Paseo íntimo
Titulo: Toda una vida estaría conmigo
Autor: Guillermo Sheridan
Editorial: Almadía
Lugar y Año: Oaxaca, 2014
Cuando se está frente a un libro de crónicas o ensayos de Guillermo Sheridan (1950) uno ya sabe qué esperar: sátira y diatriba de la vida cotidiana en México, combinadas con las anécdotas, lecturas y erudición de uno de los personajes más quejumbrosos de las letras en este país. Toda una vida estaría conmigo (2014) no es la excepción.
Aunque el libro se presente como una autobiografía, no es muy diferente a lo que hace recurrentemente en sus espacios de escritura cotidianos, e incluso a lo presentado en libros como Lugar a dudas (2000), El encarguito (y otros pendientes) (2007) o Viaje al centro de mi tierra (2011). Ya lo ha dicho el autor mismo, en un entrevista que se puede encontrar en línea: “No veo ninguna razón para excluirme de mi forma de mirar las cosas. Me río de mí mismo porque, desde luego, no tengo dispensa de estupidez ni estoy exento de incongruencia”. A lo largo de su producción ensayística, Guillermo Sheridan se encuentra en el centro del escrutinio y la crítica de él mismo, siempre incisivo y constante: ya sea como tema, personaje o como autoimagen discursiva del autor.
La construcción del libro, aunque sencilla, llama la atención. Se divide en bloques de ensayos que asemejan la progresión de un día (comienza “Tempranito” y termina “Ahí por la nochecita”, con “Sueños eróticos” y “Pesadillas”). Al principio los ensayos van en orden cronológico —Sheridan regresa a momentos de su infancia y adolescencia—, pero el libro no tarda en comenzar a intercalar ese recuento con sus obsesiones, y la ilusión cronológica inicial desaparece para asemejarse, más bien, a la volatilidad y fragmentariedad de la memoria. Sheridan se cuenta a sí mismo a partir de la retacería que viene de su mente, a partir de cualquier objeto o evento, de cualquier encuentro u observación.
Es el Sheridan de siempre, aunque en un principio —y tal vez sólo en apariencia— más apacible. La revisión de los ensayos que inauguran Toda una vida estaría conmigo —cinco de ellos abrían Lugar a dudas, también— ayudan a dejar que las anécdotas se desenvuelvan con mayor soltura y tranquilidad que en los originales. Las carcajadas locas de hace algunos años ahora, por lo menos en este inicio, saben a una conversación risueña entre amigos.
El punto en el que verdaderamente se separa este libro de los demás de Sheridan es la “Sobremesa (con mantel que huele a pólvora)”, capítulo intermedio de apenas dos ensayos, hacia la mitad de Toda una vida estaría conmigo. Sheridan se ha caracterizado por ser un ensayista tremendamente honesto —o que al menos se ha construido una autoimagen que sabe simular muy bien la honestidad—, pero con el que el lector rara vez se siente en intimidad. Sin embargo, en los dos ensayos o crónicas de este apartado, Sheridan se comparte a través de su dolor. Permite al lector acercarse a él. Pareciera que conforme el día progresa, el autor se va sintiendo en mayor confianza con quien lo lee y le permite ser partícipe de heridas vivas en su vida. Si hay que escoger una razón por la cual leer este libro, sin duda sería por estas dos piezas bellísimas de confianza compartida.
Después de que en la sobremesa nos encontramos con este Sheridan que sabe raro —textos un poco más largos e íntimos—, y que en la “Hora del cafecito” nos adentramos en una variedad de anécdotas sobre personajes famosos e importantes para su vida, en “Paseo de la Tarde” los textos sobre sus andanzas internacionales nos regresan al Sheridan más mordaz —un poco ausente al principio del libro—, aunque no necesariamente el más cáustico. Para al final, en “Ahí por la nochecita”, todavía entre risas, llevarnos a sus reflexiones sobre la vejez y las muchas casualidades de la vida.
Sin embargo, los dos últimos bloques de ensayos se desarticulan demasiado del libro.
Los ensayos sobre sexo y sexualidad (en “Sueños eróticos”), aunque simpáticos e interesantes, se antojan innecesarios y pesados. Después de tanta confidencialidad, de tanta intimidad, rompe con la voz que se va construyendo a lo largo del libro. Deja de saber a conversación para parecer, más bien, clases disfrazadas. Tal vez es el capricho de tener que anclarse a lo sexual cuando se instala la vejez, aunque no termina de quedar clara cuál es la necesidad o función del apartado. No obstante, hay que admitir que, al mismo tiempo, termina de manera bestial. El último párrafo de este bloque arde en intensidad, aunque estos textos se desarticulen tanto del libro en su conjunto.
El último bloque presenta al Sheridan más cáustico, al que ve al veneno como cura. Son ensayos que se parecen a la fiebre que sirve para liberar toxinas acumuladas y, tal vez, despertar un poco más tranquilo al día siguiente. Son sus odios y repulsiones: la Ciudad de México, el sistema político mexicano, los sátrapas del mundo en pleno siglo XXI, la normalización de la falla en la manera en que operan las cosas en nuestro país. Aquí se lee a una faceta que tiene una necesidad imperante por expectorar la bilis acumulada de una vida atrapada en un sistema, un país y una ciudad que no parecen poder cambiar en el futuro cercano.
Soy parcial frente a Sheridan. A su obra llegué tarde, pero de él me robé las ganas de dedicarme a leer y, posteriormente, a las garrapatas propias. Llevo alrededor de 7 años usándolo para demostrar en el salón de clases que leer no tiene por qué ser una monserga y no tiene por qué ser ni ceremonioso ni aburrido. Apenas algunas horas antes de escribir estas palabras reímos sin control en un salón de clases leyendo un par de los ensayos de este libro.
Lo más disfrutable de leer a Sheridan, quizá, es que frente a sus ideas uno no puede permanecer estático. A mí me obligan a querer leer y escribir, pero seguramente a muchos los llevan a querer mentarle la madre. Y hay pocas cosas tan valiosas en la literatura como encontrar un autor frente al que se quiera responder casi por necesidad.
Toda una vida estaría conmigo es un paseo muy placentero por la literatura, la vida y sus paisajes intermedios; es la dicha de conversar con un Guillermo Sheridan que se antoja más honesto e íntimo que nunca.