Soleá Morente: gitanería futurista e indie aflamencado
El flamenco es una experiencia sublime y conmovedora; para vivirlo y sentirlo se requiere tener abiertos a pleno los sentidos y dejar que la sensibilidad nos arrobe. Históricamente, los músicos que lo recrean acuden al llamado «duende» para hacerlo posible. Será que los escuchas también requieren de un poco de esa «chispa» para entender y sentir la cultura mestiza y centenaria que traspone fronteras.
El origen mismo del flamenco habla de migraciones, viajes de larga duración y mezcla de sangres y pueblos. Aunque es cierto que durante años buscaron que se mantuviera en pequeños círculos para iniciados, paulatinamente se han abierto al encuentro de gente distinta. Se trata de un fenómeno rico y complejo que forma parte del patrimonio inmaterial de la humanidad. Pero yendo más allá, es una de las expresiones que conmueve con mayor profundidad al escucha.
Y por supuesto que en su historia desfilan grandes maestros, pero han sido los renovadores quienes consiguieron brindarle mayor expansión, visibilidad y reconocimiento. Ahí está Paco de Lucía (1947-2014) y por supuesto una de sus más grandes leyendas geniales y malditas, Camarón de la Isla, punto de inflexión determinante y un auténtico liberador. José Monge (1950-1992) le quitó las amarras y lo llevó hasta el rock y el jazz en La leyenda del tiempo (1979). Es oportuno retomar uno de sus planteamientos para dimensionar sus intenciones: «Hace falta imaginar, experimentar cosas y cambiar algo. Hace falta arriesgarse. Yo ya sabía de antemano lo que iba a pasar, claro. Es que los puristas no experimentan nada de nada. Si se queda uno sólo con los puristas nos quedaríamos siempre en el mismo sitio. Están metidos en un círculo del que no se salen, y yo creo que hay que salirse un poco, ¿no? Experimentar».
Luego vino otra leyenda inmensa: Enrique Morente (1942-2010). Un cantaor heterodoxo que junto al grupo de noise rock, Lagartija Nick, dio otra importantísima vuelta de tuerca al flamenco a través de su álbum Omega (1996). El maestro dejó una impronta entre un selecto grupo de irreverentes entre los que se encuentran Kiko Veneno, J de la bandaLos planetas, Antonio Arias y Javier Limón, pero además su semilla se desperdiga como un asunto de familia. Sus tres hijos están involucrados en la música y Estrella ya se ha ganado un lugar propio en el flamenco contemporáneo, ahora toca el turno de Soleá para debutar discográficamente.
Casi no puede haber un nombre más aflamencado para una mujer que Soleá, a quien ya habíamos escuchado como parte de Los evangelistas, un grupo de flamenco rock completamente morentiano que ha grabado un par de discos. Se tomó su tiempo pero este año edita Tendrá que haber un camino, auspiciado por Sony España, y en el que sigue a cabalidad las ideas de su padre: «El flamenco es una música viva, muy de hoy, que entronca con cualquier instrumento del mundo».
Soleá (nacida en 1985) busca impregnar un sello propio a su primer disco y se nota desde la apertura con la canción «Yo escucho los cantos» que tiene con versos de García Lorca. Es un golpe de autoridad para establecer una personalidad musical que la identifiqué aun en las coincidencias con artistas de distintas generaciones y orígenes. Además incluye un homenaje a su padre con una canción que él grabó con Los planetas, para a continuación regalarnos un amplío desfile de invitados y colaboradores. No podía faltar J y otros miembros de los Planetas, gente de Lagartija Nick, la guitarra de la vieja escuela de su tío Montoyita, la Orquesta Chekara (procedente de Marruecos) y La Bien querida, que cae como anillo al dedo con sus composiciones.
Y la fiesta no para. En mayor o menor medida se suman Aurora (su madre) Estrella y su hermano pequeño José Enrique; e integrantes de los grupos Lori Meyers y Pájaro Jack. Soleá figura, además, como responsable de la producción que también comparte con J, David Rodríguez, Antonio Arias, Jaime Beltrán, y Sergio Pérez García, dependiendo del tema que se trate.
Si ya nos habíamos maravillado con «La ciudad de los gitanos» y «Nochecita Sanjuanera», que se habían dado a conocer previamente y que lucen a pleno, el lanzamiento del álbum se acompaña con «Todavía», que curiosamente cierra el trabajo y baja la electricidad y el guitarreo para internarse en los parajes acústicos y la temática amorosa. El tema es el sello de un pacto con su padre, quien le señaló que esperara la llegada de su momento y le complaciera con estudios universitarios. Hoy día, Soleá es Licenciada en Filología y a lo que le toca.
Pero si la energía gitana se abalanza en «Arrímate», también hay momentos para filtrar algo de la poesía de Machado y García Lorca, antes de llegar a dos impresionantes versiones: «Dama errante (Winter Lady)» y «Ésta no es manera de decir adiós (Hey, that’s no way to say goodbye)», originales del inmenso Leonard Cohen y que preservaron el tratamiento que Enrique Morente les hiciera con miras a incluirlas en el magnífico Omega pero que al final quedaron de lado.
Tendrá que haber un camino nos ofrece una voz turgente, una artista conocedora de la tradición pero también poseedora de un aliento indie. El flamenco entendido desde la heterodoxia y el siglo XXI. Hay gran cantidad de épica, emotividad y, ¿por qué no decirlo?, mucha frescura.
Soleá ya cantaba siendo niña a la vez que recibía las primeras lecciones musicales en La Misa flamenca, un álbum de su padre, luego se fogueó en múltiples escenarios, ahora puede soltar incluso a un García Lorca electrificado e imaginar una gitanería futurista. Disco tremendo donde los haya.