En zapatos ajenos
Cuando le preguntaron a Kevin Brooks[1] cómo distingue la literatura que escribe para jóvenes de la que escribe para adultos, él contestó que no pensaba en un público específico al momento de empezar una historia. Para este autor de literatura juvenil, el lector «ideal» es definido desde la visión que filtra el relato, es decir, desde la perspectiva del que cuenta lo que se cuenta. Cómo entiende un personaje lo que le pasa y cómo esto refleja su edad, su sexo y su forma de percibir el entorno sin necesitar explicaciones. Jóvenes que piensan como jóvenes y se enfrentan a su contexto como tales. Cuando un autor de LIJ logra dar con esta voz, genera empatía con su lector y construye relatos entrañables. Mientras que una voz adulta que intenta reproducir forzosamente estereotipos de edad (adolescente o infantil), articula un discurso que el público juzga y reconoce como antinatural.
Si esencialmente la literatura habla de los sentimientos humanos y cómo éstos se manifiestan ante circunstancias específicas, el reto de la literatura por «audiencias» es tejer fino al poner a sus personajes ante ciertos eventos. Podemos saber que una situación no significa lo mismo, ni tiene las mismas consecuencias, a los 16 que a los 41 años. La óptica del adolescente tiene un alto grado de catastrofismo y una tendencia natural a pensar en la vida como algo trágico. En la lógica adolescente, un problema «insignificante» puede tomar dimensiones inesperadas y lo realmente «importante» puede pasar a un segundo plano. En el caso de las novelas de Kevin Brooks, publicadas originalmente por el sello Chicken House y traducidas al español por el Fondo de Cultura Económica, los personajes atraviesan por experiencias que, según la idea de lo juvenil, no son las óptimas para alguien de esa edad. Candy, es la historia de una joven que se prostituye en las calles de Londres, conoce a un chico que se enamora de ella y quiere sacarla del entorno en el que está metida. En Martyn Pig, un chico que odia a su padre, lo mata por accidente y tiene que ocultar el cuerpo para que no descubran que él es el culpable.
Lo que consigue Brooks en estas dos novelas, y en la mayoría de su obra, es contrastar la perspectiva de un adolescente con las condiciones más crudas para ver cómo juegan los personajes con sus limitaciones. Odiar a los padres, o por lo menos a uno de ellos, es algo común a esta edad. Matarlos es, quizá, el sueño reprimido de cualquiera y desaparecerlos siempre es lo deseable. En el caso de Martyn Pig, cuando este «sueño» se vuelve realidad, el deseo se convierte en una tragedia que se juzga desde la moral de los adultos. Él se siente culpable porque sabe que va a ser castigado por la ley aunque su padre fuera el peor, lo odiara profundamente y en el fondo supiera que hizo lo correcto. La visión del protagonista o del narrador dota a los eventos de un significado particular cuyas reglas se entienden sólo a partir de este universo construido por el autor. A su vez, articula un universo moral que funciona al margen del adulto pero que constantemente se enfrenta con éste. Cada uno de estos encuentros cercanos, perfila la peligrosa posibilidad de crecer y/o convertirse en mayor. La pesadilla, justificada, de cualquier niño o adolescente.
Brooks sabe que, a pesar de estar frente a las situaciones más terribles, Martyn Pig y Candy se niegan a crecer. Preferirían conservar su visión trágica sobre eventos como el desamor, el amor, la soledad y la diversión, y pasar por alto esos que podrían ser realmente «importantes»: la muerte, la pobreza, la explotación y el maltrato. Saben que crecer es duro, pero la sociedad no los deja en paz e insiste en recordarles que su tiempo se está acabando.
[1] Conferencia Lo oscuro y lo extraño en la novela juvenil, conversación entre Kevin Brooks y Antonio Ortuño en el marco de la Feria Internacional del Libro 2015.