Tierra Adentro

Titulo: Escenas de una vida de provincias

Autor: J. M. Coetzee

Traductor: Juan Bonilla, Cruz Rodríguez Juiz y Jordi Fibla, Mondadori

Editorial: Mondadori

Lugar y Año: México, 2013

Leí por primera vez a J.M. Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940) durante las vacaciones de Semana Santa de abril de 2003 que pasé en las playas de Oaxaca. Unos días antes había ido con un amigo a la Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo y en la mesa de novedades estaban dos libros suyos; mi amigo acababa de leer La edad de hierro así que me lo recomendó con particular entusiasmo. Entonces decidí que esas serían mis lecturas de vacaciones. Los libros eran: La vida de los animales (Mondadori, 2001) y una novela de nombre kavafiano, Esperando a los bárbaros (Debolsillo, 2003). Me fui, pues, con mi grupo de amigos a Zipolite y Mazunte con esos libros en la mochila.

Empecé con el más corto, La vida de los animales que es un par de conferencias sobre el dilema moral sobre los seres humanos y los animales y en las que ya aparece Elizabeth Costello, su pessoiano heterónimo: “Elizabeth Costello es escritora. Nació en 1928, lo cual quiere decir que tiene sesenta y seis años y va para sesenta y siete. Ha escrito nueve novelas, dos libros de poemas, un libro sobre ornitología y ha publicado bastante obra periodística. Es australiana de nacimiento. Nació en Melbourne y sigue viviendo en esa ciudad, aunque entre 1951 y 1963 pasó una temporada en el extranjero, en Inglaterra y Francia. Ha estado casada dos veces. Tiene dos hijos, uno de cada matrimonio”. Después, Coetzee reunió otras de sus conferencias proyectadas en ese heterónimo en el libro Elizabeth Costello (Debolsillo, 2006). En el caso de Esperando a los bárbaros, su lectura fue un auténtico shock del cual quedé trastocado todavía un par de días.

Cuando regresé a la Ciudad de México quise leer más de este genial escritor, entonces busqué con bastante ahínco en varias librerías y sólo encontré La edad de hierro (Mondadori, 2002), justo la novela que mi amigo había leído. Luego, busqué un poco más y sólo pude encontrar Desgracia (Mondadori, 2003). En aquellos días era lo poco que de Coetzee se podía encontrar en las librerías después de una desesperante búsqueda. Cuando estaba sumergido en la lectura de esa novela cruda y sorprendente que es Desgracia ocurrió lo que ya me había pasado mientras leía a Saramago: le dieron el premio Nobel de Literatura. A partir de ese momento los libros de Coetzee fueron más fáciles de conseguir: empezaron a reimprimirse viejos libros que la editorial había publicado años atrás y se les ponía en un lugar privilegiado de los estantes para no tener que hurgar entre ellos como si de un desastre atómico se tratara. No obstante eso, de la fama súbita y del boom de lectores, no dejé de leerlo. Seguí leyendo sus libros conforme aparecían pues, en el caso de Coetzee, el Nobel no fue en detrimento de su obra. En mi librero cuento y tengo 17 de sus libros: dos de ensayos (Costas extrañas, Debate, 2005; Contra la censura, Debate, 2007), su discurso de recepción del Nobel, “Él y su hombre”, y casi todas sus novelas, salvo la más reciente, La infancia de Jesús (Mondadori, 2013).

De esa manera, conforme aparecieron leí sus tres libros de memorias: primero Infancia (Mondadori, 2003), luego Juventud (Mondadori, 2002) y recientemente Verano (Mondadori, 2011), que ahora han sido reunidas con gran tino en un solo tomo, Escenas de una vida de provincias. Releídas así, de corrido, hacen que la lectura sea más poderosa. Ya en Foe (Debolsillo, 2006) como en Elizabeth Costello y, posteriormente, en Hombre lento (Mondadori, 2006) y Diario de un mal año (Mondadori, 2008), Coetzee ha hecho una afortunada mezcla de géneros entre el ensayo y la novela, y en el caso de sus memorias, entre el género autobiográfico, la novela y, en Verano, con el ensayo. El mustio niño que fue, da paso al joven tímido (siempre hablando de él como si hablara de otro) y finalmente al hombre reservado que fue, porque ya ha muerto, y que es recordado por otros. Coetzee frecuentemente hace ese juego de identidades, en las que el escritor, con una prosa austera y concisa, presenta a su personaje como si fuera él y el lector se confunde; la metaliteratura en estado puro. El “Yo es otro” de Rimbaud es llevado al extremo por Coetzee en estos tres libros de memorias y ese giro es lo que lo convierte en uno de los mejores escritores contemporáneos.

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