Los “Barandales” de San Ildefonso
[…] ojos claros, cabello rizoso y oscuramente rubio, fina tez con saludables colores de altiplanicie, algo nórdico en el ensueño de la mirada y otro poco de mediterráneo en la pasión de la palabra y la estampa apolínea, llovido de cielo y mexicano de la tierra, prodigioso injerto de lo mejor de fuera y lo mejor de dentro, arquetipo de la élite joven de entonces y de la madura de nuestros días. Tímido, o más bien ya refrenado, con explosiones pronto suavizadas por la mucha y la mejor lectura, inteligencia penetrante hasta la duda y sensibilidad doliente hasta la desolación, espontáneo y confidencial en la entrega de su corazón y en seguida torturado y distante hasta la hosquedad […]
La descripción resulta inspirada. Proviene de Don Pedro de Alba y su tiempo (Editorial Cultura, 1962), de Andrés Iduarte, que recoge conversaciones y anécdotas como profesor de la Escuela Nacional Preparatoria, la más prestigiosa del país a comienzos del siglo XX. Se refiere a un joven que en 1930, a los dieciséis años, habría de mostrar su devoción y compromiso con la palabra a través de su obra: Octavio Paz.
Un año antes, los acontecimientos políticos habían marcado la vida de la sociedad mexicana. Los estudiantes universitarios paralizaron los colegios y facultades de la Ciudad de México; luchaban por la autonomía de su casa de estudios y la obtuvieron hacia finales de julio.
La figura de José Vasconcelos —“maestro de la juventud de América”— era el eje sobre cual se movían las aspiraciones juveniles del país. Después de su labor al frente de la Secretaría de Educación Pública y de su auto exilio en Estados Unidos durante 1925, había regresado a México para emprender una campaña electoral con miras a la presidencia de la República. Muchos de los jóvenes que habían luchado por la autonomía universitaria se encontraban entre sus partidarios. Sin embargo, en los comicios electorales de noviembre gana Pascual Ortiz Rubio. Los jóvenes adeptos de Vasconcelos repudiaron los resultados en numerosos actos de protesta.
Paz siguió todos esos sucesos con interés y atención, pero no participó en la huelga estudiantil ni en la campaña vasconcelista, aunque alguna vez marchó por las calles gritando “vivas” en su favor.
Era muy joven. Todo eso ocurría un año antes de que él entrara a la preparatoria. En la preparatoria cambia. Crece rápidamente. Brilla por sus lecturas y su inteligencia. Y empieza a darse a conocer como poeta.
Con un grupo de condiscípulos funda, al amparo de los murales revolucionarios del antiguo colegio jesuita de San Ildefonso, pintados por Diego Rivera y Clemente Orozco, una revista: Barandal. Sus editores son Rafael López Malo, Arnulfo Martínez Lavalle, Octavio Paz y Salvador Toscano. Se les conocía como Los Barandales. Cada uno tenía su propia personalidad y cualidades, también compartían ciertas coincidencias: todos tenían una herencia literaria familiar.
Salvador Toscano, hijo de un ingeniero constructor de caminos y precursor de la producción y exhibición de cine en México, era de cabello negro y corto, de cara seria y mirada viril. Acostumbraba intervenir en disputas y actos políticos, además de ser un estudioso de la Revolución mexicana, la arqueología y el arte; provenía de un hogar culto, si nos remitimos al testimonio de Iduarte.
Su hermana Carmen, un par de años mayor que él, había publicado un libro de poemas titulado Trazo incompleto, y en el otoño de 1941 saldría a la luz su revista Rueca, según cuenta Rafael Solana.
De cabello rubio y tez rojiza, Rafael López Malo —según la descripción de Iduarte—, era inteligente y emotivo, de finas maneras y buen discurso, cualidades que lo perfilaron hacia la línea jurídica y social. Iduarte dice que “su pasión contra la injusticia organizada era ardiente y a la vez severa, sin perdón para los satisfechos ni para los blandos, sin cuartel para los ricos ni para los claudicantes”. Fue hijo de Rafael López, poeta y autor de “La bestia de oro”, un poema célebre y memorizado entre los jóvenes de la época.
A propósito de López Malo, el director de la Preparatoria en ese entonces, Don Pedro de Alba, suplicó alguna vez al maestro Iduarte:
—No me lo precipite a Rafaelito, Andrés, sino deténgamelo… No cree mucho en mí porque por mi amistad con su papá y mi trato con toda su familia, me ha visto en pantunflas [sic], conoce mis defectos, y no me hace caso. De ese muchacho volcánico ocúpese usted solito.
También el padre de Arnulfo Martínez Lavalle, Miguel Martínez Rendón, estaba dedicado a la vida literaria. Era miembro del Bloque de Obreros Intelectuales (BOI), redactor de la revista Crisol, partidario de la literatura y el arte comprometidos y, por lo tanto, enemigos de los Contemporáneos. Fue, además, quien se empeñó en sacar el primer número de Barandal, aunque estuvo muy lejos de verse como el protector de la nueva generación, pues los Contemporáneos fungieron como consejeros desde un principio, especialmente Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo.
Al lado de los fundadores de Barandal, también destacaron como colaboradores Enrique Ramírez y Ramírez, Raúl Vega Córdoba y José Alvarado.
Ramírez y Ramírez era de contextura delgada, bajo de estatura, de facciones finas y pálido, ojos penetrantes, hondos y quietos. Solía usar una cachucha gris hasta las negras cejas; era capaz de expresarse en público con disciplina y ponderación, como refiere Iduarte en su testimonio.
Vega Córdoba era de cabellera lacia y larga, de ojos vivaces y maliciosos, y bigotillo desperdigado y casi invisible; su cuerpo se desmadejaba de tan flaco y elástico. Era rebelde y constantemente polemizaba sobre política. Lanzaba discursos y desencadenaba grandes trifulcas que llegaban a las clases y corredores de la Preparatoria, y al final terminaba con una carcajada sarcástica y caricaturesca.
José Alvarado era un joven espigado, de tez rojiza y cabello negro ensortijado. Tenía una mirada alegre y una mente lúcida que se distinguía por poseer una posición firme y una valiente actitud de denuncia y protesta, según relata Raúl Rangel Frías en “José Alvarado, el joven de Monterrey” (en Luces de la ciudad, UANL, 1978). Talentoso y precoz, a los quince años Alvarado ya había publicado cuentos en la Revista Estudiantil en su natal Nuevo León.
Octavio Paz tuvo contacto con la literatura desde muy temprana edad. Su padre y su abuelo se dedicaron al periodismo político, aunque cada uno con su propia visión, pues la Revolución mexicana los situó en bandos opuestos. De adolescente, ayudaba a su padre copiando a máquina artículos o textos que trataban de la Revolución mexicana, y también textos escritos por placer, a veces desde un punto de vista literario. Alrededor de los doce años descubre la gran biblioteca de su abuelo, que será en adelante su habitación predilecta y a la que tendrá acceso sin el menor reparo.
Aun con estas coincidencias entre los Barandales, la figura de Octavio Paz sobresalía entre ellos. Según la opinión del director de la Preparatoria, don Pedro de Alba, en el joven Paz se distinguía a un poeta que trataba de encontrarse a sí mismo y descubrir su propio camino.
Otro aspecto fundamental es la formación intelectual del grupo, delimitada por sus preferencias literarias. Por la revista Contemporáneos se enteran de las novedades literarias extranjeras y descubren la poesía moderna; las traducciones de poetas norteamericanos, franceses e ingleses les permiten ampliar su mundo literario. Para Paz fue determinante la lectura del poema “La tierra baldía” de T. S. Eliot (en traducción de Enrique Murguía) y “Anábasis” de Saint John-Perse (traducido por Octavio G. Barreda); así como “El matrimonio del cielo y el infierno”, de William Blake en traducción de Xavier Villaurritia. Además, en un número especial dedicado a la poesía moderna, conocen a otros poetas hispanoamericanos como Jorge Luis Borges y Pablo Neruda.
Los Barandales gozaban de un acervo literario diverso y variable, pues herederos de la “curiosidad universal” de los Contemporáneos, reciben con entusiasmo la Antología de la poesía española (1915-1931). Como lo comenta el mismo Octavio Paz en una entrevista (revista Letras Libres No 7, julio, 1999): “Fue una aventura, la devoramos todos nosotros y también la antología de Contemporáneos”. Dirigida por Gerardo Diego incluía a los poetas de la generación del 27: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, García Lorca, Rafael Alberti, Emilio Prados, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y Vicente Aleixandre; también a los hermanos Machado, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Moreno Villa, Fernando Villalón y Juan Larrea. A diferencia de esta antología que “no es en modo alguno un alarde de grupo, una demostración intransigente de escuela”, como Gerardo Diego afirma en el prólogo. Por otra parte, los Barandales también leyeron con ánimo la antología publicada por sus antecesores. En 1928 —casi al mismo tiempo que salía a la luz el primer número de su revista— los Contemporáneos publican la Antología de la poesía mexicana, que fue duramente criticada por excluir a poetas de renombre e incluir a los mismos redactores de su revista.
En este contexto literario y cultural, la revista Barandal empieza a circular de forma regular en agosto de 1931 y hasta marzo de 1932. Su título tenía que ver con los corredores de la Preparatoria y porque los jóvenes apoyaban en esta publicación sus discusiones y lecturas, según relata Ortiz de Montellano (recogido por Salvador Novo en La vida en México en el periodo presidencial de Manuel Ávila Camacho). Tuvo un tiraje de siete números y cada ejemplar era de entre dieciséis y veinticuatro páginas, sin contar los suplementos. Costaba veintiocho centavos y la suscripción a seis números, un peso.
La revista Contemporáneos le da la bienvenida a Barandal, en su número 39 del mes de agosto, en la sección “Motivos”, en una nota firmada por Bernardo Ortiz de Montellano, donde anuncia:
Nueva Revista Mexicana
En sus cuatro años de existencia, “Contemporáneos” se ha visto confortada con la aparición de algunas revistas de principios semejantes a los nuestros. Primero, “Bandera de Provincias” y “Campo”, ahora, “Barandal”, apoyo de una generación próxima y cercana —cuatro nombres: Octavio Paz, Rafael López M., Salvador Toscano y A. Martínez Lavalle— que con buen gusto y seguridad inteligente inician la obra de eso que nuestro aislamiento llama una generación.
Este es el bautizo literario de Barandal y la presentación oficial de sus fundadores como grupo. En la cita anterior resulta claro que los Contemporáneos consideran a Barandal con principios semejantes a los suyos mas no iguales, pues esta revista hereda algunos aspectos de sus antecesores y, sin embargo, llegan a formular sus propias dudas e interrogantes acerca de la literatura que se produce en ese momento.
La revista fue bien recibida por los jóvenes estudiantes de la Preparatoria. Rafael Solana, quien pertenecía a la generación de estudiantes que venía detrás, recordaría años después (recogido en Las revistas literarias de México, 1ª serie, INBA, p. 87) la acogida de Barandal entre sus compañeros:
Nos quedamos paralizados de admiración, de estupor, cuando un amigo a quien tuteábamos, un compañero de la escuela secundaria [sic], Octavio Paz, sacó la suya, en agosto. Era una revista pequeña, de poco cuerpo, pero limpia, joven, nueva. Todo en ella nos parecía fresco. Y ver el nombre de uno de nosotros mismos, casi, de Octavio, que era apenas, escolarmente, un año mayor, nos deslumbraba, pues parecía poner al alcance de nuestras manos los sueños más caros. Octavio se había reunido con otros jóvenes de su mismo año, y se acercaba un poco a los que eran mayores que él; pero jamás dirigió una mirada hacia abajo, hacia nosotros los que le parecíamos, un año menores que él, niños.
Sin embargo, Octavio Paz también recordaría más tarde que el primer número de Barandal provocó un gran escándalo en la preparatoria por su “tono beligerante”. La revista se refería en tono sarcástico y burlón a maestros y personajes consagrados de la literatura. El profesor de este grupo de jóvenes, Andrés Iduarte, recuerda una conversación con el director de la preparatoria (recogido en Don Pedro de Alba y su tiempo):
Me decía don Pedro:—A Octavio, a Salvador, a Rafaelito, a Vega y a todos los de primero no les pida usted que escriban sus reconocimientos… Nomás converse con ellos, vea lo que estudian, lean juntos… Eso no sólo es justo, sino atinado, porque, al fin y al cabo, harán siempre lo que quieren. Y hay que dejarlos porque valdrá mucho cuanto se les ocurra…—A éste (a Octavio), no lo molesten para nada, Andrés. Que hoy nos quiera y mañana nos deje de querer, no importa: tendrá sus razones ocultas, las ocultas razones que nosotros no entendemos. Va a ser un gran escritor y cuanto quiera ser. ¿Ha visto el último Barandal?
Las críticas, sarcasmos e ironías que causaron tanto revuelo de comentarios provenían de la sección “Notas”. En el número 1 de Barandal se refieren al filósofo Antonio Caso —que en esta época el director de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional— con el siguiente comentario:
No nos explicamos esa coquetería de ciertos filósofos que se atreven a publicar un libro de versos, sin otra cualidad que un academismo aplastante. Decididamente el ejemplo de Unamuno fue funesto en México. (p. 32)
Era evidente que esta clase de comentarios no pasarían inadvertidos ante los profesores. Sin embargo, y a pesar del escándalo, a lo largo de los siete números siguen atacando continuamente a los escritores veteranos, en el número 2 se lee:
Francisco Monterde García Icazbalceta —es un solo nombre— acaba de publicar una “Antología de Poetas y Prosistas Hispanoamericanos”, en la que no se digna a considerar a México. Lo felicitamos sinceramente ya que esta forma nos absolvió de la lectura de un “Oro Negro”, que resultó ser cobre. (p. 59)
Francisco Monterde es uno de los escritores pertenecientes al grupo formado por Julio Jiménez Rueda, Genaro Estrada y Jesús T. Acevedo entre otros, llamado Colonialismo y que funcionó de 1917 a 1926. El enfado por parte de los fundadores de Barandal es obvio, la exclusión de poetas y prosistas mexicanos es una negligencia inadmisible, que bien podría significar que el autor no considera a ningún poeta mexicano merecedor de ser incluido en la antología.
La siguiente nota aparece en el número 2 y es una defensa ante el ataque del escritor Baltasar Dromundo a la nueva generación:
Baltazar [sic] Dromundo (no te engañes, lector, no nos referimos al rey mago), Baltazar [sic] Dromundo “encaramado en su pedestal” se asomó a lanzar piedras al tejado de las generaciones que lo predecen [sic], hosanas [sic] a su generación y ataques rabiosos a una generación que aún no rinde sus frutos. Tenía razón Jules Renard: “De boca de los viejos sólo salen frases históricas”. (p. 23)
Los continuos ataques de los Barandales contra los grupos que les antecedían fueron característicos de su generación. Les servían para atraer la atención de los más viejos, lo cual ofrecía un incentivo muy fuerte. La revista Barandal obtiene el reconocimiento de los Contemporáneos, que además de colaborar en ella también la apoyan económicamente.
Octavio Paz comentaría tiempo después en una entrevista: “Carlos Pellicer exaltó la revista, le parecía magnífica. Novo y Villaurrutia nos llamaron porque querían colaborar. Ellos nos animaron mucho”.
El apoyo de los Contemporáneos hacia los jóvenes editores fue más que evidente al aceptar su invitación para participar en la revista con un suplemento. Aunque los jóvenes insistían en no compartir los ideales literarios de sus antecesores, no podían negar que al mismo tiempo los admiraban. Eran conscientes de que había que hacer una publicación de calidad y la participación de poetas más experimentados y de renombre le daría a la revista un matiz más controvertido, ya que se unían de esta manera diversos puntos de vista literarios en una sola publicación dando lugar al debate y la diversidad de opiniones.
En el número 3 se publica el primer suplemento cuyo autor es el profesor Carlos Pellicer, se titula “5 Poemas” y contiene: “Retórica del paisaje” y dos “estudios”, uno de los cuales incluía tres poemas; el primero fue escrito un año antes y los otros cuatro en 1931. En el siguiente número sale el segundo suplemento, que incluye fragmentos de una novela de Salvador Novo titulada Lota de Loco y que, al parecer, nunca completó. El tercer suplemento es el de Xavier Villaurrutia titulado “Dos nocturnos”. Fue una edición especialmente diseñada por el mismo Villaurrutia, pues fue él quien decidió que los forros de la plaquette fuesen del papel con que se cubren los muros de las habitaciones, de color verde y oro sobre fondo negro: “Más que una confesión, una definición […] colores nocturnos como su poesía”. Lo anterior son las palabras de Octavio Paz en Xavier Villaurrutia en persona y en obra.
No hay que olvidar que la participación de los Contemporáneos en los suplementos es lo que le suma valor literario a Barandal, pues, aunque los redactores tenían talento, eran desconocidos y con poca experiencia literaria. Además, la publicación de una revista no solamente permite que la nueva generación entre en contacto con los poetas y críticos de la época —En Xavier Villaurrutia…, Paz escribiría que estos “primeros encuentros con Villaurrutia fueron superficiales y no los recordaría si no hubiese sido el principio de un trato más frecuente”—, sino que a partir de esto los sitúa e integra, poco a poco, como una comunidad literaria.
Destaca a lo largo de Barandal una postura grupal subversiva en contra de las vanguardias, especialmente contra los Estridentistas y los Contemporáneos y, de forma general, a los escritores y poetas que les anteceden. Resulta evidente que hay una urgencia por posicionarse ideológicamente en el ámbito literario. Algunos de los colaboradores de Barandal no perdieron oportunidad para dejar claro este rechazo.
En el número 7 de Barandal, en su ensayo “Fuga de valores” dice Salvador Toscano:
Estamos enfermos de modernidad, nos ahogan los ismos […] el arte que estamos viviendo: el surrealismo freudiano de Breton, el falso platonismo de Gide, el dadaísmo de Tzara o el futurismo de Marinetti, todas las escuelas literarias corren bajo nuestra inquisitiva mirada.
Hay que señalar la clara contradicción en la que estaban inmersos los jóvenes editores, pues por una parte Toscano se quejaban de los “ismos” y, por otra, en el primero habían publicado, ingenuamente, el texto “Estética de los avisos luminosos”, de Marinetti, lo cual resulta un poco extravagante, pues el Futurismo había terminado hacia 1916. Toscano prosigue en su ensayo:
De España leíamos, del pensamiento más radical y más inteligente que escribió [sic] sobre la vanguardia en la encuesta de la Gaceta Literaria, afirmaban en casi su totalidad que la vanguardia es una posición, una postura; no un arte, como en México quieren indicar los orientados. Bergamín, Giménez Caballero, Rosa Chacel, Moreno Villa, etcétera, sostenían que la vanguardia no tiene postulados. “Juzgo bien a la vanguardia, dice Moreno Villa, la considero beneficiosa por lo que irrita a la mediocridad, a la beocia, a la sensatez, a la banalidad y al snobismo [sic]”. Así como pretendemos nosotros a la vanguardia, como un gesto de rebeldía, pero nunca como una escuela.
Rafael López Malo hace una crítica sin reparo alguno hacia un autor más reconocido. Con un título de entrada desolador: “Desolación en el último libro de Renato Leduc”, el joven arremete contra la novela Los Banquetes en el número 7:
Después de leer “Los Banquetes”, quasinovela, nos queda la amargura en los labios. […] Parece que el autor se propuso ver todo a través de la intrascendencia. Después de su lectura quedamos deseosos de algo más firme, de alguna verdad.
En el texto “Anecdotario de un muerto”, escrito por Arnulfo Martínez Lavalle en el número 1 de Barandal, resulta obvio que el autor conoce bien al grupo Estridentista y sus particularidades al poner al maquinismo contra el romanticismo: “Mi compañero es un reaccionario. Aborrece el comunismo; el maquinismo (lo tacha de complicado) el amor libre (lo tacha de simple), le encanta Marte, la Luna, etcétera”. Más adelante los tiene por un grupo acabado: “En la tierra sólo viven los viejos y una familia que se dice estridentista”.
A lo largo de los siete números de Barandal, Enrique Ramírez y Ramírez participa con tres colaboraciones. De ellas destaca “La soledad en el mundo nuevo” en el que contrapone la idea de soledad en el hombre contra la imposición de un mundo de estructura colectivista. Raúl Vega Córdoba también tiene tres participaciones, una de ellas “Notas de juventud”, un texto que trata sobre cómo se ha asumido el tema de la Revolución entre los jóvenes. José Alvarado participa solamente con una colaboración en el último número de la revista. Su “Colocación sin colores” aborda el ámbito de la fotografía y el cine; temas que serán recurrentes en el trabajo periodístico de este autor. Sin afán de arriesgarse, al contrario de sus compañeros, elude el tono beligerante y agresivo.
Es Octavio Paz quien participa en el número 5 de Barandal con un texto que en el cual se asoman ya las ideas que marcarían su obra futura. Antes de abordar “Ética del artista”, es preciso considerar el contexto político y cultural. Con todo, y pese a su propósito de negar el pasado, la existencia de otros grupos provoca que los integrantes de Barandal se sitúen a favor o en contra. Es decir, les obliga cuestionarse sobre diversos aspectos literarios y decidir seguirlos o no. Un año después del fin del movimiento Estridentista en 1928, aparecen los Agoristas, que tuvieron su origen “en el estudio de las condiciones de intensa lucha social que predominaban en el mundo y se desarrollaban en México.” Los Agoristas se definían como una “intelectualidad expansiva en dirección a las masas”. (Ambas citas son de José María Benítez en Las revistas literarias de México, 1ª serie, INBA, México, 1963, p.152) Con este movimiento se empieza a difundir la idea del arte comprometido, ya que su interés central fue que sus particulares realizaran literatura y arte de contenido social para ponerlo al servicio de las mayorías trabajadoras.
Con la desaparición de los Estridentistas y los Agoristas, surge como continuador de sus ideas el Bloque de Obreros Intelectuales (BOI) que para difundir sus postulados crea la revista Crisol. Este organismo se propone, a través de su publicación, definir y esclarecer la ideología de la revolución respecto a la literatura: discutir o señalar problemas de interés nacional o internacional. Sobre todo, dan preferencia a los estudios sociales, políticos y económicos, sin olvidar otras ciencias y las bellas artes. (Benítez, p. 152)
Es así como se comienzan a difundir en México con más intencionalidad la práctica de una literatura y un arte comprometidos, que estarán en oposición con el arte puro, característico del grupo Contemporáneos. En 1931, en México, se funda otro organismo que se sitúa en favor de la literatura y arte comprometidos socialmente: el muralista David Alfaro Siqueiros, los pintores Pablo O´Higgins y Leopoldo Méndez y el escritor Juan de la Cabada crean la asociación Lucha Intelectual Proletaria (LIP) y su publicación Llamado, que sólo llegó a publicar un número. Su portada mostraba una mano que tira de un silbato de fábrica; también se organizan exposiciones pictóricas, por ejemplo la que se lleva a cabo en el Casino Español a cargo de Siqueiros. Para los fundadores de Barandal la aparición de estos grupos y el ambiente de la época contribuyen a que se formulen la siguiente pregunta: ¿Arte revolucionario o arte puro? Sobre las ideas que se manejaban en aquella época, Paz comentó en 1991:
Entre los poetas que leíamos con pasión en aquellos días [poco antes de los años treinta] estaban Paul Valéry y Juan Ramón Jiménez. Aunque sus ideas acerca de la “poesía pura” eran distintas y aun opuestas, ambas condenaban a la poesía ideológica y el arte de tesis. Pero hacia 1930 nos enteramos de que varios artistas más jóvenes y de talento habían abrazado con entusiasmo la poesía revolucionaria. […] Nos impresionó mucho la actitud de Auden, Spender y otros ingleses. Algunos intentaban superar la oposición entre revelación y revolución; André Breton, por ejemplo, afirmaba que, por sí misma, la revelación poética era revolucionaria. Todas estas ideas y posiciones nos llegaban de una manera confusa y fragmentaria. (Octavio Paz. “La casa de la persistencia”, Ínsula, núms. 532-533, p. 55)
Las ideas de Paz oscilaban entre estas dos posturas y, para definir su posición, escribe su primer ensayo titulado “Ética del artista”. Él mismo llegará a confesar más tarde que no sabía con claridad lo que realmente quería y pensaba cuando lo escribió:
Por una parte, admiraba a los poetas de la generación anterior —el grupo de la revista Contemporáneos, defensores de la poesía pura; por otra, sentía nostalgia por el arte de las grandes épocas que identificaba, por influencia de mis lecturas alemanas, con un arte y una poesía integradas en la sociedad: la polis clásica o la Iglesia de la alta Edad Media. (Ínsula, p. 55)
En el número cinco de Barandal, Paz propone en su ensayo las siguientes cuestiones:
¿El artista debe tener una doctrina completa —religiosa, política, etcétera— dentro de la que debe enmarcar su obra?, ¿o debe, simplemente, sujetarse a las leyes de la creación estética, desatendiéndose de cualquier problema?¿Arte de tesis o arte puro? (Ínsula, p. 55)
Comparando las características del arte de tesis y del arte puro, Paz hace el siguiente razonamiento: el arte puro está sujeto a las leyes de creación estética, el artista debe ser simplemente artista y la obra de arte sólo arte; mientras que el arte de tesis “pone toda su vida y su potencia al servicio de motivos extra artísticos. Motivos religiosos, políticos o simplemente doctrinarios, como el surrealismo” (Ínsula, p. 149) para el arte puro: “El arte no es juego. Ni política. Ni economía. Ni bondad. Es solamente arte”. (p. 148) Considerando la función del artista, con respecto al arte puro,
No existe ningún problema ético y humano que lo agite, en cuanto se relacione con su oficio y su vida como tal, a no ser aquellos que se refieren a los de su arte en particular y los problemas internos que él suscite, como el de las formas o el de la técnica. (Ínsula, p. 148)
Por el contrario, a los artistas partidarios del arte de tesis no les importa el “mérito técnico de su obra, sino el impulso de elevación y de eternidad que ella posea”. Mientras que en la práctica del arte puro el hombre “pierde toda relación con el mundo” y su arte es individualista por ser intimista, en el arte de tesis la obra es colectivista, ya que reúne bajo una misma postura política, religiosa, etcétera, a varios artistas.
Un aspecto importante del arte de tesis es la trascendencia de la obra en el tiempo, en tanto que puede tomar un carácter histórico; por el contrario, en el arte puro el hombre pierde todo sentido de humanidad trascendente porque le interesa lo que es exclusivamente artístico. Entiéndase que el arte comprometido o de tesis no abarca el llamado “arte de propaganda”.
En principio podría considerarse a “Ética del artista” como un manifiesto colectivo (sin embargo, al optar por un arte comprometido al servicio de una ideología o doctrina que lo pone en una posición subversiva ante el grupo de turno, los Contemporáneos), es evidente que la trascendencia de la obra en el tiempo y el espacio requiere de un poeta comprometido, precisamente, con trabajar en el desarrollo de una propuesta poética que abra las posibilidades de creación y cree nuevos referentes. Y de los Barandales sólo el joven Octavio estaba ya dispuesto a realizar su obra en esta línea.
Barandal fue la búsqueda de una posición que enmarcara al grupo de jóvenes dentro de la comunidad y los distinguiera de los grupos literarios que los antecedían. Definirse ante la diversidad de posturas requiere una maduración de ideas y conceptos, y colaborar en una revista permite a los Barandales entrar de lleno en un espacio de ejercicio. Además, las revistas son un recurso utilizado para darse a conocer y para estos estudiantes anónimos resultó el medio más idóneo para dar a conocer sus primeras creaciones.
En una primera impresión podría afirmarse que Barandal fue una revista con personalidad grupal: no había un director, sino un grupo de editores que promovieron su publicación. Sin embargo, resulta evidente que Octavio Paz actuó como el líder del grupo; además, mientras los otros colaboradores de la revista tomaron rumbos muy diversos, el joven Octavio fue fiel a su vocación como poeta, ensayista y editor de revistas. López Malo y Martínez Lavalle se dedicaron a la abogacía, Toscano también hizo carrera como abogado, antropólogo y crítico de arte, y José Alvarado se dedicó al periodismo. Como apunta Rafael Solana: “la generación de Barandal se extinguió, literariamente, como su efímera revista. Sólo habría un superviviente: Octavio Paz”. Hoy podríamos imaginar sin esfuerzo la figura solitaria y firme de un joven Paz de dieciséis años en San Ildefonso, recargado en el barandal del último piso, contemplando el mundo, reflexionando sobre el hombre, escribiendo.