Tierra Adentro

A propósito de la reciente publicación en español del libro 33 artistas en 3 actos, Marisol Rodríguez entrevista a la socióloga y crítica Sarah Thornton, quien habla sobre la relación entre fama, celebridad, reconocimiento, rivalidades y tensiones de género en el mundo del arte contemporáneo.

Hay una figura ausente en 33 artistas en 3 actos, la de curadora. ¿Cómo identificas que esta figura funciona en un mundo aparentemente impulsado por curadores-estrella como Francesco Bonami y Massimiliano Gioni?

Y Jack Bankowski y Cuauhtémoc Medina, sí. Es chistoso porque entrevisté a muchas curadoras pero ninguna se integraba a mi narrativa… Inicialmente no planeé incluir a ningún curador como personaje, con su nombre en el índice, pero siempre investigo afuera de mi zona de confort y entrevisté a varios acerca de los mismos problemas. Bonami y Massimiliano Gioni están presentes porque tienen una relación muy estrecha con Maurizzio Cattelan, pero claro que hay disparidad. Es irritante ver que entre las estrellas globales de la curaduría, como Hans Ulrich Obrist, Klaus Biesenbach, Bonami y Gioni, predominan los hombres. Parece común para las mujeres tener posiciones institucionales fijas y es menos probable que tengan múltiples trabajos; esto podría ser porque algunas de ellas tienen hijos y no pueden tener un trabajo en Nueva York, otro en Milán y otro en Corea, que es lo que Massimiliano Gioni hacía en algún punto. Creo que una vez que estás instalada en un museo hay políticas de la institución que entran en juego, y encuentro que las curadoras son más propensas a dar comentarios menos francos y del tipo «detrás de bambalinas», que busco porque hablan con cierto discurso institucional que se ven forzadas a reproducir.

Tienes una presencia fuerte en tu libro, pareciera que siempre eres dueña de la situación, una insider aceptada con pocos momentos de rechazo, como en el acto final con Damien Hirst. ¿Alguna vez te has sentido intimidada en un mundo basado en el poder que tiene de excluir a las personas?
Sí, he bromeado con que soy socióloga porque soy tan socialmente torpe que tengo que estudiar situaciones sociales para ser capaz de moverme a través de ellas con algún grado de competencia… Creo que en ocasiones me presento ante mis entrevistados como bastante torpe, dispuesta a reírme de las situaciones o a ser rechazada o refutada. Por ejemplo, hay momentos en la escena con Martha Rosler en donde ella está intentando ponerme en mi lugar. Hay muchos momentos incómodos con Jeff Koons. Al mismo tiempo no creo que sea una insider, aun cuando entiendo que especialmente los estudiantes de arte me vean como una porque mi acceso es impecable, pero hay una diferencia entre tener acceso y ser percibida como «una de nosotros», y no creo serlo. Tener un antecedente en sociología es una forma de otredad en el mundo del arte. Hay mucha hostilidad hacia la sociología, mucha hostilidad de parte de los curadores a la pregunta «¿qué es un artista?». Desde que estaba investigando Siete días en el mundo del arte, me di cuenta de que había una reacción muy fuerte y negativa porque no se supone que debas escribir sobre ese mundo, el mundo trivial, social del arte. La idea de que debes concentrarte en las obras de arte es fuerte y tienes que estar dispuesto a ser poco convencional para hacerlo… Creo que el libro, en realidad, no es sobre qué es un artista, sino sobre qué es un artista contemporáneo creíble… quién es percibido como auténtico, y esas preguntas no son bienvenidas porque los románticos las odian. Cuestionar las creencias puede ser muy amenazador para alguien que cree.

Hay un leitmotif en 33 artistas en 3 actos, la idea, como la articula Christian Marclay, de que «la gente se interesa en el arte por las razones equivocadas». Te niegas a reportar sobre el mercado del arte en tu trabajo periodístico y, aun así, la narrativa de tu libro tiene mucho que ver con él y el impacto que tiene en los artistas. ¿Es realmente posible no estar interesado en el mercado cuando tiene un impacto tan grande?

No hay modo de escapar al mercado en la actualidad. Escribí en un artículo mis diez razones principales para no reportar sobre el mercado del arte, porque estaba harta y no quería ser cómplice con la manipulación de subastas, las cortinas de humo y cosas por el estilo…[1] Aún estoy fascinada por el mercado y no creo que puedas escapar de él; ni siquiera Andrea Fraser, quien apenas vende su trabajo, puede escapar del mercado, pero hay muchas estrategias para lidiar con él y las vemos en el transcurso del libro. Hay una buena comparación entre Gabriel Orozco y Damien Hirst. Con Orozco, ¿cuál fue su solución para lidiar con el mercado de su país natal? Crea la galería Kurimanzutto para que sea el espacio que quiere que lo represente a él y a sus amigos en la ciudad. Una estrategia muy distinta a la de alguien como Hirst, que quiere llevar su trabajo directamente del estudio a una subasta, matando con esto a su mercado secundario porque no le gusta ni obtiene dinero de él. Contrasta esto con Martha Rosler, quien durante años no tuvo un galerista y luego se dio cuenta de que lo necesitaba porque de otro modo no existía. La gente ni siquiera sabe cómo contactarte… Así que estoy muy interesada en el mercado, sólo no quiero estar en una posición en la que me vea forzada a reportar en el momento sobre eventos de mercado que toma meses y meses comprender. Por ejemplo, en noviembre Christie’s vendió ochocientos cincuenta millones de dólares en arte en una sola tarde. ¿Que pasó esa noche? Me tomó dos años investigar la venta de Hirst. Se llevó a cabo el 15 de septiembre del 2008 y publiqué un reportaje en The Economist en septiembre del 2010. Investigué esa subasta durante dos años, y esa es la única manera para entender lo que pasa ahí; pero hacer eso es extremadamente inusual, los reporteros tienen que enviar sus notas a media noche y terminas siendo una porrista de los precios altos, y me cansé de esa clase de situaciones… Creo que el mercado surge como un conflicto principalmente en el Acto 3, y es así porque manejar el mercado y las decisiones que un artista toma sobre con qué galerista va a trabajar, o incluso las decisiones más básicas que son parte de la labor de ser artista, como si va a hacer una edición de tres o de seis y si va a venderlas todas. Es difícil escribir sobre Koons sin hablar del mercado, pero intenté ponerlo bajo un filtro diferente, el de la política. Ya que hay tanto escrito sobre él, es una forma interesante de lograr una visión distinta.

¿Crees que lo lograste o sólo lo expusiste?

Creo que nadie había comparado y contrastado a Koons con Ai Wei Wei, aunque se hable mucho del neoliberalismo de Koons, no es algo que se haya evaluado y demostrado pacientemente. Sus cercanos me han dicho que les sorprende el grado de exactitud del retrato que hago de él y pienso que la gente, especialmente los estadounidenses, tienden a pensar sobre él que «oh, ya sabes, así es como todo funciona»; la verdad es que cuando lo contrastas con alguien como Ai Wei Wei te das cuenta de que no, de hecho es una decisión muy clara.

¿Cómo entiendes el fenómeno de creyentes y enemigos del arte?

El mundo del arte está fraccionado y dentro hay muchos bandos de odio. Hay quienes odian el arte contemporáneo, creen que es una mierda, creen en la pintura impresionista, generalmente son hostiles a lo nuevo; otros lo odian porque creen que es un bien de lujo para el uno por ciento del mundo y creen que todo es neoliberal porque no conocen nada a detalle ni cómo operan puntualmente los artistas. Pueden creer que haber estado en Art Basel Miami Beach convierte a Abraham Cruzvillegas en un artista del bling, lo cual es una mala interpretación de Cruzvillegas, de su trabajo, su origen y la intención de su obra. Diría que esos son los dos grandes bandos. Luego hay otros internos… Hay mucho odio hacia los artistas que logran un gran reconocimiento fuera del mundo del arte, es lo que llamarías «venderse». El mundo de la música tiene un discurso equivalente, y se refiere a ese momento en que un artista parece tan popular entre gente que no sabe nada sobre arte que no podría volver a ser atractivo para su base original de fans. De esto escribí mi tesis de doctorado y determiné que «venderse» significaba «venderse a los outsiders». No es una idea relacionada con el comercio, o la relación de los artistas con el comercio, sino con la recepción de sus obras… Hay una hostilidad extrema hacia la celebridad, pero creo que la fama ha sido relevante para la reputación de los artistas desde el Renacimiento. Si lees Vida de grandes artistas, de Giorgio Vasari, es impactante el número de veces que aparecen los términos «fama» o «famosos»… para él es una especie de indicador de reconocimiento. Creo que en nuestra sociedad hay un límite borroso entre el reconocimiento y la fama. El reconocimiento es una cosa profundamente enraizada que todos quieren, incluso los artistas. ¡Un niño quiere reconocimiento por hacer bien su cama! La fama se da cuando alguien es conocido pero no por su trabajo ni por ningún sentido concreto de logro. Pienso que es desafortunado que, a veces, una ira profunda hacia la celebridad pueda cegar a las personas.

Fotografía de James Merrell.

Fotografía de James Merrell.

 

 

 

 

¿Para quién escribes?

Creo que este libro puede ser útil para estudiantes de arte. Hay mucho desconcierto sobre el por qué algunos artistas reciben atención y otros no. Creo que este libro ayuda a clarificar ese desconcierto. Hay dinámicas que suceden detrás de bambalinas y un cierto dominio de éstas por parte de los artistas que lograron reconocimiento. Hay mucho que aprender de ellos. También creo que todos en el libro son lo que llamo «un artista profesional exitoso»; eso incluye a artistas que no viven de su trabajo, como Tammy Rae Carland, Bill Powhida y Andrea Fraser, increíblemente exitosos y profesionales en mi opinión, aun si el mercado no dice lo mismo.

¿Crees que los outsiders constituyen gran parte de tus lectores?

Sí, absolutamente. Siete días en el mundo del arte vendió cien mil copias en Estados Unidos y luego se tradujo a dieciséis idiomas. Estos lectores son gente que va a museos pero, quizá, no tienen un diploma de una escuela de arte y su trabajo principal no es el de curadores o críticos; tal vez van a ferias de arte. Realmente creo en la accesibilidad al escribir para los extraños al mundo del arte… y creo que transmitirles mis experiencias, de otro modo inaccesibles para ellos, es una especie de misión.

 

Al final de Siete días en el mundo del arte hay un detalle de una pieza de Dave Muller (Monochrome #17, donde se ven dos burbujas de diálogo; una dice «¡Este show apesta!», y la otra le contesta «Sí, ¡cámbialo!»). Al final de tu último libro Andrea Fraser reflexiona en una pieza sobre cómo los artistas no son parte de la solución, sino del problema. ¿Estás de acuerdo con estos dos comentarios?

Por supuesto, la idea de que los artistas son víctimas del mundo del arte es una de las ideologías más fuertes de ese mundo. Obviamente hay muchos artistas que no reciben la atención que se merecen y puede que se sientan víctimas, pero parte de este libro es sobre cómo los artistas pueden tomar decisiones. Aquí muestro las decisiones de una multitud de artistas y sus estrategias para lidiar con el mundo del arte. No es una guía paso a paso porque cada quien lo hace a su modo; alguien que imite a algún artista lo hará mal. Una de las mejores cosas sobre el rol de un artista es que es altamente personalizable, y tienes que personalizar profundamente el rol para moverte, no sólo avanzar sino también escalar… Espero que los estudiantes de arte que lean este libro creen sus propias estrategias en vez de sólo estar desconcertados y resentidos.

¿Qué diferencia ves entre el mundo del arte en México y otras grandes ciudades?

En México está muy fraccionado, posiblemente más que en Nueva York o Los Ángeles, en parte porque el mundo del arte es más pequeño que en esas ciudades. Extrañamente me recuerda a Vancouver, en donde también hay bandos. No es un accidente que Gabriel Orozco esté en el tercer acto del libro y Francis Alys en el segundo. Es bien sabido para cualquiera en México que hay un bando de Cuauhtémoc Medina y uno de Orozco-Kurimanzutto, y Alys de hecho es un pacifista con respecto a estas guerras pero ha sido amigo de Cuauhtémoc por tanto tiempo que a veces se queda atrapado en la línea de fuego. Estas guerras se remontan a incidentes que no entiendo completamente y que pasaron en los años noventa. Ciertamente hay diferencias ideológicas, religiosas y políticas, y creo que eso hace a México interesante, pero también pasa que amo el trabajo de Orozco y el de Alys, y creo que ambos son dos artistas fantásticos de modos muy distintos, y México es muy rico por tenerlos a ambos. Estoy contenta de que ambos estén en el libro. ¡Es una pena que no exhiban juntos con más frecuencia!.

[1]1 Sarah ornton, «Top 10 reasons NOT to write about the art market», en Tar Magazine, 2012.