¿Qué tal si nada sale bien?
Cada vez que salgo de mi casa tengo la impresión de que dejé todas las luces prendidas, la llave del agua abierta o la estufa encendida. Algunas noches me despierto entre cuatro y seis veces, casi todas entre las cuatro y las seis de la mañana. Cuando era mucho más joven tenía sensaciones muy parecidas a éstas. Sin causa aparente sentía que cosas terribles estaban por suceder. Una conspiración en mi contra, una enfermedad silenciosa que me mataría de forma fulminante y otras situaciones que llegarían de imprevisto. Dormir me aterraba tanto que inventé una clave con mi madre: cada vez que nos despedíamos por la noche yo le preguntaba si «sólo podía acostarme», ella me daba permiso de no dormir y yo siempre terminaba durmiendo algunas horas tras un ritual para controlar mi temor a la oscuridad. Cuando tenía pesadillas me levantaba y tiempo después olvidaba todo. Me tomó muchos años dormir fuera de casa; lo intenté sin éxito y lo logré sólo con el paso del tiempo.
Toparme con Anthony Browne en esos años pudo haber matizado el impacto. No pasó. Ramón Preocupón[1] se publicó en inglés, español y catalán en el 2006. Ramón se preocupaba por todo; desde la existencia de pájaros gigantes hasta el sonido de la lluvia por la noche. Nada lo tenía tranquilo, sus padres le decían que todo estaría bien, pero eso no era suficiente, Ramón no podía dormir. Su abuela le dio un remedio para sus pesares y la solución se convirtió en otro problema. En éste y en otros relatos, Browne explora a detalle las características de la infancia contemporánea. Niños con conflictos internos profundos, los cuales solían asociarse con la vida adulta, pero que desde hace algunos años son pensados como parte de la vida infantil. El impacto de los cambios familiares en la vida cotidiana y la angustia ante lo desconocido son un tema constante para sus personajes. Los niños son protagonistas fatalistas, temen lo peor y les alivia librar con relativa facilidad caminos que creían sinuosos. La empatía con el lector se da cuando éste encuentra el alivio en la narración. La posibilidad de atravesar senderos oscuros y reconstruirse al final del viaje.
La obra de Browne se caracteriza por retratar familias «atípicas»: con padres ausentes, madres solteras e hijos únicos. Sin caer en actitudes condescendientes, explora las dinámicas de las construcciones familiares actuales. Niños que crecen solos, que tienen que lidiar con los cambios que los rodean y con la incertidumbre de crecer en contextos no convencionales. En Cambios,[2] Browne nos muestra un entorno que se transforma con la llegada de un hermano y la sensación de que nada volverá a ser como antes, a la vez que todo lo conocido genera dudas. Historias que retratan no sólo a los niños, también a los adultos del siglo XXI y sus formas de abordar la realidad. Los personajes aparecen como el reflejo de una sociedad europea plagada de hijos únicos que crecen solos mientras sus padres trabajan. Panorama que pronto se ha convertido en un debate universal.
Este autor-ilustrador siempre toca los temas desde la perspectiva de los personajes principales: niños pensativos, melancólicos, tristes y confundidos. Personajes de distintas dimensiones que cuestionan su propia realidad y la problematizan sin que la edad sea una limitante, al contrario. En su último libro, ¿Qué tal si…?, [3] Browne parte de una anécdota simple para abordar una serie de asuntos complejos. Joe es invitado a una fiesta de cumpleaños y olvida la invitación con la dirección exacta. Él y su madre buscan la casa en toda la cuadra; en el camino Joe comienza a arrepentirse y a preguntarse qué tal si no le gusta la comida o si no hay nadie que él conozca. ¿Qué tal si nada sale bien? Claras manifestaciones de su neurosis. Después de asomarse a varias casas Joe y su madre encuentran la casa de la fiesta y él duda en entrar hasta que su madre lo convence. Ambos viven una experiencia de separación que los perturba pero que es necesaria para crecer y enfrentarse a situaciones desconocidas, aun cuando todo pueda salir mal.
Quizá la infancia trata de prepararnos para lo peor. Una forma de blindarnos ante el futuro. La amenaza de haber dejado el gas encendido o las luces prendidas me remontan a aquellos episodios de neurosis infantil que me hacían sentir como un adulto prematuro, sin saber que con el tiempo todo se sentiría igual, aunque las causas fueran diferentes.