Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

A Diana Minerva, Guerrera, Dianísima.

La intermitencia del cursor se mostraba impaciente ante la duda. Había escrito en el espacio reducido de la ventana una sola línea contundente: “Me quiero fumar tu esencia de una sola calada”. La repasó con la mirada, deteniéndose un instante en las últimas palabras. Se decidió a leerla una vez más, ahora en voz alta. Sólo luego de escucharla se sintió tan satisfecho que resolvió presionar la tecla.

Enter.

No quedaba sino mirar la pantalla. Un teclazo más para refrescar —nada aún— y seguir a la espera.

Sus dedos, un viaje continuo de Enter a F5.

@Atrio —es decir, la persona detrás de aquel nombre de usuario— se había resistido durante algún tiempo a unirse a aquella popular red social que permitía publicar actualizaciones siempre que no superaran los ciento cuarenta caracteres. Microblogging, le llamaban. Uno de esos neologismos que a él le resultaban incomprensibles. ¿Por qué no le daba una oportunidad?, habían insistido algunas amistades. Pero no, él jamás se convertiría en uno de esos personajes grises que se pasaban la vida detrás de un ordenador. Qué manía la de algunos de escribir intimidades como si al mundo le importaran, como si a éste le fueran fundamentales. Millones de voces, todas reclamando un lugar protagónico en el mundo, indistinguibles la una de la otra. Voces ansiosas por hacerse escuchar, desesperadas por establecer contacto porque sabían, en el fondo, estaban solas.

Todos, recluidos en nuestras mentes, infranqueables para los otros, estábamos solos. Infinitamente.

Así que aquellos personajes escribían empujados por la urgencia de sentir que su paso por este mundo importaba, que eran únicos y tenían algo sustancial qué decir. Insoportable pensar que la existencia se sostenía de la lenta acumulación de momentos en su mayor parte intrascendentes. Lo suyo era una tácita resistencia contra la irrelevancia, lo cual resultaba un tanto cómico, si se tenía en cuenta que nadie, en aquella red, tenía un nombre propio, sino un frío y deshumanizado nombre de usuario. ¿No era acaso mejor salir al mundo, relacionarse con gente real? Realidad. Pensándolo mejor, aquel concepto le resultaba muy subjetivo. La única realidad era que la realidad no les bastaba. Por eso había quien se construía esas ficciones y prefería vivir en la virtualidad. Por eso existía la literatura, el cine: la realidad les parecía insuficiente. La realidad siempre decepcionaba.

Pero eso fue antes.

Entonces, @Atrio aún tenía un nombre y apellido.

 

El mensaje esperado llegó minutos más tarde.

Yo soy de esas a las que la poesía les completa el mundo y les rasga las venas. Esas que no son musas y lloran la ausencia. Esas.

@Dianisima. 8 minutes ago via Twitter for iPhone.

Aquel tuit le dibujó una sonrisa. @Atrio se ajustó las gafas y se inclinó un poco más hacia el monitor. Creyó reconocer en él una respuesta. Con toda certeza aquella joven había reconocido el lenguaje poético en el brevísimo texto y ahora sentía la necesidad de responder que, a ella, su poesía la completaba.

Se trataba de tuits en diálogo, comenzó a teorizar. Aquellos que se enviaban sin necesidad de dirigirlos porque no era preciso, pues el destinatario los leía y comprendía que le hablaba de manera directa. ¡Bien sabía él que tales conversaciones eran posibles! Aunque, por supuesto, la posibilidad de que otro usuario se sintiera aludido siempre estaba latente. En aquel mar de avatares no era poco frecuente que algún usuario escribiera un texto con alguien en mente y que, sin embargo, todos, a excepción del destinatario original, se sintieran aludidos. ¿Por qué no echar mano de los mensajes privados, entonces? No era lo mismo. No. Este —soltar palabras al aire en espera de que alguien más las atrapara al vuelo— era un acto poético. @Atrio quería hacerle saber a @Dianisima que había atrapado sus palabras. Y sabía.

Entonces apuntó el cursor sobre el icono en forma de estrella. Apareció una pequeña etiqueta que rezaba favorite. Clic y a seguir a la espera.

Sus dedos, un viaje continuo de Enter a F5.

 

Un artículo en el diario le había hecho reconsiderar su postura respecto a aquella red social. Hablaba sobre una convención en la que algunos escritores —serios, había que aclarar— promovían la tuiteratura. Otro neologismo. ¿Sería verdaderamente posible hacer literatura con la restricción de ciento cuarenta caracteres? “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, recordó en voz alta. Luego tomó un bolígrafo y escribió al margen del periódico el brevísimo cuento de Monterroso. Contó cincuenta y un caracteres entre letras, espacios y signos de puntuación. ¡Cincuenta y un caracteres! ¿Entonces qué era lo que hacía cuento a un cuento? Evidentemente, no era una cuestión de extensión. Eso le quedaba claro. ¿Se trataba, luego, del medio? ¿Era “El dinosaurio” más cuento que las publicaciones cortas en aquella red social sólo por haber sido compilado, impreso y presentado en formato de libro? Qué idea tan arbitraria. Decidió que no podía hacerse una opinión a priori, así que debía conocer más los alcances de aquel sitio en la red. Esa tarde optó por crear su propia cuenta con la clara idea de que, cuando menos, adoptaría un nombre de usuario con cierta carga poética porque, en un medio mecánico, la poesía era lo único que le impedía distanciarse de su humanidad.

Con cinco golpes al teclado la ventana de diálogo anunciaba su nombre: Atrio.

Enter.

 

Había pasado la tarde revisando algunos poemas inconclusos cuando decidió tomarse un respiro, leer los mensajes del día. Allí, ante sus ojos.

Yo a veces río, a veces mar.

@Dianisima. 5 hours ago via Twitter for iPhone.

Aquel verso —¡sí, definitivamente aquello era un verso!— le resolvió sus dudas. Ahora entendía que a través del microblogging era posible experimentar y llevar a cabo un intercambio importante. Aún no decidía si debía llamársele tuiteratura o no, pero veía un gran potencial en aquello. @Atrio se levantó de la silla, a toda prisa, decidido a buscar su libreta. Esa línea debía ser preservada, había que rescatarla de ese universo efímero que suponía la internet, de ese palimpsesto posmoderno que era el Twitter.

¿Si hiciera, tal vez, el experimento de imprimirlo en un libro? Nadie cuestionaría su categoría de arte, entonces. Acaso fuera esa misma tarde a la biblioteca, con ese brevísimo verso impreso en un trozo de papel y un adhesivo en mano. Caminaría entre los largos pasillos de estanterías y luego, en la sección de poesía clásica, abriría un libro al azar, pegaría ese micropoema en sus hojas —en las guardas o, mejor aún, entre las páginas en blanco que separan un capítulo de otro—.

Terrorismo cultural, se escuchó decir. Se rio de sí mismo.

Sí, quizás lo haría pero por ahora sentía una necesidad irrefrenable de establecer contacto con @Dianisima y conversar con ella.

De modo que volvió al ordenador. Había decidido dirigirle un mensaje —una mención, en la jerga tuitera—, así que puso empeño en escoger bien sus palabras. No quería hacer que pareciera un acecho aquel avance, pero deseaba un encuentro más personal con ella. Se secó el sudor de las manos en el pantalón. ¿Estaba nervioso? Debía reconocerlo, uno no se enamoraba de una persona, sino del concepto, la imagen que se hacía de ella. Eso era, uno se enamoraba de la idea del otro.

Sin embargo, @Atrio no podía declarar que estaba enamorado de @Dianisima —al menos en un sentido estrictamente romántico—, pero sí parecía estarlo de su mente. Tenía que conversar con ella. Debían ser amigos.

Finalmente logró esbozar un escueto mensaje en el que elogiaba su capacidad poética, además de proponerle un intercambio de correos. Su dedo se posaba con suavidad sobre la tecla, la acariciaba unos segundos para después retirarse como para prevenir una quemadura. ¿Por qué le costaba tanto trabajo? Después de titubear un instante se decidió a golpearla y someterse nuevamente al calvario de la espera.

Sus dedos, un viaje continuo de Enter a F5.

 

Inbox (131 messages, 1 unread)

From: noreply@postmaster.twitter.com

Ella (@Dianisima) is now following your tweets (@Atrio) on Twitter.

 

En poco tiempo, @Atrio se había convertido en un usuario consistente de aquella red social. Algunas veces se sorprendía de cuánto había cambiado su opinión respecto a la gente que recurría a este tipo de medios. Por supuesto, había personajes oscuros, sin vida, ocultándose detrás de la pantalla para agredir o hablar de una vida de la que carecían. Esos que sustituían esa realidad de segundo orden por la verdadera. Sin embargo, había que decirlo, algunos tendrían que saber lo suficiente de la vida como para escribir algunos tuits. Escribir aquellas cosas exigía cierta experiencia, ¿no era cierto? ¿Qué era aquello que le había enganchado a él, que sólo meses atrás se había opuesto tajantemente a su uso debido al efecto deshumanizador de estas redes? Dedujo que esa especie de flujo constante de conciencias, reclamando todas su lugar en el mundo, que estas redes suponían, resultaba fascinante.

Con @Dianisima había estrechado lazos de amistad —acaso inusual— que habían conseguido trascender la barrera virtual. Hablaban constantemente por teléfono.

Los tuyos no son tuits, sino stanzas, le dijo una ocasión. Era algo que en verdad creía. Otras veces conversaban sobre las publicaciones de uno que inspiraban las del otro.

Los lunares. Esos pequeños puntos suspensivos de la piel.

@Dianisima. 15 minutes ago via Twitter for iPhone.

Aprender braille para leer tus lunares, descifrar tu piel.

@Atrio. 13 minutes ago via TweetDeck for Mac.

Se querían, no había duda. Sin embargo les quedaba claro, también, que aquello no era una relación amorosa. Era una relación basada en el arte. Un acto creativo en conjunto, pensaba @Atrio. ¿Era posible amar a quien aún no se había conocido? Ciertamente no habían tenido ocasión de coincidir en un espacio físico, pero habían conversado, a veces durante horas, en múltiples ocasiones. Entonces @Atrio amaba su voz y la idea de ella. Además, hacía tiempo que @Dianisima había dejado de ser otro nombre de usuario. Ella era más que eso, más que su voz y la idea que @Atrio se había formado de ella leyendo entre líneas —un acto de reescritura, pensó, creativo por cuenta propia—. Aun más, si el ser se manifestaba en la consciencia, puesto que iba más allá de lo tangible, del cuerpo con el que se vivía, entonces él la amaba y no, no le era necesario verla en persona para ello.

Entonces encendió el ordenador para leer las actualizaciones pendientes de la noche anterior.

Que no llegue el día en que tenga que matar pájaros de origami para poder tener pedazos de papel en donde escribir.

@Dianisima. 1 day ago via Twitter for iPhone.

Le conmovió. @Atrio notó que las publicaciones de @Dianisima eran más esporádicas y, de súbito, la extrañó. De cuándo en cuándo se llamaban por teléfono, estaba tomando clases de pintura, había dicho. También le habían aceptado un poema en una revista electrónica independiente. Parecía estar bien. Al menos uno de los dos estaba, finalmente, viviendo en la realidad.

Lo que fuera que eso significara.

A falta de nuevas actualizaciones, @Atrio volvía a releer las publicaciones anteriores de @Dianisima. Se sorprendía sonriendo de nuevo con tuits que hacía tiempo creía olvidados. Intentaba marcar favoritos que ya habían sido marcados con anterioridad. Entonces sintió la necesidad de hacer una declaración. Ubicó, con el dedo en el trackpad, el cursor sobre aquella estrecha ventana que exigía una sentencia.

Escribió de corrido y esta vez no dudó en oprimir el botón.

Clic. F5.

Mis libros no te perdonan que a veces prefiera leerte a ti.

@Atrio. 1 minute ago via TweetDeck for Mac.

La respuesta no llegó esa noche, ni la siguiente. Pasaron varios días sin noticias de @Dianisima. No la llamaría, decidió @Atrio, no quería imponerse. ¿Estaría acaso reconsiderando la propuesta que le había hecho tiempo atrás? ¿Le disgustaba acaso la idea de visitarla en su ciudad, conocerse —al fin— en persona? Claro, debía ser eso. Ella se habría planteado mil preguntas y ahora no atinaba una respuesta. ¿Si él no era quien ella creía? ¿Qué pasaría si resultaba que había idealizado a un personaje que no existía en realidad? Realidad. Otra vez esa palabra.

No era de sorprenderse, esas dudas también lo habían asaltado a él.

Pero claro, @Dianisima tenía miedo de echar a perder esa ilusión que ambos habían escrito, porque sabía que la realidad podría decepcionarla. Siempre lo hacía. Le resultaba más fácil continuar viviendo aquella urdimbre porque, a diferencia de la realidad, jamás sería insuficiente. Lo que ellos habían creado era perfecto.

Clic. F5.

Quiero recibir una carta escrita a mano, en papel. Que me la traiga un cartero. Que el sobre que rompa desesperadamente tenga un sello. Ya.

@Dianisima. 1 minute ago via iPhone.

Tenía la respuesta ante sus ojos. ¿Por qué le había tomado tanto tiempo darse cuenta? Nada revelaba tanto en una carta como la caligrafía. ¿Le escribiría una carta? @Atrio tuvo una mejor idea: revisó sus libretas hasta encontrarlo, entonces tomó aquel trozo de papel que hacía tiempo había guardado. Retiró uno de sus propios libros del armario y adhirió aquel primer verso de @Dianisima en una de las páginas centrales. Había encontrado algo interesante en aquella red pero ahora era tiempo de devolverlo al mundo: de salir y hacerlo tangible.

Entonces envolvió el libro con sumo cuidado y adjuntó una nota que le anunciaba, sin más, su visita tres días más tarde.

Sus dedos, un viaje continuo del timbre al rótulo del destinatario.

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Ficha de hacienda equivalente a 1 mecate de "chapeo" (corte de maleza) expedida en la Hacienda Dziuché a finales del siglo XIX. Imagen recuperada de Wikimedia Commons. Collage realizado por Mildreth Reyes.
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