Tierra Adentro

En algún momento nuestra mente deja de pertenecernos. Sin percibirlo, dejamos de pensar por nuestra cuenta. Esa ficción nos aleja del otro y al mismo tiempo nos hace creer que podemos encajar de nuevo, sólo que aquella nostalgia tiene ahora un precio, un sentido único y cuantificable en el imaginario de las cosas. Alguien o algo nos deja en blanco, y así, poco a poco desaparecemos, nos traga la herida o el tiempo. Los peces muertos a los que se refiere Jesús Navarrete Lezama en las breves historias que integran este libro, son metáforas cotidianas de aquellos hombres sin vida, sacos vacíos o cascarones plásticos, hombres sin pensamientos, que se desplazan por la vida sin sentido ni apego.

El Fondo Editorial Tierra Adentro publicó Peces muertos recientemente. Jesús Navarrete Lezama lo escribió gracias a una beca de creación del FONCA. Es un libro pequeño y sin pretensiones que en doce cuentos plantea diferentes escenarios de una situación posmoderna, un asunto que además coincide con problemas cotidianos del sujeto que pobla las ciudades: en un país minado por desigualdades y violencias, las decisiones de los personajes, habitantes periféricos y de zonas marginadas, sólo pueden conducir hacia un desastre o a la nada. Los pensamientos, cuerpos en descomposición social, son equivalentes a peces muertos, seres inanimados y vacuos. Bajo un contexto hostil, donde las posibilidades de aspirar a una vida digna son escasas, la imaginación muere asfixiada casi desde su nacimiento.

¿Qué muere cuando dejamos de pensar por nuestra cuenta, cuando dejamos, más bien, de leer entre las líneas de los días? Herederos de los libros de autoayuda, Pare de Sufrir y Laura en América, suponemos que al alcanzar cierta edad sabremos en verdad qué hacemos aquí, a dónde nos lleva el aliento, los pasos andando sobre las huellas de asfalto, y tomaremos entonces buenas decisiones, estaremos en control total de este barco encallado. Fernando Pessoa, el poeta de los heterónimos y la fragmentación del sujeto ante la nada, dijo en alguno de sus versos que si cansa ser y duele sentir, pensar destruye.

En Peces muertos, pensar tampoco lleva a ningún sitio, es un punto de partida estéril, como menciona uno de sus personajes en Para qué usar el tiempo restante: «A mí me gusta cavilar, aunque la mayoría de las veces las ideas que fluyen en mi cabeza se alejan sin hacer ningún contacto útil entre sí; pienso cosas irrelevantes que después olvido; pasan minutos, incluso horas de incesante reflexión, y al final, todo lo que he deliberado se esfuma y mi cabeza termina vacía. Entonces todo lo miro como si estuviera bajo el influjo de una ligera embriaguez; las cosas se convierten en mera forma: colores al azar sobre un lienzo. Piezas que embonan porque sí unas con otras. Humo de bebidas calientes».

Los pensamientos son bestias dulces y maravillosas, caballos alados por el tiempo. Macedonio Fernández creía que eran cosas que hacíamos aparecer para divertirnos o torturarnos. Llamaba a esa labor cotidiana pensarescribiendo, se tumbaba días enteros sobre la cama y escribía listas interminables de objetos-pensamientos. Para este escritor argentino, el mundo no existe de antemano; no se trata de representación sino de imaginario. ¿Qué nos dice no poder imaginar el mundo, es decir, crearlo? Quizás del letargo en que vive el sujeto. La máquina que imaginó Macedonio para crear otro territorio: el lenguaje, se convierte aquí en un intento fallido, un saco inerte.

Los domingos caen como hojas amarillas del árbol más cercano. Este libro es una aproximación desalentadora y en claroscuro de la realidad. Los personajes lo intentan, intentan incluso tomar decisiones aventuradas y poco fructíferas —como ser escritor— pero ni bien comienzan, fallan. El daño está hecho, se nace con él y nada puede salvarnos. La imaginación ha muerto, y por ello nada puede contrarrestar la muerte del hombre en vida. El tiempo pasa, y los personajes de Jesús Navarrete Lezama observan sin remedio el desfile de cuerpos vacíos, de miradas urgentes. Si se mira bien, nos dice, todo lleva su propia carga de grotesco, de pesadez y derrumbe. El otro es nuestro reflejo.

En Peces muertos, lo grotesco no es algo ante lo cual se aparta la vista o se intenta ocultar. Es, en cambio, el único lazo entre personajes. Cuando uno está deprimido, eso siente. En el rostro bello de un desconocido también se observan las espinillas de la nariz, los bellos infectados por el rastrillo; el cabello de una mujer joven y hermosa parece desgastando por el avance del verdadero color sobre el tinte claro; las madres gordas y malhumoradas son monstruos arremetiendo contra sus hijos, dando de mamar golpes. Se está tan sensible, tan alerta, tan fuera del mundo y a la vez tan presente, que todo se percibe desde la lupa del ojo. Los vagabundos, los enfermos y los ciegos se destacan del resto y estremecen. La vida se observa con horror y extrañeza. Esa cosa rara, antinatural, que se retuerce en el estómago de quienes deambulan solitarios entre el mar de gente.

Peces muertos trata igualmente de ese desamparo, suerte inequívoca que nos acompaña hasta en los días soleados. La noción de que al final no basta apostar por los placeres o dolores. Vivir es otra cosa, una aventura ininteligible y abrumadora.


Autores
Es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, por la UNAM. Junto al artista plástico Pavel Acevedo, dirige Espacio Centro, un lugar independiente de exhibición y producción artística ubicado en la periferia de Oaxaca. Trabaja lentamente en su ficción y en un pequeño huerto.