Tierra Adentro

Cuando decidí adentrarme al mundo de Sor Juana Inés de la Cruz fue por el prejuicio que pienso se tiene de ella, en cuanto a las formas y leyendas sobre esta monja de la que generalmente sólo conocemos una frase: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón”, y de la imagen de los billetes de 200 pesos viejos.

En general, dados los estudios positivistas que tenemos de ella, no tenemos muchos ejemplos de acercamientos a la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, conocemos su obra literaria pero es difícil imaginarse cómo era, cómo vivía. Por esto el trabajo literario también tiene que ver con la creación y recreación del mito del poeta, de la monja. La percepción que a veces tenemos de los autores es la dada por la historia oficial, pero realmente no se sabe mucho de otros autores importantes en nuestra historia, desde un punto de vista que no sea la de la generación del mito, como lo que sucede con la figura de Octavio Paz o de Rodolfo Usigli.

(Suele pasar que la percepción que tenemos del arte —y los artistas— más que dada por la investigación o la percepción real de la obra, está dada por las instituciones. Es difícil diferenciar entre lo que es arte y lo que no, por ello, es común tomar sólo lo que la institución nos dice que es, por ejemplo, si se monta una exposición en el museo Museo Jumex puede pensarse que es arte «de verdad», pero si vemos una instalación en una galería de arte en Chiapas no porque a menudo se cree que el arte debe estar entre muros oficiales. Esto daña nuestra percepción pero sobre todo la reafirma).

Así, en una especie de nostalgia por encontrar cuáles realmente serían mis raíces mexicanas, algo que me llevara realmente a conectarme con parte de mi propia historia, es que llegué al Barroco. El barroco es una de las estéticas más importantes desarrolladas en esta parte del continente hasta Ecuador. El arte colonial, fuertemente afianzado por la Iglesia Católica dejó muchas libertades a los creadores de la época para explorar. Hay arte velado por la historia oficial más positivista y reciente pero tiene muchas historias que contar sobre nosotros: somos una cultura barroca.

Descubrí en Sor Juana Inés de la Cruz —una artista que todavía no puedo asimilar— un cerebro fascinante, una sensibilidad potente, pero sobre todo una producción ilimitada. Cuando leía sus obras, y analizaba la perfección del verso, las adaptaciones y los valores grecolatinos a los que aspiraba, la adaptación de los mitos, las cartas filosóficas, teológicas y la madurez del pensamiento, no pude si no imaginarla a ella, horas enteras de ella puestas en páginas que gracias a la ayuda de la Condesa De Paredes pudieron ser publicadas, primero en España y luego aceptada en la Nueva España.

Una mujer que tomó decisiones que le dieron las posibilidades de lograr lo que deseaba. Me surgían, mientras escribía, miles de preguntas sobre mi propia escritura y camino en las artes, sobre la capacidad que antaño tenían para poder escribir. Proust se postró años para escribir En busca del tiempo perdido, Kant decían que nunca salió de su pueblo pero que pudo pensar al mundo entero. Los filósofos, los escritores, los pensadores no lo hacen en mesas de reflexión o viajes, que también, pero en general lo que queda claro es que el pensador está en una soledad necesaria y en un ritmo fuera del mundo para poder pensar el mundo. Las obras más impresionantes de Sor Juana Inés de la Cruz, o de Goethe son obras que se escribieron entre cuatro paredes, con muchas horas de estudio y re escritura.

Alguien podría decirme que Shakespeare trabajaba sobre las tablas, efectivamente, pero también lo hacía solo, en sus meditaciones. Sólo imaginemos que vivían en un pueblo de pocos habitantes, que aunque se le denominara ciudad, no lo era, al menos en las ciudades que habitamos hoy en día donde parece que el bullicio no logra dejarnos parar un segundo para reflexionar sobre nuestro quehacer, donde lo único que, al menos yo he encontrado, es la auto reclusión.  No se puede pensar o escribir entre tanta gente que va de un lado a otro, y entonces me di cuenta de que el arte necesita tiempo y silencio.

¿Podemos hoy crear con la pasión, con la meditación, con la entrega con la que lo hicieron los clásicos? Me queda claro que para realizar una tarea de esta índole lo mejor sería recluirse en algún pueblo de este país, pero lo cierto es que todo arte necesita difusión, por esto es que muchas veces los creadores de lugares más pequeños tienen una visión más creativa y clara de su búsqueda, no por nada de los festivales estatales surgen a veces grandes creaciones.

George Steiner en su libro La muerte de la tragedia, habla de cómo los grandes creadores de una época empañan la siguiente generación. La pregunta sería ¿después de Vicente Leñero, después de Rodolfo Usigli, después de Luis Josefina Hernández, Elena Garro, han surgido figuras realmente, hombres y mujeres de letras de teatro?

Las obras de hace trescientos años, obras de hace miles de años siguen siendo referente, como si hubiesen sido capaces de recrear los mitos para que nosotros podamos entender el mundo de una cierta manera, pero de pronto, las escrituras contemporáneas parecen no tan fuertes, parecen más hechas al vuelo, parecen esfumarse después de algunas funciones, ¿realmente somos capaces de recrear nuestra cosmovisión?, ¿es posible hoy poder asir nuestra realidad para poderla recrear en el teatro, en las letras?

Como cualquier época, hay muchos creadores, hoy más que nunca más, somos muchos más los que escribimos, que hacemos teatro. México es otro país del que vivieron artistas como Diego Rivera o el mismo Usigli, pero la ciudad —sobre todo— se ha vuelto incontrolable, ¿cómo llegar a un público en una ciudad donde hay al menos catorce millones de habitantes?, ¿cómo escribir para ser leído y poder encontrar tu propio público?, ¿cómo encontrar el tiempo y los referentes adecuados?

En definitiva, cuando Artaud difundía su idea de que habría que hacer teatro para los contemporáneos, también lo hacía desde una Francia con pocos habitantes. ¿Cómo podemos hacer en el mundo de hoy, con su tecnología, con su público de masas virtuales y su devenir frenético hacia el consumo, un poco de materia sensible, un poco de silencio armónico, un poco de poesía? Seguimos intentando, pero hay algo de lo antiguo, de lo viejo, de lo clásico que parece darnos un poco de brisa marítima, mirar hacia atrás, bien atrás para poder encontrar alguna luz.


Autores
(Ciudad de México, 1978) es dramaturga, escritora de narrativa y ensayo, directora teatral e investigadora. Sus textos se han llevado a escena y se han presentado en festivales de dramaturgia en Canadá, España, Argentina y México. Recibió el Premio Airel de Teatro Latinoamericano, Toronto, 2013 por su obra Palabras Escurridas y el Premio Internacional de Ensayo Teatral 2013 por Territorios textuales. Sus relatos se editan tanto en México como en España. Actualmente prepara dos nuevos montajes con su compañía Mazuca Teatro e imparte el seminario El teatro como territorio de la palabra en 17, en el Instituto de Estudios Críticos.