Refugio
Tenía un texto completamente distinto para arrancar con esta columna, uno lúdico y cariñoso hacia las criaturas siniestras que apapacho día tras día. No puedo. Ayer, poco antes de mandar la primera de muchas opiniones leí en redes sociales el encabezado que ya todos comparten: “Hijo del cineasta León Serment planeó el asesinato de sus padres”. No puedo distanciarme del horror y la tristeza que me produce.
El dolor no se queda en la lectura de un encabezado. Un cineasta brillante, un padre, un hombre generoso con sus colegas y amigos, admirable. Lo lamento muchísimo, y el dolor me confunde las palabras, unas por rabias y otras por temblores.
Los usuarios de redes sociales se dividen en tres grupos. Los indignados, los morbosos y esos a los que ya nada les sorprende porque, en sus palabras, este país es una puta mierda. No sé a qué grupo pertenezco. Que si el hijo esto, que si la novia lo otro. Un tuit un poco más idiota culpa a los padres por los tropiezos de los hijos y otro más, califica de monstruoso (con el respeto de todos los monstruos) al joven autor intelectual del crimen. Sé que la noticia será opacada por el concierto de Roger Waters (sí, RENUNCIA) y la marcha del dos de octubre (no olvidamos). Sé otra cosa; a veces pareciera que ya no nos queda otro refugio, sólo el de la imaginación.
Siempre he pensado que la imaginación es una herramienta que a muchos nos empodera para combatir al horror, para cobijarnos los unos a los otros, para abrazarnos a pesar de estar lejos. ¿Qué hacemos con los monstruos entonces? ¿Qué estamos haciendo con los propios para evitar que se nos despierte el Mr. Hyde alimentado de toda la violencia?
Dar noticias es mi trabajo y hay días donde son tantas y son todas tan malas, que lo único que quisiera es tomar a mi hija y escaparnos juntas al mar. Pero hasta en esa fantasía regreso de la playa pensando que todavía tengo algo que decir y que en una de esas, algo puedo cambiar.
Descubrí en los últimos años de mi vida que mi realidad es horror y mi refugio es terror. Sabemos que horror y terror no son la misma cosa. Sin embargo. hay algo que comparten: el miedo.
El miedo es encuentro. El miedo es purificación, como bien lo señalan Vicente Quirarte y Eduardo Ruíz Saviñón. El miedo es la emoción más primitiva del hombre. Es un catalizador de toda clase de manifestaciones artísticas. Libros, películas, música, toda una estética. Un espacio narrativo donde el asco y el espanto puede reconfigurarse y salvarnos; redimirnos.
Sé por lo menos que en ese espacio no estoy sola, somos muchos los que acariciamos a los demonios, los entintamos en nuestra piel y hasta les agarramos cariño.
Nuestras criaturas nocturnas son juguetonas, culpables y malditas (ya lo diría Savater mejor que yo en su Malos y malditos). Nuestras criaturas pueden ser hambrientas como licántropos, libres como el señor Hyde, mañosas como la pluma de E.T.A. Hoffmann, curiosas como el reanimador de Lovecraft, pueden ser voraces como manchas rosadas y seductoras como diablas rojas.
Imaginarlas es un arma contra ese horror que no podemos quitarnos de encima. Prefiero acariciarle las caderas a Lucy Westenra y ser una cazadora de historias antes que resignarme a que la realidad es horror sin respuesta, a que las cosas son así, nuestro país está condenado y todo es nuestra culpa por ser una bola de “pasivos”. No, no me resigno, no me conformo. Tengo un refugio en mis criaturas, en los pequeños relatos escalofriantes, encuentro consuelo cada vez que escucho a alguien decir “¡ay, nanita!”. Y sí, estoy armada de terror e imaginación.
Este texto no es una de las tantas puñaladas de muerte. Es un aullido de auxilio. Un llamado a todos los que somos lectores (o no), a que a través de la creación y la lectura dejemos de ser indiferentes.
Urge empatía, ya lo diría el desfile de criaturas desgarradas e incomprendidas: queremos amor, queremos vivir, con una chingada.
Este texto es un abrazo para los que nos sentimos tan solos en este horror real. Es un refugio de palabras que quizá podríamos todos construir.