Tierra Adentro

En Oaxaca, estar tatuado sigue vinculándose con una vida al margen de normas sociales y hasta es sinónimo de falta de dignidad. Por ésa y otras razones, aquí se renueva y se lleva a cabo el dicho telenovelesco «pueblo chico, infierno grande». En este territorio conservador ha sido difícil aceptar el paso de tinta sobre la piel, la sangre que conlleva ese acto y que se contrapone a los ideales de belleza y rectitud, sobre todo a los femeninos.

La primera vez que me tatué el brazo, mi padre me dijo que las mujeres tatuadas eran siempre mal vistas y quedaban marcadas con ese estigma. En el imaginario colectivo, los tatuajes conforman un registro de violencias circunscritas a cárceles, actividades delictivas, pandillas o entornos marginales donde abunda la violencia ejercida o soportada. Las artes plásticas suelen denostarse con prejuicios similares, sobre todo porque en estos círculos resulta más visible el consumo de drogas y alcohol, aunque esto no sea una regla.

De cualquier forma, cada tatuaje narra una historia de encuentros que, en ocasiones, no carecen de dolor si se atraviesan situaciones violentas que merecen convertirse en una marca sobre la piel, marca de agua sobre papel quebrado. Incluso los tatuajes de moda dicen algo íntimo sobre quienes los portan, una verdad que quizás permanece oculta ante la mirada inquisitiva de los otros y su moral. En algunas culturas ancestrales, el cuerpo servía como carta de presentación fidedigna y duradera, abría puertas o las cerraba al hacer de la piel un sitio de representaciones.

Jerónimo López Ramírez, conocido desde hace tiempo como Dr. Lakra, juega con ese territorio y altera los cánones de belleza occidentales al jugar desde un plano simbólico sobre papel, vidrio, plástico, un muro o la piel. En cualquier caso, el soporte dice tanto de la intención como aquello que dibuja o modifica. Hijo del pintor Francisco Toledo, Jerónimo aprendió a dibujar de manera autodidacta y a principios de los noventas comenzó a tatuar, primero de forma gratuita a sus amigos, hasta hacerse de un nombre en esta industria. Dicen que él elige si desea tatuar o no a una persona, así como qué llevará desde ese momento en la epidermis. Sus dibujos son el resultado de una exploración estética y de un discurso, apropiación de imágenes que definen cómo nos vemos y relacionamos con el otro, poseen un estilo particular que toma elementos del arte callejero, la iconografía popular de los cincuentas y los tatuajes de marineros y piratas del siglo XIX.

Suele intervenir imágenes de pin ups y del cine de oro mexicano, además de muñecos usados, comics y cualquier otra figura que represente algún ideal de belleza que defina comportamientos o genere estatus. En su más reciente exhibición en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, trabaja con una serie de monotipos sobre vidrio y acrílico. El monotipo es una forma de grabado sobre estos materiales. A diferencia del grabado con linóleo, madera, metal o plástico, el dibujo no se escarba con gubias: se pinta para después imprimirlo sobre papel en una prensa. Como sucede con otras técnicas, la impresión depende mucho del trabajo del impresor, no resulta fácil, y un buen grabado puede perderse si alguno de los elementos que intervienen en este proceso falla.

En la actualidad, muchos artistas suelen mudarse de la pintura o del dibujo hacia el tatuaje, debido a la creciente popularidad de esta forma de expresión y sus regalías económicas. Ese no fue el caso del Dr. Lakra, quien se interesó por el tatuaje cuando era adolescente y comenzaba a filtrarse en la subcultura alema y la escena underground musical. Comenzaron a llamarlo «doctor» porque guardaba sus utensilios en un pequeño maletín, y «lakra» para puntualizar el sentido outsider de su labor, pero también de su forma de vida. En el argot mexicano, un «lacra» es generalmente una persona cuya vida carece de honorabilidad, puede ser desde un delincuente hasta alguien que miente para sacar ventaja de determinada situación, en pocas palabras, alguien desleal y en quien no se puede confiar.

Sin importar el soporte sobre el que dibuje, el Dr. Lakra lanza ideas simples que abaten cánones y llegan directo al espectador, empleando la misma técnica de la cultura de masas. A diferencia de otros de sus trabajos, en los monotipos del IAGO explora su propia ficción sin necesidad de intermediarios. Deidades casi tibetanas, animales ligados a otras religiones y a locuras colectivas como el nazismo, así como mujeres desnudas que representan toda una tradición ligada al mal, al pecado original y a lo perecedero, aparecen retratados desde una estética fresca y que poco a poco define su sello. Los colores que utiliza son monocromáticos y dan la apariencia de estar observando algo sólido, acaso un sabor sobre la lengua urgente.

Esta exhibición se encontrará en el IAGO hasta el mes de abril y forma parte de un ciclo de jóvenes artistas, creado para mostrar parte de lo que se realiza en esta pequeña pero efervescente ciudad.