Tierra Adentro

Santa María Atzompa es un municipio aledaño a Oaxaca de Juárez. Se encuentra a media hora del centro histórico de la capital y lo protege un cerro sagrado desde donde se observa el valle cobrizo y la ciudad que lenta avanza sobre laderas y cumbres. Siglos atrás, esta comunidad formaba parte de la civilización zapoteca de Monte Albán. También, desde entonces, sus pobladores se han dedicado a moldear el barro en objetos bellísimos que hoy llamamos artesanías. Prueba de ello es que en el sitio arqueológico de Atzompa se encontraron hornos y piezas de cerámica que fueron elaboradas con las mismas técnicas.

Esta tradición ancestral encuentra una reinterpretación inteligente en El Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca con la exposición ¿Quién medirá el espacio, quién me dirá el momento?, de Mariana Castillo Deball. Fue inaugurada la semana pasada y está compuesta por diversos objetos de barro elaborados en el taller de cerámica Coatlicue, en Santa María Atzompa, piezas arqueológicas del museo Rufino Tamayo y algunos objetos encontrados en un taller mecánico. Es el primer proyecto del programa Monogramas, producido a su vez por el MACO, donde se invita a un artista plástico reconocido a repensar su obra bajo los términos de la apropiación, la copia y el plagio, con el objetivo de reflexionar sobre la historia, el arte y sus múltiples interpretaciones.

En esta ocasión, Mariana Castillo y sus colaboradores se preguntaron por la forma que adquiere el tiempo cuando lo convertimos en historia, pasado, identidad. ¿Puede el arte poner a dialogar esos discursos y crear otro espacio? Los objetos fueron dispuestos en columnas que alcanzaban los techos altos del MACO. Objeto sobre objeto sin aparente orden más que la continuación de su cíclica, la historia de uno se convierte así en la historia del universo, los objetos cotidianos y a veces nimios adquieren la misma importancia que las piezas que conforman una tradición ancestral o las realizadas por la mano de nuestros ancestros. El arte se confunde, se cuestiona, mimetiza, y deviene en conocimiento.

La disposición aleatoria y sin jerarquías de estos objetos nos hace preguntarnos por el significado actual de arte y artesanía. En este contexto, tomando además en cuenta la aprobación social que da el museo, arte y artesanía poseen el mismo valor transitorio y efímero. Preguntarse por la apropiación, la copia y el plagio, es por consiguiente replantearse la necesidad del autor al apreciar estéticamente una obra, poner al espectador en el centro de este acto semiótico como un agente de transformación, un sujeto con poder y voz. En ese sentido, ¿es arte lo que tiene firma de autor y se exhibe en museos y galerías? ¿Puede el arte constituir un quehacer colectivo, producto de varios autores o de uno solo que estructure a estos y les dé forma?

Si la supremacía del autor (en ocasiones sobre la obra misma) depende de las decisiones del mercado, ¿qué pasaría si desapareciera como autoridad y comenzara a nombrar lo colectivo, deconstruyendo sus procesos? Eso hizo, por ejemplo, el colectivo Wu Ming (Roberto Bui, Giovanni Cattabriga, Luca Di Meo, Federico Guglielmi y Riccardo Pedrini) a principios de este siglo, al reflexionar sobre los peligros del copyright, sobre todo en la red. Ellos permiten la copia de sus textos “siempre y cuando no se haga con fines de lucro, no se modifique el contenido de los textos, se respete su autoría y esta nota se mantenga”, bajo el mecanismo que irónicamente llamaron copyleft.

Con una lógica similar, en su ensayo “Léxico de la materia”, José Emilio Pacheco describe el camino entre la llamada alta cultura y la cultura popular como uno reversible y transitado por ambos. Arte y artesanía se enriquecen constantemente, pero es el mercado quien al final impone las reglas: “Aquel a quien todavía llamamos artesano emplea meses y meses en terminar una obra que no firmará ni volverá a ver cuando se desprenda de ella a cambio de un pago mínimo. Pintores famosos hacen un cuadro al día -y lo venden en muchos miles de dólares- porque su expresión no le importa al coleccionista, sólo se afana en adquirir su firma”. A estas reflexiones nos lleva la exhibición de Mariana Castillo, sobre todo a destacar cómo los objetos constituyen la manera en que percibimos el tiempo. Objetos vacíos que llenamos de significado según la medida de nuestro reflejo.

Detrás de cada objeto sólo existe imaginación y deseo. Soñamos el mundo, lo inventamos. Desde lo alto del cerro de Santa María Atzompa se escucha el rumor constante de los autos, la vida que se aglomera y diversifica allá abajo como un laberinto de hormigas. Con el viento en la cara, uno puede imaginar qué sintieron los antiguos pobladores al observar la tierra y sus frutos, el paso constante del sol sobre la cantera verde.

La elaboración de cerámica siempre ha sido un asunto familiar. Detrás de los pequeños locales donde se venden las piezas se encuentran las casas de los artesanos; madre e hijos suelen dedicarse a esto, mientras que los hombres desempeñan alguna otra labor en la ciudad. Juntos aprenden los secretos de la cocción bajo la tierra, y pasan horas en contacto con lo bello, materia prima elevada como ofrenda hacia la parte oculta del mundo. La vida detrás de los objetos, quizás eso es arte. ¿Quién medirá el espacio, quién me dirá el momento? se encontrará en el MACO hasta el 20 de abril.


Autores
Es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, por la UNAM. Junto al artista plástico Pavel Acevedo, dirige Espacio Centro, un lugar independiente de exhibición y producción artística ubicado en la periferia de Oaxaca. Trabaja lentamente en su ficción y en un pequeño huerto.