Tierra Adentro

Esta es una historia que se parece a una partida de billar; es una carambola a varias bandas que involucra la evocación memoriosa, los encargos profesionales, la melomanía y la pasión por coleccionar camisetas. De alguna manera todas estas cosas van juntas en torno a una vida que transcurre teniendo a la música como un hilo constructor principalísimo.

Ni siquiera recuerdo el orden en que ocurrió todo pero en el fondo subyace el debut de Bon Iver; detrás de una colección tan brillante de temas se encontraba una seguidilla de acontecimientos desafortunados en la vida de Justin Vernon: lo abandona su novia y el grupo en el que tocaba desde hacía años le hace ver que él era la parte que no encajaba del todo. De un momento a otro se encontró sin novia y sin banda.

No encontró una mejor manera para exorcizarse que comenzar un viaje hasta una remota cabaña en un bosque y permanecer allí mientras el invierno transcurría. Sólo salía para traer más leña para el fuego y emprender alguna breve cacería. El resto del tiempo lo dedicaba a componer un puñado de temas lo más sinceros posibles.

Cuando regresó a la civilización, detalló las composiciones y editó lo que sería conocido como For Emma, forever ago (2008) —claro que le cambió el nombre a la susodicha—. Aquel ejercicio de valor, autoexploración y escritura vital se convirtió en un disco tremendo que lo puso, no sólo en boca del mundo indie, sino en la de un público más amplio al sonar en algunas series televisivas.

Casi tomó por sorpresa a Justin el hecho de convertirse en un músico del que muchos hablaban, pero continuó creando y su siguiente disco llevó el mismo nombre de su proyecto solista: Bon Iver, Bon Iver (2011). En algún momento se reconcilió con sus amigos, tocó en proyectos paralelos, produjo a otros músicos emergentes y nunca perdió la sencillez. Me tocó verlo en un concierto memorable, casi en el horario estelar del Coachella 2012. Las jóvenes generaciones se maravillaban con ese folk eléctrico que reinventa las baladas llegadoras para dotarlas de mayor poder. Vernon siempre se ha distinguido por utilizar un falsete completamente lánguido. Un susurro ideal para capítulos de amores frustrados y filtración del amor.

Seguro que uno no debería de olvidarse de artistas tan valiosos y certeros, pero que se le va a hacer con el ir y venir de discos entre computadoras y iPods. La tecnología no tiene palabra de honor y en ocasiones hay que resetear los aparatos y comenzar desde cero. La llegada de muchas novedades impide que se dedique tiempo a reinstalar álbumes maravillosos en los que no se piensa durante un tiempo.

Pero una mañana con un lapso suficiente para recorrer cajones y repasar las camisetas que poco a poco se han ido acumulando tras años de asistir a conciertos, allí estaba. La prenda negra conmemorativa de aquel Coachella y el intenso set de Justin y sus muchachos. Nada hubiera ido más allá de un reencuentro con el guardarropa de no ser porque durante esa misma mañana, y tras regresar los discos correspondientes al iTunes, descubrí que había una novela que guardaba una estrecha relación con lo sucedido al hombre detrás de Bon Iver.

El norteamericano Nickolas Butler publicaba Canciones de amor a quemarropa en español a través de Libros del Asteroide; editorial que presenta a la historia de la siguiente manera: «Henry, Lee, Kip y Ronny crecieron juntos en el mismo pueblo de Wisconsin, Little Wing. Amigos desde niños, sus vidas comenzaron de manera similar, pero han tomado caminos distintos. Henry se quedó en el pueblo y se casó con su primera novia, mientras que el resto lo abandonó en busca de algo más: Ronny se convirtió en un famoso cowboy de rodeo, Kip en exitoso agente de bolsa y Lee en una estrella de rock de fama mundial».

Ese tal Lee no es sino un alter ego de Justin Vernon, quien es amigo personal de Butler desde la infancia. Los personajes se reencuentran en una boda y «todos tratan de recuperar su vieja amistad pese a lo mucho que han cambiado… las antiguas rivalidades renacen y los viejos secretos amenazan con destrozar amistad y amor».

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Butler ha comentado que el personaje también tiene mucho de su personalidad aunque partió de Justin y no deja de resaltar la importancia que ha tenido el músico para la comunidad de Wisconsin, ya que es admirado por mantenerse fiel a sus raíces y en cercanía constante.

Se trata de un acontecimiento en la literatura de rock; la música juega un papel importante a lo largo de la historia, el autor pretendía que las canciones inundaran el ambiente y cuando le preguntan acerca de la banda sonora ideal señala a otro clásico reciente del folk, como lo es I see a darkness de Bonnie Prince Billy  o la canción Elephant gun de Beirut.

Nickolas, palabras más, palabras menos, destaca que su obra debut (que ya ha sido comprada por FOX en vías de llevarse a la pantalla) aborda las cosas que de verdad importan: «el amor y la lealtad, el poder de la música y la belleza de la naturaleza».

Mal que bien, intencionadamente o no, Canciones de amor a quemarropa hace las veces de un retrato generacional y tiene una fuerte esencia indie a lo largo y ancho de sus páginas. No sólo se escuchan los acordes de Bon Iver, también se siente la influencia de Dylan junto a The band; el legado de Crosby, Stills & Nash o más cercano a nuestros días, la belleza de Beth Orton y lo primero de The black keys —lo que ya es mucho decir—. Un libro para conseguir de inmediato.


Autores
De los años sesenta tomó la inconformidad recalcitrante; de los ochenta una pasión crónica por la música; de los noventa la pasión literaria. Durante la década de los dosmil buscó la manera de hacer eclosionar todas sus filias. Explorando la poesía ha publicado: Loop traicionero (2008), Suave como el peligro (2010) y Combustión espontánea (2011). Rutas para entrar y salir del Nirvana (2012) es su primera novela. Es colaborador de las revistas Marvin, La mosca, Variopinto e Indie-rocks y los diarios Milenio Hidalgo y Reforma, entre otras publicaciones.