Tierra Adentro
Imagen del especial El joven Paz, Tierra Adentro.

Típico principio: unos chicos estudian juntos y desean convertirse en escritores. Para ese entonces ya cargan ciertas lecturas y algunos textos que no juzgan vergonzosos. Lo más natural es que en algún momento quieran fundar una revista. Entonces se piensa en un nombre, porque una revista de estudiantes debe tener un nombre que suene como lo que es: la materialización de algunas magras y efímeras seguridades y, sobre todo, de muchas apuestas. Se piensa durante semanas, se debaten posibles nombres, al mismo tiempo que se siguen acumulando lecturas formadoras y más textos que no se juzgan vergonzosos.

Porque ¿qué puede hacer un jovencísimo aspirante a escritor sino publicar una revista? Con ella se puede conocer a uno que otro escritor generoso, tomar desprevenido a los lectores incautos de siempre (su benéfica presencia merece un homenaje aparte por sus aportaciones a la historia de la literatura) y llegar con un posible ligue y esgrimir con un gesto a lo James Dean: “¿sabes?, tengo una revista”. Y un buen día alguien propone un nombre adecuado (porque nombre es destino), Barandal: un apoyo imprescindible a la hora de subir una cuesta tan grande como las aspiraciones de cualquier joven poeta preparatoriano.

Sin negar la importancia del sitio en que empezó una obra literaria como la de Octavio Paz, creo que hace falta señalar a veces que Barandal fue una revista valiosa por sí misma, porque, además de tener todas las características de cualquier publicación realizada por jóvenes, estaba bien hecha.

Salvador Toscano (1912-1949), uno de los cuatro editores de la revista, es un caso paradigmático a la hora de definir qué es un jovencísimo escritor: dueño de una encomiable rebeldía (incluso en sus momentos más ingenuos), a lo largo de los siete números, Toscano colaboró de forma dispersa pero siempre explosiva: en el primer número, por ejemplo, publicó un genial duelo de box imaginario entre Chopin y Stravinsky, donde el primero es un viejo cursi obsesionado con “lo eterno” y “la belleza” mientras el segundo es un auténtico antecedente del punk; y de paso, con cita de la Ilíada en mano, Toscano atribuye a Homero la invención del box. Su segunda colaboración fue un poema, “Motivos del ahorcado” que, aunque influido por Velarde y cierta utilería del modernismo, busca pasar por un texto estridentista: “las chimeneas y un ruido estéril./ Ciudad maldita ensangrentada en el asfalto”. Más que la calidad, lo que agrada de estos versos es el gesto. Recuérdese: Toscano tiene diecinueve años, es 1931 y, sobre todo, es México. Esos mismos gestos son reconocibles en los actos públicos de Barandal: Paz recordó en una entrevista, no sin algo de vergüenza, que, en la primera presentación de la revista, los cuatro editores lanzaron al público aviones de papel con poemas, en una cursi imitación del ultraísmo.

Otro texto emblemático de Toscano fue un ensayo aparecido en el cuarto número, que, con las mismas intenciones incendiarias de sus poemas y sus prosas, causa ternura desde el título: “El sentido de la cultura en nuestro mundo”. Sólo un chico de su edad es capaz de concentrar en un espacio así de reducido tanta soberbia e ingenuidad (que al final, son casi lo mismo).

Las colaboraciones de Toscano casi siempre se caracterizaron por un ímpetu vanguardista sellado por la desmesura en sus opiniones (como criticar a los Contemporáneos aunque Barandal los publicara) y por una irresponsabilidad (en forma y fondo) que sólo puedo calificar como envidiable.

Porque deseo dejarlo claro: no me estoy burlando. Muy al contrario, me parecen valiosos esos actos y esos textos porque hablan de un escritor dueño de un arrojo ejemplar, preocupado exclusivamente por el momento y no por hacer carrera literaria: a veces pareciera que la mejor forma de convertirse en escritor sucede cuando la escritura es una gozosa enfermedad de juventud y no un oficio, una costumbre calificable con esa palabra que Gombrowicz tanto temía: madurez. Porque, como toda buena llamarada, Salvador Toscano, tras el fin de Barandal, poco a poco abandonaría la literatura para convertirse en un destacado historiador que escribió valiosas obras sobre el arte precolombino y una genial biografía de Cuauhtémoc.

Típico final: una revista dura escasos siete números. En el transcurso se conocieron escritores generosos, se tomó por asalto a algunos lectores desprevenidos y seguramente nadie ligó con el pretexto de tener una revista. Después algunos miembros siguen escribiendo poemas, editan más revistas, hacen “carrera”, maduran, mientras otros lentamente se decantan por otros temas, escriben sobre otras cosas, se curan al fin de esa encomiable enfermedad llamada literatura.


Autores
La redacción de Tierra Adentro trabaja para estimular, apoyar y difundir la obra de los escritores y artistas jóvenes de México.
(nació en la ciudad de México, en 1988) es autor de los poemarios Singles (RDLPS, 2008) y La radio en el pecho (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010). Ha colaborado en revistas como Luvina, Punto de Partida y Literal, entre otras. Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. En 2013 fue acreedor del Premio Punto de Partida de Poesía. Ha sido becario del FONCA.