Tierra Adentro

Como «especie científica» estamos haciendo el esfuerzo inmenso para desarrollar a los androides y tratar de que se humanicen hasta donde sea posible. Intentamos que interactúen al máximo: que conversen, jueguen al ajedrez, se conviertan en personal de servicio doméstico, juguetes sexuales o resuelvan complejas tareas laborales.

Ya en 1968, Philip K. Dick publicaba una novela corta que se convirtió en un punto de referencia: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? terminó por convertirse en Blade Runner —la película de Ridley Scott—. Estrenada por vez primera en 1982 (aunque después se vieron otras versiones), nos conmovió a través de una replicante enamorada de un ser humano.

Si hiciéramos una elipsis radical y hurgamos en el inconsciente colectivo, daremos con un precioso video de Björk en el que una pareja de robots tienen una exquisita sesión amatoria. Es decir, hemos terminado fascinados por el amor entre robots, y en general, por todo lo que podrían hacer. De la ciencia ficción al cómic, de los juegos de video a la literatura y ahora, hasta en el ámbito de la música.

Tal vez así lo haya pensado el canadiense Patrick Watson a la hora de concebir y desarrollar los elementos de su quinto disco. No cabe duda de que emana mucha belleza de la combinación de amor y androides, ya sea desde posibles imágenes o de fondos musicales para acompañar esos momentos de intercurso. No es de ahora que le interese trabajar con lo emotivo y lo bello, en cuanto a Love Songs for Robots (Domino), comienza desde la portada; en la que un foco se convierte en el núcleo estético, la luz se desparrama y se disponen tres elementos pequeños que harían las veces de cabeza y manos de un ser iridiscente.

Lo que sorprende es el tipo de música que el ganador del reputado Premio Polaris imaginó para los besos y abrazos entre los robots. Sigue instalado en un folk brumoso, etéreo, aterciopelado y de baja velocidad, pero al que ahora agrega mayor instrumentación, algo más de electricidad y, eso sí, algunos pasajes de una intensidad que hasta ahora no le conocíamos.

Patrick, nacido en 1979 en California, pero muy pronto asentado en Montreal, debe su fama a su fina y atinada manera de componer –es todo un artesano–, que se combina con una maravillosa forma de cantar con suavidad y casi ululando. Hace del susurro una forma de arte, casi no quisiéramos que llegaran los subidones de energía. Es como si fuera amasando y masajeando la música y la voz, pero casi negándose a liberarla en su punto más alto. Siempre es posible tomarlo como un seguidor de la escuela de Tom Waits que canta bajito y sin la voz de lija.

Love Songs for Robots nos regala excelentes instantes de delicadeza convertidos en tremendas canciones. Ha trabajado mucho con los arreglos y las instrumentaciones. Como es típico en él, hay variedad de instrumentos antiguos, líneas melódicas muy delicadas y voces que se fugan como queriendo escapar al bosque. En está ocasión también hay guitarras eléctricas huidizas, como en la evocativa «Good Morning, Mr. Wolf», que cierra con ese viejo piano tan a lo Watson.

Por su parte, «Hearts» es tal vez la mejor canción de esta entrega a partir de arrancar guiada por una guitarra acústica e ir creciendo en vibra contenida y luego liberada. Tiene una elegantísima slide guitar y un halo fantasmal. Luego se va haciendo feliz con una estructura rítmica y armónica muy juguetona. Hasta algo de un adn africanista se percibe.

No deja de ser curioso que parte de la crítica lo ubique en la línea del trabajo de Daniel Lanois como solista, o que encuentren el vínculo psicodélico con Tame Impala. En cuanto a mi estricta apreciación, mencionaré la influencia de grupos a la usanza de Fleet Foxes, así como una correcta asimilación de los experimentos de Andrew Bird. A Patrick le sobra talento y experiencia; no es difícil que haya dado con un magnífico álbum nunca antes concebido y tocado por los Coldplay más ambiciosos, ellos jamás llegarán hasta aquí, y seguro pueden morir de envidia.

Sin temor alguno, puedo adelantar que Love Songs for Robots contiene la misma inspiración que Close to Paradise, su laureado disco del 2006, y obra mejor lograda hasta la fecha. Se trata de una aventura en la que se ha acompañado por el guitarrista Joe Grass, Mishka Stein al bajo y la batería de Robbie Kuster; y que arranca con el tema titular casi sin que uno se dé cuenta. Parten de un inusual silencio y va apareciendo gradualmente el sonido hasta que una pieza lánguida se apodera del momento.

El que fuera colaborador de The Cinematic Orchestra y que haya colocado material suyo en quince películas y series, dejó entrever sus intenciones iniciales en cuanto a este disco: «Queremos que un R&B de ciencia ficción encuentre al erotismo de Vangelis y el entusiasmo del folk». Sin duda, una mezcla atractiva para atraer androides enamorados, aunque el resultado en sí mismo no sea tan experimental. Se encuentra a medio camino entre un exquisito pop de cámara y un indie folk que abandonara el campo para asentarse en la penumbra de un pequeño cabaret.

Patrick posee gran emotividad y obtiene los máximos réditos cuando canta, pues modula en un amplio rango la voz. Va del susurro y un leve lamento a pasajes de expresividad bien controlada; el mejor ejemplo de ello es «Turn Into the noise».

Love Songs for Robots es de esos discos exquisitos que tal vez no sean asimilados por las masas, pero que calaran hondo entre los afiliados a propuestas como Bon Iver –épica para volar–. A fin de cuentas, una aventura futurista de un músico al que no le gusta repetirse. Cuando se haga antropología del porvenir encontrarán vestigios del folklore sentimental de los androides en este puñado de canciones.


Autores
De los años sesenta tomó la inconformidad recalcitrante; de los ochenta una pasión crónica por la música; de los noventa la pasión literaria. Durante la década de los dosmil buscó la manera de hacer eclosionar todas sus filias. Explorando la poesía ha publicado: Loop traicionero (2008), Suave como el peligro (2010) y Combustión espontánea (2011). Rutas para entrar y salir del Nirvana (2012) es su primera novela. Es colaborador de las revistas Marvin, La mosca, Variopinto e Indie-rocks y los diarios Milenio Hidalgo y Reforma, entre otras publicaciones.