Por qué no conocí a Joan Margarit
Quizá me he equivocado no saliendo de casa. Caminar hacia el lugar donde estarías con esa voz que desconozco, ese gimoteo, esa ave que imitarán tus manos en el aire. Justo hoy se cumple una semana de ti en esta ciudad y de tu partida.
Ya no son mis veinticuatro y la primera vez que te leí. Ir a la biblioteca y hojear pavorosamente tu libro; siempre el mismo.
Estos días salí al trabajo, preparé la comida de costumbre, jugué con el gato. Leí y miré un par de horas la televisión. Escribí cartas a gente que me he esforzado en querer.
Conservo tu Casa de misericordia en el bolso. Cargo contigo como si pudieras escucharme. A veces hago de ti un escudo para que nadie se atreva a preguntarme dónde queda tal calle o cuántas estaciones faltan para su destino. También te aprieto contra mí si los pasillos o las calles se estrechan. Aún te huelo y me duelen las manos cuando leo esas líneas donde dices que las chicas ya están viejas o han muerto.
El hombre con quien vivo no pregunta qué hago con el mismo libro todos los días. Por qué no me deshago de él; por qué he tardado tantos meses en leer apenas setenta páginas. Me mira y se iluminan sus ojos cuando te acerco a mí y salgo de prisa. Tal vez piense que no voy sola, que siempre estás conmigo.
Me niego a desmentirte, a contradecirte. Nuestra relación tiene algo de dependencia y fanatismo. Cómo negarlo, la poesía es esa casa de misericordia que te deja helado a mitad de la calle; inmóvil estatua de mármol. Quieta vida en días idénticos.
Por qué no quise verte. Sencillo. ¿De qué forma podría pagar esta ilusión/ de sentirte en la brisa de un instante? Después de estos años, no tenía el más mínimo sentido.
Qué insufrible estar en un recital de poesía. Seguro eres igual de aburrido que todos los autores con sus tonos afectados al leer sus textos. Para qué; concluir que sólo eres viejo, lento y reservado.
Sin embargo, todos los días de ti en calles donde he transitado; puertas y ventanas donde quizá he visto mi reflejo, fueron una tortura. Pensar que quizá cometí un error. Que sí, sin duda leeré en un tiempo, no sé cuándo, que has muerto.
Me negué a preguntarte ¿aún el mañana hace ráfagas de luces?
***
Joan Margarit (Sanaüja, Lleida, 1938) es poeta y arquitecto. Decidió utilizar el catalán como lengua literaria. Ha publicado Mar d’hivern, Llum de pluja, Edat, Els motius del llop, Aiguaforts. También ha publicado ediciones bilingües Estación de Francia, Cien poemas, Poesía amorosa completa y Joana, en memoria de su hija, muerta a la edad de treinta años. Su obra más reciente Casa de misericordia (Proa, 2008) obtuvo el Premio Nacional de Poesía, Rosalía de Castro; también el de Poesía de Catalunya.
Historia en un ático
La vida convirtiéndose -¿recuerdas?- en viajes y trabajo. La terraza, las vistas, y nosotros mirando hacia otra parte: así acostumbra a iniciarse el error: Pero al final, hacía tanto frío que una tarde cerramos la terraza de aquel ático. Sabes lo que te ofrezco: un viejo buitre a quien el miedo hace volar más alto y que prepara su vertiginoso descenso hacia las últimas carroñas. Del confuso negocio del amor quedan sólo las últimas monedas de un tesoro saqueado. Conversemos, ya que nosotros siempre hemos hablado, y la conversación tiene el calor que desea quien sube a un tren nocturno como el que se me lleva: mi pasado se borra y el futuro ya no es nadie. Es otra clase de felicidad.
No te volveré a ver
Es esta piel violeta de una noche que dejamos pendiente. Y tu silencio suena como un saxo de oro negro en el fondo de los días sin ti. En tu pecho jadea el contrabajo, y en tu flanco, tan cálido de sombra que siempre soñaré cuando mi mano lenta avance hacia ti. Músicos en penumbra, los instrumentos de oro en sus bocas lilosas: ya, la vida no me devolverá la que aposté a tu cuerpo desnudo cuando eras una fiesta. No queda más que -al piano- un negro ciego, nuestro amor: toca solo en la sombra y mi sueño se duerme entre sus dedos.
Faros en la noche
Intento seducirte en el pasado. Las manos al volante y esta luz de club nocturno del tablier me dejan -fantasía invernal- bailar contigo. Detrás de mí, igual que un gran camión, el mañana hace ráfagas de luces. No lo conduce nadie y me adelanta, pero ahora tú y yo viajamos juntos y el coche puede ser el dos caballos de los años sesenta hacia París. “Je ne regrette rien” canta Edith Piaf. Bajo la ventanilla, entra la noche fría de la autopista, y el pasado se aproxima de cara, velozmente: cruza y me ciega sin bajar las luces.