Procesos de la reconstrucción
Titulo: Procesos de la noche
Autor: Diana del Ángel
Editorial: Almadía
Lugar y Año: México, 2017
Muere el sol en los montes
Con la luz que agoniza,
Pues la vida en su prisa,
Nos conduce a morir.
«Dios nunca muere»,
MACEDONIO ALCALÁ
La sensible investigación de la cronista Diana del Ángel, Procesos de la noche, rastrea el hilo del origen de la palabra «desollado», palabra alrededor de la cual se reconstruirá no sólo el rostro de Julio César Mondragón, sino todos los rostros, voces y cuerpos dispuestos a recorrer el proceso restaurador de la verdad alrededor de la noche de Ayotzinapa. Con esta investigación léxica se inicia una crónica meticulosa y atenta de todo el proceso judicial en busca de la verdad que diera certeza sobre lo acontecido a Mondragón la noche del 26 de septiembre, y cómo la monumental verdad histórica se levanta sobre un armatoste de impunidad.
Cuando Julio César fue encontrado, el 27 de septiembre de 2015, las autoridades responsables detallaron que la ausencia de rostro se debía a que la fauna nociva lo había roído; luego dijeron que los otros compañeros, cuarenta y tres personas que forman parte de los más de cincuenta mil desaparecidos en los últimos cinco años, habían sido asesinados y calcinados en un basurero municipal.
La viscosa «verdad» de las autoridades, que desconoce otras (entre ellas lo que es «hacer la milpa»), fue nombrada como «Histórica» por el entonces procurador general de la República, y ésa es la «verdad » que se desmenuza sutilmente detrás de cada una de las acciones jurídicas que se relata en este libro, que, en paralelo, realiza un amoroso trabajo de restauración de Julio César Mondragón en cada uno de los testimonios de personas cercanas a él, quienes generosamente brindan anécdotas que ofrecen un retrato no sólo de Julio César, sino de los jóvenes normalistas que defienden un modelo educativo resistente a las políticas públicas neoliberales.
Me parece que es en la crónica y el documental donde más estrategias narrativas combativas se han desarrollado en los últimos tiempos en México y en Latinoamérica, que responden a la necesidad de nombrar el presente, en un imprescindible afán de comprender lo que nos acontece como comunidad, para poder establecer resistencias críticas y esperanzadoras contra visiones económicas para las que la vida no está en el centro. Los trabajos de Daniela Rea, Nadie les pidió perdón, de Tatiana Huezo, La tempestad, o de Sara Uribe, Antígona González de Sara Uribe son materiales, entre otros igual de valiosos, que trascienden el formato estético que los contiene, y es con esa pléyade de trabajos contingentes y precisos con los que Procesos de la noche está hermanado: en tanto reelaboración del lenguaje, de lo dialógico, de la puesta en escena de las voces colectivas y sobre todo del profundo respeto por cada una de las historias que presentan: deja ver con la dignidad de los testimonios, también, la poco compasiva y lamentable actuación de los funcionarios y autoridades involucrados.
Estas búsquedas relatan, a su vez, otras búsquedas, otros procesos para restaurar no sólo la realidad sino también cómo contamos las cosas: el lenguaje es dúctil y las estructuras narrativas permiten o impiden que otros experimenten y establezcan sus propias verdades. Todos éstos son trabajos sumamente cuidadosos que nombran y aprovechan el lenguaje como un ejercicio forense que busca esclarecer una verdad.
En uno de los momentos más profundamente sensibles del libro, en el que los trámites burocráticos y las actitudes de los funcionarios retrasan o pervierten la necesidad de reinhumar los restos de Julio, Diana del Ángel se pregunta: «¿qué hay que hacer, además de poner los muertos, para tener un funeral?»
La precisión de la pregunta es también el principio de la respuesta: no olvidar, no dejar de nombrar, no dejar de incomodar preguntando. Eso es lo que este libro hace, incomodar; lo mismo que las mantas, lo mismo que las marchas y las cuentas exigiendo justicia, hasta que se establezca un espacio en el que todo el horror de la monumental verdad histórica sea convertido en respeto y honor a las víctimas, como lo hacen las escritoras que cuidadosamente acomodan y cuidan la memoria de un Estado olvidadizo, cochambroso y brutal, aunque no eterno.