Tierra Adentro
Víctor Sandoval en su casa.
“Escribo por las mañanas”, decía don Víctor, aquí en el estudio de su casa, en 1959.

A Víctor Sandoval lo conocí luego que, gracias a sus gestiones y apoyos al frente del Consejo Regional de Bellas Artes, zona centro, que agrupaba diversas casas de cultura en 1974, se fundara en San Luis Potosí el primer taller literario dependiente del inba fuera de la capital. Mi edad, en 1975, era de veinticinco años. Fue entonces cuando un sábado, en la sala donde sesionaba dicho taller, se abrió la puerta y el arquitecto Javier Cossío, director de la institución, anunció al “maestro Víctor Sandoval”. Todos los presentes, a excepción del coordinador, Miguel Donoso Pareja, nos quedamos en nuestros asientos, acaso porque chocaba contra las ideas que creíamos comunes al grupo el mostrar respeto a lo que suponíamos autoridad o burocracia. Luego, cuando el maestro Sandoval se dirigió a nosotros sentí en su voz una mezcla de acentos que me desconcertó, pues en su hablar rápido y, no obstante, claro, había un tono que parecía perentorio y, al mismo tiempo, amistoso y solidario. Pocos meses después él decidió que las reuniones del taller, que eran quincenales, se alternaran entre las casas de cultura de San Luis Potosí y Aguascalientes.

De esta manera, en 1976, luego de la sesión vespertina de un viernes, en Aguascalientes, asistimos a una conferencia impartida por Arturo Azuela. Al finalizar se ofreció un brindis y hubo bocadillos. Con nosotros, como integrante del taller, se encontraba Alejandro, el hijo del maestro Sandoval. Y alrededor de las once de la noche sólo nos encontrábamos en el lugar algunos integrantes del taller y el coordinador, con permiso de Víctor Sandoval. El pequeño auditorio de la Casa de la Cultura estaba situado en el primer piso, con tres balcones que daban a la calle, frente a una funeraria. Las botellas de vino sobrantes se quedaron con nosotros y así se armó una borrachera generalizada. Había en el lugar un piano vertical que alguien comenzó a tocar. Sobre sus teclas se derramó vino en varias ocasiones. Se bailó. Se leyó poesía. Se cantó. Y uno de los balcones sirvió como mingitorio al aire libre, frente a la funeraria que brindaba su servicio esa noche. Muchos años después, en 2009, tuve el privilegio de participar en Aguascalientes, con Marco Antonio Campos, en la presentación del libro que reunía la obra del maestro Sandoval: Poesía reunida (Fondo de Cultura Económica, 2008). Tras la ceremonia fuimos invitados a cenar y ya en el restaurante, estando frente al maestro, le conté aquel desaguisado de 1976, bajo la creencia de que él no se había enterado. “Claro que me di cuenta”, me dijo con esa sonrisa espontánea y pícara que lo distinguía, “a ustedes no les dije nada, pero a tu maestro Donoso no le fue tan bien, le descontamos de sus honorarios la reparación del piano y yo tuve que disculparme con el dueño de la funeraria”.

Luego proseguimos relatando anécdotas relacionadas con los integrantes y coordinadores de los talleres literarios que él impulsó en diversas ciudades del país. Esa fue la última ocasión que estuve con él y lo vi reír como pocas veces, imaginando las necedades y las inocentadas de aquel grupo de muchachos que encontró su vocación y se formó en la literatura gracias a su visión y sus gestiones.

Víctor Sandoval en su casa.

“Escribo por las mañanas”, decía don Víctor, aquí en el estudio de su casa, en 1959.

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