Señales y estallidos de piratas en el boulevard
Somos de ese reino,
donde como en Chuang-tsé, el filósofo, se mezcla sueño y vida.
Donde amar es provocación y goce, y un cuerpo el misticismo.
LUIS ANTONIO DE VILLENA
I
El sábado, mientras miles de personas se reunían en el centro de la Ciudad de México para celebrar un año más la marcha del orgullo homosexual y el triunfo de México sobre Corea (2-1), acudí al Centro de la Imagen. Gocé de una contemplación solitaria. El detenimiento ante la obra de arte, un mirar lo que está enfrente sin prejuicios, sirve para afinar la percepción. Después, como en todo, vendrá la interpretación; las tres exposiciones que reúne el museo se prestan para una erótica lúdica y filosófica. Si hay un concepto guía en el recorrido de las tres salas es la seducción.
La primera, y acaso más significativa por encontrarnos en el mes del orgullo gay, es Piratas en el Boulevard. Irrupciones Públicas, 1978-1988 de Agustín Martínez Castro, fotógrafo nacido en Veracruz en 1950. La tradición cultural de bolsillo a la que tenemos acceso en nuestro interés snob lo ha alejado del reflector que ilumina las obras de otra época, hasta ahora. Situación que probablemente tuviera sin cuidado al artista. Se las ingenió para trabajar sin descanso y, a costa de las “buenas conciencias” que tan tranquilas estaban con la invisibilización de la comunidad LGBTTTQI, reunió un archivo analógico sobre el estilo de vida homosexual y travesti, visible sobre todo en la serie De 10 a 11 p.m. que retrata el preludio metamórfico de los travestis que trabajaban en la discoteca Spartacus, fundada en los años 80 en Ciudad Neza y actual sobreviviente del vaivén destructivo al que los centros nocturnos suelen entregarse.
A su vez registró y exhibió en la serie Estética del consumo (1980) su visión mordaz, desoladora y crítica de la sociedad capitalista que como borrego se dirige a un matadero disfrazado cada día de un escaparate distinto. Eva, Paradise, Marylin de mis desvelos, ¿Nos echamos un jarabe?, son algunos de los títulos utilizados por el fotógrafo para ilustrar las contradicciones del progreso.
Para comprender sus intenciones poéticas basta acudir a su Decálogo para combatir la artistitis (documento presente en la exposición):
1.- Ignore que la fotografía es un ARTE
2.- Espíe a la vida
3.- Desprecie concursos, exposiciones y currícula
4.- Protagonice y retrate sus fantasías
5.- Convierta su cámara en cómplice
6.- Revise su álbum familiar con más frecuencia
7.- No compre tantas revistas de fotografía
8.- No admire a Álvarez Bravo, entiéndalo
9.- Póngase a hacer fotografía
10.- Recuerde que el camino hacia el Arte no es camino, es un estado de ánimo
Su oficio era personal, íntimo y a su vez político. Siendo tan gay como era, en medio de un ambiente hostil y discriminatorio, participó en la lucha por los derechos expresivos y humanos de las diversas identidades sexuales. Se había creado en 1971 el Frente de Liberación Homosexual de México; Nancy Cárdenas, junto con Carlos Monsiváis, Juan Jacobo Hernández y Luis González de Alba publicaron el primer manifiesto homosexual del país en la revista Siempre!. Efecto del activismo y su constancia fue la realización en 1979 de la primera marcha del orgullo gay. Ese mismo año, como triunfo de la visibilización social y del estilo literario, se publicó El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata. Martínez Castro se encargó de producir la propaganda del frente. Se pueden apreciar en la primera sala del museo los coloridos y atractivos diseños de los carteles que invitaban a los más tímidos a salir del silencio hermético del armario para marchar. Gays, lesbianas, travestis, prostitutos y chichifos salían del anonimato y transgredían los límites que la historia “oficial” les imponía. Entraban por una puerta extravagante, lasciva y hermosa al mundo de la representación.
La exposición muestra la cercanía que Agustín Martínez tuvo con el FHAR, así como la lucha personal que lo llevó a continuar aun cuando el frente se desintegró en 1981, mismo año en que él, debido al éxito de su trayectoria, participó en la exhibición por parte del Grupo de Fotógrafos Independientes en la galería Álvarez Bravo, ironizando sobre el #8 de su Decálogo. Su investigación visual lo llevó a documentar el estilo de vida nocturno, artístico y social homosexual durante dos décadas, la curaduría de César González-Aguirre da cuenta de ello de un modo ordenado y emotivo.
En 1983 el gobiernohizo pública la existencia del “primer caso” de VIH, enfermedad que llevaría a la muerte en 1992 a Agustín Martínez Castro. El fotógrafo combatió los estigmas acerca del virus por medio del arte. En El Hoyo, ruina convertida en guarida radical de experimentación sexual y artística tras el terremoto de 1985, tuvieron lugar múltiples reuniones donde se pudo establecer un diálogo creativo y sociológico. La visibilización de su obra se suma, en este mes celebratorio, a los archivos históricos de la comunidad LGBTTTQI compartidos con el público, y si en algún cajón de la memoria ha de guardarse la experiencia contemplativa de los reflejos de Martínez Castro por este mundo será en el de lo sublime.
II
La segunda exposición que puede encontrarse en el Centro de la Imagen hasta el 15 de julio es Experimental Sights, 1971-1996 de Ricardo Valverde. Un recorrido por una obra híbrida y fascinante. Mediante la superposición de negativos, el uso de pintura acrílica sobre las imágenes fotográficas, la intervención con bolígrafos, objetos y colores pastel, así como el empleo de distintos formatos de impresión (polaroid, 35mm, litografía offset tricolor, revelado sobre papel para pintar acuarela, etc) y la aparición de algunos videos que llevan al espectador a vivir la extrañeza del espía, el fotógrafo residente de Los Ángeles revela, gracias a una curaduría impecable a cargo de Cecilia Fajardo-Hill, la riqueza de una obra cuyo eje central fue la pasión ritual por lo cotidiano: los retratos de Espie y June (su esposa e hija), los propios, las fotografías de la mítica celebración del día de muertos en una zona norte habitada por muchas personas con raíces latinoamericanas, y su entusiasmo y devoción por los autos lowrider dan fe de ello.
Valverde no dejó nunca de jugar con el arte. Sometía la reputaciónde las técnicas a sus atrevimientos y echaba a volar en cielos tormentosos, crepusculares y dinámicos, el papalote de la realidad asociada a la fotografía como documento y pieza de un archivo serio, hasta hacerlo tornar irreconocible y misterioso. La creatividad, la intuición transgresora, como puede verse en las obras “Mientras en Los Ángeles…”, “El ladrón del pan santificado”, “El santo de los de abajo” y “I see what you never saw” (esta última es un retrato de la serie dedicada a su querido amigo y mecánico que se hacía cargo de su Triumph TR3), permiten que una escena intrascendente vista en una tarde lluviosa por el lente de un hombre más de una ciudad que cada día rebasa sus límites adquiera, tras un diálogo de quemar, pintar o rasgar los negativos, un estado de ánimo cercano al folclor y al misticismo. Si hay acaso algo semejante a una moraleja en la obra del artista, está en recordarnos que negar la ciencia de ciertas estructuras y técnicas a favor de la experimentación nos permite, como habitantes de la región de lo desconocido, en la que poco o nada comprendemos, revivir el carácter lúdico y placentero del arte y plasmar sobre una superficie estática el fluir constante de las emociones sin que lo principal sea la claridad y verosimilitud de la fotografía.
III
Teo Hernández es para muchos un desconocido. De ser así, es el desconocido perfecto. Alguien que provocará asombro en las mentes más afiladas por la razón, aquellas que gustan de la complejidad filosófica. La tercera sala del Centro de la Imagen alberga la exposición Estallar las Apariencias que reúne fragmentos de la vida y obra del autor. Con su cámara de super 8 grabó ciudades, visiones delirantes, ensayos que ahondaban en la fragilidad caleidoscópica de las imágenes, largometrajes, y otras cosas. Su ars poetica está contenida en la frase “sueño sin film”. La vida es eso que transcurre mientras intentamos bloquear el vacío al que todo está condenado con nuestro grano de arte, esa aportación minúscula en medio de la gran ruina imaginaria llamada historia, estética y en su forma más fina, olvido. Todo escapa. La obra de arte posee un aura de santidad incomprendida. Refleja el instante, su belleza, un dejo de la perspectiva del creador, pero niega siempre la realidad desnuda; posee límites en su semejanza corpórea con otras entidades. Su carácter sagrado es indefinible, pero existente.
Las salas a oscuras que reproducen constantementelas cintas cortas de Teo Hernández; las líneas del tiempo que muestran su tenacidad de viajero y de fiel creyente de la autobiografía como forma de mitificación; las fotografías y cuadernos con información sobre los largometrajes que dirigió; así como dos ensayos cinematográficos hacen estallar la mente y estimulan esa zona creativa que como esclavo del asombro tenemos.
El reto, proclaman las tres exposiciones, es hacer de la obra de arte un ejercicio constante y un diálogo capaz de sacudir los cimientos de la verdad e interrogar no sólo a nosotros mismos, sino a ese lenguaje imponente y mágico que da vida a la representación. El desciframiento de cada pieza no será, por lo tanto, el interés principal de los espectadores sino su gozo, su entrega y el reconocimiento de lo particular de cada visión.