Tierra Adentro

Titulo: Pornoterrorismo

Autor: Diana J. Torres

Editorial: Sur+

Lugar y Año: México, 2013

Hay muchas formas de vivir encarcelado. La mente puede ser un laberinto donde la piel se enciende, se quema de tanto hastío. Diana J. Torres escribió Pornoterrorismo, una confesión en torno a la libertad del cuerpo pero sobre todo respecto a sus restricciones. Este libro es un manual de defensa para aterrorizar a un sistema heteropatriarcal a partir de la conjunción de dos tópicos aparentemente opuestos: la pornografía y el terrorismo. Dos palabras que por sí solas generan incomodidad o duda. La metáfora que surge de esta simbiosis descontextualiza al espectador y genera significados nuevos, puentes hacia otras formas de entender la realidad y dejarse ser.

La escritura es un espacio violento y problemático. Ya lo han dicho otros, lo repito aquí para no olvidar que escribir es ante todo reafirmar mi discontinuidad, mi muerte y la del otro. Transgredir lo que damos por hecho, transgredir incluso los límites que el tiempo impone sobre nuestros cuerpos. Erotismo y lenguaje forman parte del mismo territorio. Las presentaciones de este libro no son simples apuntes de retórica. Diana lleva la palabra de regreso al cuerpo, a ese calor primero donde todo explota. La palabra como carne tierna que se abre al tacto. Un asistente introduce su mano en su vagina y saca un preservativo, adentro yace uno de sus poemas, Diana lo lee mientras le hacen un fisting vaginal hasta provocarle una corrida gigantesca. La metáfora invade la realidad y la cancela.

He ahí uno de los principios básicos del pornoterrorismo: la libertad de corrernos como ríos, de fluir entre paisajes psicotrópicos. Ejercer un derecho arrebatado de múltiples maneras. Libertad también de hablar, de gritar si uno quiere, algunas injusticias de este mundo. Heridas sobre el cuerpo cuando uno no se ajusta a ciertos cánones y escucha en la calle que se es tal o cual cosa. Cárcel que significa también vivir creyendo que se tiene la verdad sobre los otros. Diana habla aquí de su condición de paria y la forma que escogió para dejar de serlo. En el escenario hace evidente la violencia cotidiana sobre el cuerpo. Fuego sobre fuego para quemarlo todo y dejar una impresión duradera en quien observa, impresión que con suerte lo lleve a cuestionarse su propia naturaleza de espectador.

Para Diana la eyaculación femenina es una forma de protesta porque ese cuerpo ha sido por siglos territorio colonizado, henchido de fronteras dibujadas por distintas figuras de autoridad y represión. El Estado, el Mercado, la Iglesia, regulan las vías para expresar una opinión, incluso aquellas derivadas del placer más básico. Tomar control del cuerpo es entonces tomar control de la palabra. Los muertos más tristes son los que no tienen nombre.

El pasado 12 de agosto, Diana presentó su libro en la ciudad de México. La editorial oaxaqueña Surplus, en coedición con Txalaparta, lo publicó por primera vez en 2013. En el prólogo de Helen Torres se lee: “En un mundo en donde lo único que nos conmueve son imágenes recortadas de tragedias distantes, la pornoterrorista viene a alterar nuestra percepción de la pornografía y el terror. Bajo la lluvia de promesas de Apocalipsis y desastres planetarios, al azote de imágenes engullidas por masas bulímicas y estreñidas, la pornoterrorista ha escogido la producción de incomodidad. Aléjate del sofá que vengo a mojarlo con mi placer incorruptible”. Así es como Diana escribe sobre la libertad de ejercer control sobre nuestro territorio y disfrutarlo desde su ficción más absoluta.

De las entrañas nacen mis palabras, he pensado. Una parte de mí oscurece cuando escribo, otra parte se transforma y cae como un fruto. Momento además donde ese lenguaje se pierde a sí mismo para no decir nada, ni buscar soluciones o determinismos, verdades que nos lleven a algún sitio, sino abrir paradigmas, abrir las palabras para develar que son maleables y confusas. Lo inacabado e irresoluto, de eso se trata el lenguaje de los cuerpos. En sus performances, a Diana no le interesa agradar al público: si alguien se siente ofendido o violentado por lo que observa no es su problema. Tolerar es mantener la diferencia y hasta promoverla, una forma igual de violenta que la hipocresía más elaborada.

¿Es el lenguaje un territorio colonizado por una hegemonía heteropatriarcal? Para quienes piensen que no lo es sólo basta echarle un ojo a la lista de mujeres que escriben y son reconocidas por su labor. Si la escritura es también el espacio violento del placer, donde no hay calma sino vértigo, ganas de vivir según aquello que pensamos, Diana J. Torres utiliza dos armas sumamente peligrosas para romper estructuras de pensamiento y con suerte de acción. Hablar del cuerpo, hablar con el cuerpo. Las palabras escurren entre sus labios abiertos y así Diana nos enfrenta violentamente con nuestros propios prejuicios.

Este ensayo es una bomba contra las formas de dominación que nos vuelven seres templados y conformes con violencias cotidianas, violencias ejercidas hacia todos sin excepción. El silencio es también una vía de violentar el entorno, de dejar las cosas tal y como son cuando no son justas. No se trata sólo del cuerpo femenino, se trata de decir que quizás no existe tal cosa y debemos mejor aceptar que el sujeto es el sitio inacabado donde todas las ficciones son posibles. Salir de la prisión, expropiar los territorios uno por uno hasta que no quede nada más que entrega abierta, comunión.

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