Tierra Adentro

No entiendo muy bien cómo funciona el gusto cinematográfico. De pronto surge una película que divide las aguas y te pone de un lado que no sabías que existía. Los gustos pueden fácilmente apestarte como crítico. Como bloguero o tuitero ni se diga, allí las osadías se pagan con el unfollow. Los gustos suelen meternos en envases y de pronto ya no es posible regresar, salir de tu pequeña jarrita de vidrio. Todos hemos envasado gente, nos encanta envasar gente. Yo tengo amigos que aún no perdonan algunos pecadillos de juventud, como que me gustara la música de Pearl Jam o que hablara bien de The Great Gatsby (Luhrman, 2013). Es más, tenemos palabras designadas para esto: se llaman “gustos culpables”.

El concepto se inventó en la sociedad puritana gringa, donde todo placer lo es. La culpa mezclada en el goce nos aprieta como individuos, nos asfixia, nos pone límites y al final nos hace seres más manejables. Yo sé que piensan que hay cosas reales y objetivamente horribles, como One Direction, Justin Beiber o el remake de Carrie con Chloë G. Moretz, un bodrio donde los haya, pero, cht, el mundo es tan grande…¿y si estamos equivocados?

Me pasó con cuatro películas recientes. La primera y más recalcitrante fue Gravedad, de Cuarón. Era extraño decir que no te gustaba, tan extraño que poco a poco fui perdiendo la capacidad de saber por qué no me gustaba. Esto aquí es lo importante: la sutil entrega de nuestro ser a cambio de no ingresar al envase incorrecto. Es decir, todos estamos envasados, pero mínimo queremos quedar en del lado de los que sí saben, de los ganadores. La volví a ver y entendí qué pasó: es UN diálogo fuera de tono. Uno solo. Cuando Sandra Bullock quiere meterse a la cápsula rusa dice algo así como “¡Cómo odio el espacio! (I hate space!)” Allí se acabó la película para mí. Empecé a ver una cinta de acción cualquiera con Sandra Bullock y ya no era dolor sino psicologización de un personaje plano y bobo al que le suceden cosas terribles. ¿Tenía yo derecho de decirlo? No realmente. Antes tenía que hablar de los otros logros de la cinta, pero cómo hubiera querido argumentar esto ante la corte crítica. ¿No es suficiente un sólo diálogo en una relación sentimental para terminarla? ¿Entonces por qué no en una película?

GRAVITY

En segundo lugar está Sólo Dios perdona, de Nicolas Winding Refn. Nunca entendí por qué la crítica la trató tan mal. Lo llaman “un guión escueto y raquítico”, “carente de sentido”. (Cito de memoria de algunas críticas que leí en la red). La cinta, desde mi punto de vista, es una obra maestra. Eso es lo que yo le pido al cine: sorpréndeme, enamórame. En mi caso es un poco como buscar amante cada vez. Si quisiera que me contaran lo mismo cada vez, que buscaran la seducción con una frase hecha −de esas que funcionan y están probadas− si quisiera eso, no saldría de mi casa. Quiero que, como Winding Refn, me coloquen detrás de los marcos de la puerta, por ejemplo, como una manera de decirme, “tú acá te quedas”. Quiero diálogos como los del protagonista con su madre, una Kristin Scott Thomas que no para de hipnotizar en esta cinta,  desde su andar barato con tacones caros hasta su boca que lapida a quien la escucha. Esto es cine. No podemos hacer juicios para todas las películas: un guión que le queda raboncito a otros directores es un mero pretexto para Refn. Con esa puesta en escena, los ambientes que logra con los tonos y los colores, las dos o tres líneas certeras con las que los personajes se hacen pedazos unos a otros ¿quién necesita guión?

En tercer lugar está 12 Years a Slave (McQueen, 2013), la favorita para los premios de la academia gringa. La favorita de todo, absolutamente todo el mundo. Mmm. Es devastadora, sí. Pero para ponerlo en términos masculinos, a mí no me logró levantar… ni una ceja. En cambio sufrí mucho. Odié a todos los personajes, a toda la humanidad, a toda la época, el sur de los Estados Unidos. Acabé por preguntarme cómo aquél pasado de esclavitud se relaciona hoy con el norte de los Estados Unidos Mexicanos −que ahora es toda la república−. No puede ser una coincidencia que estén tan juntos. Odié muchas cosas. Pero no es una película que uno desearía ver. En algún lugar de la dirección, tampoco es una cinta hecha con goce, amor o deseo. McQueen es un maestro, pero desde mi punto de vista, no hizo una película memorable. Le tiró más bien a hacer una “gran historia”. Y eso, para mí, es un espectáculo espantoso.

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En cuarto y más importante lugar está The Counselor, escrita por Cormac McCarthy y dirigida por Ridley Scott. A nadie le gustó. La pobre película llega al 5.8 en el IMDB y está incluida entre las 10 peores del año por la revista Time. ¿Quéeee? Yo la considero una de las mejores. (Ya sabemos que no hay que confiar mucho en mí). Pero les explico: algo me noqueó cuando salí de esta película: esas malditas palabras que recibe el abogado (Michael Fassbender) de Rubén Blades por teléfono: “la decisión que te conduce a lo que te está sucediendo ahora la tomaste hace muchos, muchos años”. Madre mía. Es una película “tira netas” y me encanta. Odio la maldita neutralidad. No me importa si como dicen “no queda clara la historia” ¿Eso qué? O si la película se constituye como un pinball narrativo sin pies ni cabeza. Está escrita como una novela, eso queda claro. ¿Y qué les asusta tanto? ¿Ese mashup narrativo es mucho para nuestras pobres cabecitas? Me da un poco de pena que estemos tan acostumbrados a diálogos vacíos, one-liners, efectivos para hacer avanzar la trama y fáciles de entender. Les dicen “diálogos de acción”. Y supongo que aquí no hay mucho porque la acción es poca y desordenada. Me sorprenden también las reacciones de los mexicanos: que es no es realista (dios, ¿qué pasa con la gente y lo real? ¿no es suficiente lo que les pasa a diario?), que nunca sabes realmente lo que pasa (ir al punto anterior) y que está demasiado wordy, un adjetivo para el que no encuentro traducción, pero que significa que tiene demasiados diálogos. ¿Palabrosa? ¿palabrienta? Esta película es así: una novela palabrienta con una gran puesta en escena −las hermosas carreteras en medio del desierto, el minucioso seguimiento a acciones que no son nodales para la trama y un largo etcétera−. El guión de McCarthy también se las arregla para contener imágenes espectaculares como aquella de Cameron Díaz masturbándose en/con el coche ante un embelesado y asustado Javier Bardem. Eso es un escritor y no pedazos.

Lo único que quiero decir aquí es que todo lo antes escrito puede ser nulificado y debatido por cualquiera. Ojalá fuera así. Conviene llegar a esa edad mental. No voy a pensar que alguien es un idiota por estar en desacuerdo con mis gustos (como, de hecho, ocurre casi siempre). Por mucho que esto nos duela el narciso, hay que saber que muchas de nuestras críticas hacen de este mundo algo más totalitario y jodido si van contra el fan y no contra el producto. Conviene recordarlo.


Autores
nació en un hospital público de Av. Toluca (ciudad de México, 1973) pero creció en la Calzada de Las Águilas, lo que supone una infancia feliz aunque cuesta arriba y llena de topes. Le da un poco de pena decir que estudió Comunicación (pero se la aguanta porque no hizo la tesis en balde). Ha escrito algunos guiones y dirigió un cortometraje premiado por IMCINE. Escribe en muchas revistas pero su comentario mensual sobre cine aparece en Chilango. Este año publicará su primera novela en una editorial catalana. En su cabeza revolotean cómics y canciones de los Flaming Lips todo el tiempo.