Santoral, de Iván Bautista
Uno no pensaría que en esta pequeña ciudad se gestaran tantos discursos y se revolvieran tantas culturas. Ideas en movimiento, aristas desde donde observar el mundo y replantearlo. Si la vemos desde arriba, Oaxaca parece una pequeña olla a punto de explotar, un sitio natural privilegiado y protegido por montañas, entidades poderosas y sagradas a quienes se les debe respeto. Supongo que esa misma diversidad y una no tan pasiva renuencia al cambio en nuestras tradiciones nos han salvado el pellejo ante algunas prácticas inhumanas del capitalismo feroz, como la vida corporativa, la existencia de godínez, por ejemplo. Es quizás en esa necedad ante lo nuevo donde hemos encontrado una brújula para navegar entre las aguas de estos tiempos y abrirnos hacia lo múltiple, lo compartido.
Las ciudades son una invención reciente. Cuando veo la ciudad desde el Fortín, un pequeño cerro que preside incólume este valle, siento náuseas. En unas cuantas décadas, la mancha urbana ha alcanzado casi la punta de los cerros circundantes, el valle ciertamente ha dejado de serlo, el rugido de la ciudad se escucha desde cualquier punto, una señal mortífera de humanidad cercenada por la bestia que todos llevamos dentro. Suceden muchas cosas aquí, la vida cultural es rica (aunque en ocasiones nos quejemos de ser siempre los mismos), burbujea la producción artística, abundan las exhibiciones y galerías, se abren continuamente espacios culturales alternativos. Un ejemplo reciente de esta salud discursiva es Santoral, de Iván Bautista, que se exhibe en el Taller La Chicharra, un espacio dedicado a la producción y exhibición de gráfica oaxaqueña.
Santoral hace referencia al calendario litúrgico. Recordemos que para la Iglesia católica a cada día le corresponde un santo, de ahí que los niños llevaran el nombre del día en que nacieron; el día de su santo. Esta práctica ya no es tan común en la ciudad —y en parte qué bueno que así sea —, mi nombre pudo haber sido Ramona. Nací el día en que llevan a los animales a bendecir, aunque pensándolo bien, quizás de ahí provenga mi infinito amor por todas las criaturas y mi escurridiza pero frecuente misantropía. Lo cierto es que en Santoral, Iván Bautista no rinde homenaje a los santos de su devoción, si es que tiene, sino a las emociones encarnadas en el cuerpo de su modelo, Edith Chávez, artista gráfica sumamente talentosa que trabaja en el mismo taller.
En Santoral, cada imagen es el estudio de una emoción que proviene de otro tipo de cuerpo sagrado, de otra forma de pasión sanguínea. Las imágenes de santos son profundamente conmovedoras, una de las herramientas evangelizadoras más exitosas fue precisamente esa expresividad, reflejos de dolor y gozo, o de dolores gozosos. Desde donde queramos verlo, la pasión de Jesucristo es también nuestra, así como el semblante sereno de Buda nos habita en cada respiración. Las imágenes religiosas siempre han estado ahí para tratar de describirnos, poniéndonos en duda. Iván toma es sentido erótico, de enlace sagrado entre cuerpo y sufrimiento, entre cuerpo y desaparición —que es la verdadera condena—, y lo reinterpreta a partir de una mezcla entre dibujo, acuarela y grabado.
El resultado, son piezas abiertas que inician un diálogo que puede tomar distintas direcciones: ¿las mujeres encarnan a los santos de nuestra devoción?, ¿son las emociones los elementos del cuerpo que debemos adorar?, ¿es el cuerpo un sitio sagrado ante el cual nos postramos todas los días al despertar?, ¿somos una paradoja entre la violencia y el silencio? Estos son retratos dónde aventarnos para dejar de observar.
Como toda obra de arte, el objeto estético queda así tanto dentro como fuera de sí mismo. He visto otros trabajos de Iván Bautista y me parece que es en Santoral donde se perfila más nítidamente la búsqueda de su lenguaje. Las expresiones y colores son sutiles pero de ellos no emerge tranquilidad sino perturbación. Algo perturba a su personaje, tal vez sabe que cuando uno posa también se esconde. Y es precisamente esa distancia estrecha entre la franqueza del gesto y la pose casi teatral del cuerpo, lo que convierte estos retratos en una propuesta estética, una ficción.
En el arte, el misterio se presiente. ¿Se hacen cosas nuevas en Oaxaca?, ¿es necesario lo nuevo?, ¿existe, para empezar, lo nuevo?, ¿o es que acaso a esa persecución infructuosa nos han empujado las dinámicas mercantiles? Frecuentemente escucho que en los artistas emergentes hace falta un estilo propio, un discurso donde se apueste por otro lenguaje y la obra se convierta así en una búsqueda profunda de las propias palabras. Sin embargo, me parece que lo nuevo no necesariamente es lo propio, y habría siempre que hacer esta distinción al opinar. Sin importar su origen o propósito, las imágenes son diálogos que entablamos con la parte oculta del mundo.