fact, she told reporters she was even considering having her jaw wired shut, but then, nah—she didn’t want to give up her sex life.1
“La estadística es especialmente irritante: según investigadores de la Universidad George Mason, Lewinsky fue objeto de más de 450 ataques por parte de Leno en sus 22 años como presentador, lo que la convierte en el séptimo objetivo más frecuente de las bromas políticas de The Tonight Show. Osama Bin Laden, por comparación, quedó por detrás de la ex becaria de la Casa Blanca en el puesto número 20”, menciona Julie Muller en Vanity Fair.
La misma Beyoncé tiene una estrofa en Partition en donde hacía referencia al caso: “He Monica Lewinsky-ed all on my gown”, que no ha quitado a pesar de la petición de Lewinsky. Pero no fueron los únicos que lo hicieron, personajes como David Letterman o Bill Maher también sucumbieron a finales de los noventa a un juego desigual en el que gozaban de una ventaja casi irrebatible: el poder de los medios de comunicación y del entretenimiento fácil para hacer de Monica Lewinsky el chivo expiatorio. No fue sino hasta ¡2019! que vino una disculpa pública por parte de John Oliver y otros que le siguieron:
Voy a detenerme un poco aquí. El escándalo llevó a la destitución de Bill Clinton (me niego a llamarlo “escándalo Lewinsky” por una razón sencilla: si él fue quien mintió bajo juramento, ¿por qué deberíamos nombrarlo como ella?). En el episodio de Last Week Tonight, John Oliver habló de las consecuencias de la vergüenza pública (public shaming). ¿A quiénes sí deberíamos de avergonzar?, se pregunta Oliver, a quienes ostentan el poder, a quienes gozan y se aprovechan de uno o varios privilegios, se responde.
Cuando esa vergüenza pública sucede contra alguien que es vulnerable se llama bullying y el bullying es un abuso de poder, en distintos niveles y con sus debidos matices, pero abuso a final de cuentas. Si lo pienso con detenimiento, la vergüenza pública no es un arma de dos filos, pues ya viene marcada con la dirección a la que debe ir; y sin embargo, sí creo que es un rifle que, si elegimos disparar, también tiene la capacidad de hacernos daño.
Vuelvo al escándalo para hablar del Reporte Starr (o Starr Report en inglés) que, famosamente, hizo público —en internet— hasta el mínimo detalle de la relación sexual que mantuvieron Lewinsky y Clinton. No fue fácil —lo digo con certeza— ver cómo el mundo se enteraba de cómo él la excitaba a ella y viceversa, o de cómo él la penetraba, o de los regalos que se daban como fueron diversas corbatas o el libro de Walt Whitman, o de cómo ella lo buscaba obsesionada en eventos públicos, o de cómo ella se quedaba en casa esperando que llamara, que le dijera cuándo sería su siguiente encuentro secreto. No existe analogía que haga la suficiente justicia a lo que ese particular momento debió ser para una joven Monica Lewinsky.
En ¡154 páginas! se narra explícitamente cómo el presidente fue partícipe de una relación que él simplemente llama “inmoral”. Además del reporte, las grabaciones hechas a conciencia por Linda Tripp y la publicación de estas también jugaron un sucio y cínico papel en todo el escándalo. En las grabaciones se escucha a una Monica desesperada, enojada, decepcionada, pero también a una chica buscando a una amiga, se le escucha depositando su confianza. Y por eso, la traición es todavía más profunda, pues más allá del delito grave que constituye grabar a alguien sin su consentimiento, se ancla en la amistad y el cariño que alguien alguna vez dio.
Pero no solo fueron el Starr Report y Linda Tripp, también fue el Drudge Report, una especie de newsletter primigenia que reportaba las noticias como si fueran chismes, al ser el primer “medio” en “dar la noticia” de la relación entre Lewinsky y Clinton. También fueron todos aquellos que contribuyeron al morbo y a la humillación de una joven de 22, 23, 24 años.
Pienso en los mensajes que envié, las fotografías que confié, los secretos que conté y viví, pienso en el dolor que viene de no contar una versión propia de los hechos, de no decir absolutamente nada, de callar y quedarme en silencio, en observar cómo todo lo que se construí se convierte en una herramienta para descalificarme. Lo fácil es llamar puta a alguien cuya intimidad queda expuesta, lo verdaderamente difícil —aunque creo que ni tanto— es dilucidar cuánta de esa exposición no fue sino un abuso de confianza. Pienso en Monica Lewinsky y en los años que soportó aquellos chistes, pero también en todas las declaraciones y entrevistas que tuvo que dar no solo para cooperar en una investigación que comenzó como golpeteo político, sino para salvarse a sí misma.
En la segunda temporada de Slow Burn, un podcast entre otras cosas sobre política estadounidense, hay una excelente investigación al respecto del escándalo y el affair; y en uno de sus episodios hablan específicamente de las consecuencias que enfrentó Monica Lewinsky frente a las que enfrentó Bill Clinton. Ella, por un lado, pensó en cambiarse el nombre —desistió en lo que no puede ser sino una valiente decisión—, no volvió a tener un trabajo en una oficina gubernamental, fue la burla de miles de programas y canciones, y por eso no resulta coincidencia que ahora sea una activista contra el bullying en redes sociales. Él fue destituido de la presidencia de los Estados Unidos, aunque con un alto nivel de popularidad gracias al juego que también jugó su esposa, Hillary Clinton; para esta última, lo único que importaba era mantener su propia posición y si para ello debía acabar con quienes denunciaban a su esposo, que así fuera.
Lo postulo así porque enunciar lo que nos lastima lo vuelve real (y así, tal vez con esperanza en vano, esperamos sanar): lo que sucedió entre Monica y Bill fue una relación consensuada entre dos personas con agencia para decidir por sí mismos; lo que siguió a su ruptura, un abuso desmedido de poder contra la más vulnerable. Múltiples veces, en entrevistas y textos publicados, Lewinsky ha hablado sobre la relación que mantuvo con el entonces presidente: nunca hizo nada que ella no quisiera, a su vez que ella aceptó los términos (y condiciones) en los que se daba su relación. Sin embargo, cuando se destapó, gracias a la denuncia hecha por una mujer llamada Paula Jones, el patrón de comportamiento por parte de un criminal llamado Bill Clinton —nada más y nada menos que un violador y abusador sexual—, lo ocurrido con Monica no podía ser solo un caso aislado.
No puedo obviar la diferencia de edades, tal vez por cuestiones más personales que políticas, pero me he preguntado hasta qué punto una relación cuya diferencia es de veinte años no se vuelve un asunto de ambición y obsesión más que de cariño y amor. No tengo la respuesta a esa pregunta, pero puedo pensar en un montón de factores que intervienen: las diferentes visiones a futuro de alguien que ya ha vivido lo que tú apenas vas a vivir, las diferencias entre las redes de apoyo y amistad que se han tejido a lo largo del tiempo, las crisis que vienen y la respuesta de cada parte para afrontarlas. Quizá no sea el tema de este ensayo, pero viene a colación cuando reflexiono sobre todo el affair de hace 25 años entre una becaria de 22 y un presidente de 49, y en el futuro de movimientos como el #MeToo y las denuncias públicas como el escrache para posicionar los abusos que todavía nos pasan.
Por un lado, no dejo de lado lo importante que es publicar aquello que nos enseñaron a callar —recuerdo mi propia denuncia en Twitter— aquello de lo que no hablábamos porque solo era un asunto privado, en ocasiones sin soluciones fuera de esa relación privada. Sin embargo, también me pregunto qué tanto de eso se deja a merced del espectáculo y del morbo, de las opiniones externas y estúpidas clasificaciones que nos persiguen luego de alzar la voz —recuerdo todavía con más énfasis las horribles respuestas que recibí por esa denuncia—. Quisiera tener alguna certeza, pero no la encuentro, al menos no todavía.
En el décimo y último episodio de Impeachment, “The Wilderness”, luego de que Bill Clinton es destituido de la presidencia, luego de que una renovada Linda Tripp muestra su arrepentimiento en una declaración con la prensa, luego de que el mundo pareció olvidar el escándalo, el personaje de Monica Lewinsky se reivindica, aunque cargando una ansiedad atroz, con la publicación de una autobiografía en 1999.
Incluso años después, en 2014, escribe un ensayo en Vanity Fair, titulado “Shame and Survival”, relatando su propia versión del affair que tuvo con el presidente. Ahí, ella confiesa:
In 1998, when news of my affair with Bill Clinton broke, I was arguably the most humiliated person in the world. Thanks to the Drudge Report, I was also possibly the first person whose global humiliation was driven by the Internet.2
Quisiera pensar que eso, la reivindicación, es lo que nos queda. Si nosotras vamos a cargar con la pena, con el silencio, con el sufrimiento, con la vergüenza pública al menos hasta que el momento de la reivindicación llegue; que ellos, los culpables y las culpables, sean los que carguen con la culpa que, por el contrario, queda impregnada para siempre en cada poro de la piel.
- Monica Lewinsky ha vuelto a ganar todo el peso que perdió el año pasado. Creo que esa es la nota principal de Newsweek. De hecho, ella les dijo a los reporteros que estaba pensando en someterse a una cirugía para cerrarse la mandíbula con alambre, pero luego nah— ella no quería dejar su vida sexual. (Traducción de la autora.)
- En 1998, cuando salió a la luz la noticia de mi romance con Bill Clinton, podría decirse que yo era la persona más humillada del mundo. Gracias a Drudge Report, también fui posiblemente la primera persona cuya humillación global fue impulsada por Internet. (Traducción de la autora.)