Tierra Adentro

En esta estampa, Rafael Bernal Arce recuerda su infancia y la figura elusiva, casi fantasmagórica, de su padre.

Mi padre nació el 28 de junio de 1915. Durante su juventud creció en la ciudad y en el campo. Tuvo la suerte de venir de una familia dedicada a la cultura. Estudió, sin terminar, Leyes. Un tiempo fue reportero y le tocaron los días previos a la Segunda Guerra Mundial en Europa. Regresó a México, donde comenzó a escribir novela y teatro. Entró al Partido Acción Nacional. Cuando éste se le hizo muy poco activista, decidió que el Partido Sinarquista era el que liberaría al campo mexicano de su constante opresión por los poderes en turno, como se advierte en varias de sus obras como Federico Reyes el cristero, Antonia, El maíz en la casa y Memorias de Santiago Oxtotilpan. Fue varias veces arrestado por «disolución social» y cada vez que lo llevaban ante el juez, comenzaba con un «Justo y severo juez…».

Por ese tiempo se le ocurrió que en Chiapas podría hacer mucho dinero con el llamado «oro verde», que era el cultivo del plátano. Estuvo dos años en la selva, hasta que su hermana mayor fue a sacarlo y traerlo de regreso a la Ciudad de México. En ese tiempo agarró fiebres de varios tipos y en una de esas fiebres se le ocurrió la trama de la novela Su nombre era Muerte, considerada como la primera historia de ciencia ficción en México, así como Trópico, libro de cuentos sobre la selva. De su estancia en la selva comentaba que nunca vio el oro verde, solamente muchos loros verdes. Se casó con mi madre, Pilar Arce, y tuvo tres hijos; me tuvo a mí y a mis hermanos, Francisco y Pilar. Trató de entrar a lo que hoy llamaríamos el establishment, sin lograrlo completamente. Durante este tiempo trabajó en publicidad e hizo teatro, en particular con sus obras Antonia, El maíz en la casa, El ídolo y varias radionovelas, la más conocida Caribal, además de novelas y cuentos de varios tipos.

Su vida bohemia y su activismo político hicieron que mis padres se divorciaran y nosotros nos fuimos a Guadalajara con los abuelos maternos en 1955. No volvimos a ver a mi padre hasta 1961, cuando murió mi madre. En ese tiempo él se volvió a casar con Idalia Villarreal y tuvo a mi hermana María Idalia (conocida por todos siempre como Cocol) en Venezuela, donde trabajó en televisión. En 1963 los tres hijos de Pilar nos reunimos finalmente con él en Filipinas, donde había conseguido el trabajo de primer secretario y agregado cultural en la embajada de México. En 1964 nos alcanzó Humberto, hijo del primer matrimonio de Idalia. Humberto y yo regresamos a México en 1966, mientras que Francisco, Pilar y Cocol vivieron con mi padre e Idalia en Perú y Suiza hasta que él murió en Friburgo en 1972.

Definitivamente no fue el mejor padre. Siento que siempre estuvo consciente de ello y trató lo mejor que pudo de manejar los asuntos familiares complejos, que él mismo creó, como Dios mejor le dio a entender. Pero si esa parte de su vida no la logró, sí fue el hombre más divertido e interesante que he conocido. Platicar con él era irse a dormir con el alba, con varios whiskeys adentro. Tenía un conocimiento enciclopédico y sospechamos, o al menos yo sospecho, que se suscribía a la frase de Mark Twain sobre aquello de nunca dejes que los hechos te estorben para contar una buena historia. Su sentido del humor era de todos conocido y siempre fue un escritor incansable; cualquier momento libre lo dedicaba a escribir. Escribió novela, cuentos, teatro, poesía y, lo más interesante para él, historia. Al final de su vida —literalmente, porque murió unos cuantos días después— obtuvo su doctorado en Letras por la Universidad de Friburgo con la tesis «Mestizaje y Criollismo en la Literatura de la Nueva España en el Siglo XVI». Esta, junto con su obra más querida por los muchos años y países que tomó escribirla, El Gran Océano, fueron publicadas póstumamente por el Banco de México y ahora están disponibles en el Fondo de Cultura Económica.

Su ilusión de obtener un doctorado se cumplió, mas no así la de entrar en la Academia. Su enfermedad se lo impidió muy temprano, pues murió a los cincuenta y siete años. Su obra maestra, o al menos la que nunca ha dejado de reeditarse, es El complot mongol. Rafael Bernal y García Pimentel fue un luchador social, un bohemio, un diplomático, un hombre encantador y, durante toda su vida, un escritor. Si me preguntan si cambiaría a este hombre como padre por uno más convencional, más estable o más cariñoso, digo seguramente que no. Ser hijo de Rafael Bernal y García Pimentel ha sido un privilegio que pocos tuvimos.