Inmerso, exposición fotográfica de Roberto Camargo
Hay diferentes formas de vivir un laberinto: mente, cuerpo, espacio. Como una obra, su complejidad depende del soporte del que está hecho. Las palabras crean laberintos donde transitan personas, bibliotecas borgeanas, por ejemplo. Un cuadro al óleo puede ser un laberinto, Piet Mondrian creía que el sujeto estaba dividido en tres estados que correspondían a un nivel teosófico y formaban así una unidad. Un cuerpo suele ser un lugar laberíntico, un objeto obsceno que ostenta infame sus cicatrices más profundas. Existen lugares abatidos por la premura con que fueron olvidados, el aire ahí se vuelve una grieta donde se avientan los restos de los náufragos, aquellos que perdieron el rumbo o lo olvidaron.
En todo caso, ser implica siempre emprender una trayectoria que sabemos de antemano inconclusa. Más aún, todo momento de encuentro es también de perdida de sí mismo. De adolescente quería experimentar qué tan distinta podía ser la realidad, qué tanto podía estirarse, hasta dónde finalmente era mía. Fui a la sierra y comí hongos alucinógenos, decidí entonces caminar, me perdí, un hombre vestido de blanco salió de entre los árboles y me hizo una propuesta: si quería saber tenía que ir, perderme un rato en aquella espesura, mimetizarme. Ese hombre era yo, por supuesto, diciéndome bajito, abre esa puerta; era demasiado pronto, tenía 17.
De eso trata Inmerso, exposición fotográfica de Roberto Camargo, del momento en que uno decide pararse en seco, detener la vorágine de las ocupaciones diarias, del trabajo y la vida citadina, para observar el entorno pero sobre todo para observarse a uno mismo. Inmerso es un viaje, el testimonio de una travesía interior reflejada en el afuera.
En el año 2011 Roberto comenzó este proyecto fotográfico mientras salía a caminar por las inmediaciones de su casa, en un bosque. De repente sentía que alguien lo observaba, tomaba entonces una fotografía. Con el tiempo empezó a percibirse como parte del entorno, una prolongación del espacio, esa amalgama.
Como suele pasar en esta ciudad, conocí a Roberto bailando. Su exposición tenía dos semanas de haberse inaugurado, a finales de marzo. Mientras bebemos le digo que no pude ir, él se ofrece a hacer el recorrido conmigo. No lo he dicho, pero su exposición es también un viaje, marca un itinerario. Las fotografías están distribuidas en tres espacios, en tres galerías de la ciudad de Oaxaca: Zegache, Tingladography y 411 Espacio fotográfico. Roberto quiso que los espectadores vivieran de esa forma sus imágenes, como lo hizo él, caminando.
La primera es la galería Zegache. Son las dos de la tarde y el sol cae metálico sobre mi espalda. Está a dos puertas del bar que solía visitar cuando estudiaba y visitaba Oaxaca los días feriados. El lugar era horrible pero la cerveza barata. Dentro de Zegache se expone un laberinto. Las fotografías son visiones casi circulares de unas ruinas, acercamientos. Mientras las observo me acuerdo de las mías, del monstruo que encontré en el centro. Roberto me explica que esas fotografías fueron reveladas por medio de cianotipia, son las diferentes formas de entrar al laberinto. Parecen dibujos, tinta que guía. ¿Y hay salida?, le pregunto.
La segunda galería es Tingladography. Hay un perro en la entrada, se llama Cumbia. Bonito nombre, le digo al dueño. Ahí sólo se exhiben tres fotografías. Empiezo a darme cuenta de que el tres es un número significativo en su obra. Roberto aparece en ellas, o mejor dicho, desaparece. Son autoretratos. En la primera se le van los ojos, luego se difumina su cuerpo, en la última termina por explotar y fundirse con el paisaje. Las ramas consumen lentamente su piel, lo abrazan. El uno es el todo. Revelación, páramo, visión del más allá que se encuentra aquí, cerca. Comunión de las ideas.
Lo mejor siempre está al final, me parece. La última galería es 411 Espacio fotográfico. Está ubicado frente a donde solía vivir cuando era niña. Al entrar nos topamos con un paisaje impreso en una lona que nos cierra el paso. Casi la atravesamos. El lugar al que Roberto iba a caminar cuando vivía en Puebla, me dice. En la siguiente sala entiendo mejor el recorrido, el encuentro, la libertad, esa entrega abierta. Es curioso pero mi tesis de licenciatura trata de algo parecido, de la mirada como trayectoria, como violento encuentro entre seres errantes.
Hay muchas formas para hablar de un sólo camino. Me dice que solemos llamar a personas o cosas con el pensamiento, atraemos mundos también. Pienso que sí, que cuando más he necesitado de alguien, esa persona, aunque sea un extraño, llega, y que cuando alguien más ha necesitado de mí, llego. A veces, sin embargo, simplemente coincidimos, nos encontramos. A veces, incluso, esto sucede en países ajenos. Percibo su mirada sobre las cosas en aquel bosque, esa mirada también es mía: desolación en la hierba seca, el sol doró los campos demasiado tiempo, piel metálica de serpiente, una hoja muerta, un cuerpo herido, la luz también se refleja en la piedra, el silencio puede fotografiarse. Un reflector dormido sobre la imagen, eso somos.
He despertado, por fin ha terminado mi propio laberinto. Me seducía, me pedía que no dejara de imaginar maneras de salir, escapatorias. Tenía que pararme en seco e intentar el silencio. Hubo un tiempo en que el silencio me caía como una manta helada. Ahora sé que es una respuesta, esa imagen donde simplemente me permito ser, y a la mierda lo demás, a la mierda el mundo y sus supuestos, sus presiones, sus pies en falso. Bebamos el silencio, seamos el aire que recorre los árboles, acaricia los cerros.
Roberto me dice que cuando tomaba las fotografías meditaba, atravesó así etapas de su propia psique, llegó a pequeñas iluminaciones. Le creo, cada vez encuentro más personas que han despertado a otra vida. Meteoros sobre la piel, llamadas de fuego. Yo soy han sido las palabras más dulces que he dicho, las más difíciles también. Veo por la calle que la gente va sedienta de sí misma, de un espacio cálido para recostarse en los días fríos, ese espacio donde uno pertenece, donde va a soñar todas las noches. Para poder vivir hay que tener sueños en los ojos, mares cristalizados, terrones de azúcar derretidos, placeres, carbones incandescentes, paisajes.
La exposición estará hasta mayo.
Ya lo dijo Walt Whitman en Song of Myself (Canto de mí mismo):
Me celebro y me canto a mí mismo. / Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, / porque lo que yo tengo lo tienes tú y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también. / Vago…… e invito a vagar a mi alma. / Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra para ver cómo crece la hierba del estío. / Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí, de esta tierra y de estos vientos. / Me engendraron padres que nacieron aquí, de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí, de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también. / Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta. / Y con mi aliento puro comienzo a cantar hoy / y no terminaré mi canto hasta que me muera.
Aquí una muestra de las fotografías de Inmerso: