Contra contra la filantropía II
Hace tiempo, en una conversación sobre un conocido filántropo, una amiga me preguntó: ¿Y tú qué harías con tanto dinero?
Entonces, como única respuesta, quedé mirándola.
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En The problem of riches: is philanthropy a solution or part of the problem?», Beth Breeze plantea una (falsa) paradoja. Ensusiasta, optimista en exceso, Breeze asegura que la filantropía podría ser un vehículo para redistribuir la riqueza. Nada más falso, y más «problemático» en todo su argumento.
No son pocos los estudios que desmienten la vieja creencia de que la filantropía está destinada a combatir la pobreza. De hecho, como asegura Breeze en la primera parte del texto, el impacto de la redistribución es mínimo, pues casi todos los proyectos tienden a beneficiar a personas en la misma escala del ingreso.
En 1995, en un estudio sobre donantes neoyorkinos, F. Ostrower aseguró que la filantropía sólo es el escenario de una competencia por status. Sólo eso y nada más. Las universidades y otras instituciones reconocidas por sus pares se convirtieron en el destino natural de los donativos. El reconocimiento de tales instituciones es tan amplio que alcanza a cubrir y dar sombra a los donantes. Al salvar a unos, en realidad, los donantes se salvan a sí mismos. En la Roma antigua, la reputación y talla de las donaciones podrían ser esgrimidas a favor o en contra en elecciones, o en casos frente a la corte; mientras que en la Edad Media, los regalos a la Iglesia podrían garantizar altares y entierros «generosos».
Esto me hace pensar en Pierre Bourdieu. No hace mucho, la amiga de quien hablo al inicio, dijo que Bourdieu ya explicó demasiado sobre el mundo. Y en lo que respecta a la filantropía, eso es cierto.
Cuando alguien habla con defensores de proyectos filantrópicos, es muy común escuchar enunciados como éste: «Aquí sólo hay gastos, no inversiones». Así, la respuesta lógica a esa historia sería simple y llanamente: «Gracias. Muchas gracias». Pero lo cierto es que hay muchos otros capitales en juego.
De acuerdo a Bourdieu: «El capital es trabajo acumulado»; y el capital económico es, en buena parte, una «invención histórica del capitalismo»:
Este concepto científico-económico […] reduce el universo de las relaciones sociales de intercambio al simple intercambio de mercancías, el cual está objetiva y subjetivamente orientado hacia la maximización del beneficio, así como dirigido por el interés personal o propio.
Pero el sociólogo continúa:
De esta manera, la teoría económica define implícitamente todas las demás formas de intercambio social como relaciones no económicas y desinteresadas.
En el mismo documento, Bordieu asegura que se ha evitado la construcción de una ciencia general de la economía de las prácticas, que «trate el intercambio mercantil como un caso particular entre las diversas formas posibles de intercambio social». Porque:
En efecto, si sólo se asignan a la economía aquellas prácticas orientadas directamente por el cálculo económico de beneficios y aquellos bienes directa e inmediatamente convertibles en dinero (y por ende cuantificables), entonces la totalidad de la producción y las relaciones de intercambio burguesas aparece en efecto como ajena a la economía: puede concebirse y presentarse a sí misma como una esfera de desinterés. Pero, como es sabido, también las cosas aparentemente no veniales tienen su precio. La dificultad de convertirlas en dinero radica en que son fabricadas con la intención de una expresa negación de lo económico. De donde se colige que una ciencia general de la praxis económica debe ser capaz de abarcar todas aquellas prácticas que, pese a revestir objetivamente el carácter económico, no son reconocidas ni reconocibles como tales en la vida social. Sólo puede llevarse a cabo por mor de un relevante esfuerzo de simulación, o más precisamente, de eufemización.
En ese sentido, todo proyecto filantrópico es una inversión y no un gasto; los capitales que están en juego, sin embargo, pertenecen a esas formas de intercambio social que se consideran prácticas desinteresadas, «no» interesadas, «amables» y «bondadosas». Bien hace Slavoj Zizek en referirse a los filántropos como hombres buenos de negocios; hombres de hierro pero con corazón de oro.
Así, la filantropía como inversión sólo podría incrementar las desigualdades. Habría que recordar que, en algunos casos, como en el caso de México, los donantes reciben múltiples y muy variadas formas de exenciones fiscales y, por supuesto, fortalecen una red de relaciones privilegiadas que, si seguimos en términos de Bourdieu, podríamos llamar «capital social». Éste se refiere a la «totalidad de los recursos potenciales o actuales asociados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuos». Dicha red «sólo puede existir sobre la base de relaciones de intercambio materiales y/o simbólicas, contribuyendo además a su mantenimiento». Para ello, los actos de intercambio son permanentes. Deben garantizar la reafirmación y renovación del reconocimiento mutuo. Mientras mayor es el capital, mayor el trabajo invertido para mantener y confirmar las relaciones consecuentes.
Tales relaciones «sólo pueden movilizarse en un plazo breve, en el momento preciso, pero siempre y cuando hayan sido establecidas hace mucho, y se hayan conservado vivas como si fueran un fin en sí mismas».
Esta red de relaciones, inequitativas y complejas, puede movilizarse por muchos motivos. El primero, por supuesto —y recuerden que hablo de filantropía—, para traducirlas en capital económico, pero también para crear el consentimiento, para construir jerarquías, para naturalizar la desigualdad, para legitimar las diferencias de clase, para aprobar la concentración de riqueza en muy pocas manos, y borrar, hasta donde sea posible, los atisbos de ideología. Pero de eso hablaré en otro momento.
Vicente Caballero de la Torre asegura que por su propia naturaleza, la filantropía, o filantropía new age, como prefiere llamarla, «no es un servicio público con vocación de justicia distributiva sino una forma de desgravación fiscal y de publicidad gratuita». Una forma, en suma, para acumular muchos otros capitales, y especular con ellos. El centro de la relación, asegura Caballero de la Torre, está en el yo, no en el otro. Entonces, con el acento en quien dona, la filantropía se convierte en una «forma de expresión publicitaria de todo el conjunto: Fundación, Obra y Entidad»; y yo añadiría, proyecto económico, formación estatal neoliberalizada, etcétera.
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La filantropía es, en ese caso, una mentira. Sin embargo, tarde o temprano, toda mentira queda expuesta. Quizá a eso se refiere el escritor Guillermo Fadanelli cuando dice que: «Las mentiras resultan ser las mejores aliadas de la verdad y en ello reside buena parte de su valor». Las mentiras, dice el escritor chilango, «descubren cuando desean ocultar». Ojalá que eso sea cierto.