Para un corazón perdido
El bote de objetos extraviados de mi primaria olía a ropa sucia. En un cilindro de metal que, en otros casos era usado como bote de basura, se almacenaba un cúmulo de olvidos. Loncheras, lápices, suéteres sin nombre, juguetes, cuadernos, zapatos sin par y demás objetos cuya característica principal era la de haber perdido a su dueño. A esas edades las posesiones tienen un significado sentimental muy importante. La desaparición de algún objeto, en muchos casos, representa algo más que la pérdida de la cosa misma. En ocasiones es, también, la transición de una vida a otra. Y cuando hablo de objetos perdidos no sólo estoy pensando en esos juguetes olvidados en un restaurante o en el estuche de colores que no se vuelve a ver. Perder significa también dejar atrás, separarse de algún objeto o persona y seguir adelante. Una cobija, un muñeco de peluche, un amigo o un libro son elementos que nos definen y nos hacen sentir protegidos durante la infancia, funcionan como muletillas ante un mundo desconocido. Objetos transicionales que los niños eligen y de los que se separan paulatinamente a través de un olvido gradual más que de un duelo. El caso de la ropa es uno de los más dramáticos, literalmente el cuerpo dice que ha llegado el momento de alejarse. Apartarse de ellos implica enfrentarse a la vida con otros instrumentos: legado y posibilidad.
En la LIJ la pérdida y el alejamiento son temas recurrentes. Relatos sobre muerte y duelo, ausencias, desapariciones, personas y objetos perdidos. ¿Cómo enfrentarse a lo que estaba y ya no está? Nadie nos prepara para lidiar con los vacíos, la instrucción es siempre seguir adelante. Encontrar el orden de las piezas a pesar de que algunas falten. En Perdido y encontrado[1] de Oliver Jeffers, un niño encuentra en la puerta de su casa a un pingüino que está perdido. No sabe qué hacer con él y lo ayuda a regresar al lugar de donde vino. Después de un largo viaje, llegan al Polo Sur. Es momento de despedirse. Cada uno toma su camino y ambos se dan cuenta de que no quieren separarse. Deciden quedarse juntos y emprender un viaje de regreso a casa. Para el pingüino, perderse significó encontrarse con un nuevo amigo. Transitar de una vida a otra, cambiar para crecer. El éxito internacional de este libro, me parece, radica en el punto anterior. Para los lectores, es fácil crear empatía con el relato, pues la infancia está llena de transformaciones, el cambio es la constante, las certezas son provisionales.
Jeffers es uno de los autores infantiles más importantes de la última década. En el 2010 se publicó su obra El corazón y la botella,[2] en donde vuelve a tocar el tema del vacío desde una perspectiva realista. Una niña como cualquier otra, llena de preguntas, busca respuestas al lado de su abuelo. Hasta el día en que lo busca y encuentra su sillón vacío. La invade un dolor tan grande que decide resguardar su corazón dentro de una botella, ahí nadie podrá lastimarlo. Ya nada es igual, ya no le interesa hacerse preguntas. Su corazón se vuelve una carga pesada, hasta que lo comparte con alguien más. A lo largo de toda la vida, la ausencia más profunda a la que nos podemos enfrentar es la muerte de alguien querido. Por la costumbre que se tiene al cambio, durante los primeros años de vida es muy complicado asimilar estos vacíos como algo definitivo. La muerte se presenta como un golpe inexplicable e irreversible que para la mente infantil es difícil asimilar. El vacío no puede llenarse con nada. El lugar ausente se transforma a través de los recuerdos y del legado del que ya no está. Las piezas toman otro lugar.
Toda proporción guardada, en los primeros años de vida el sentimiento de pérdida es el mismo que en cualquier situación similar posterior. La ausencia de alguna pieza en la vida de un niño reconfigura su forma de entender el mundo y presentarse ante él. Cada cosa que deja atrás lo hace crecer y lo cambia. Separarse de la cobija que solía llevar a todos lados, significa estar en el mundo sin la muleta que lo equilibraba. Alejarse de algún amigo, cambiarse de escuela, dejar el chupón, perder los dientes o a un ser querido, son todos procesos de transición, donde lo nuevo significa dejar morir el pasado, idealmente sin dolor. Aunque retomo el lugar común: crecer duele. Y, debo decir que con el tiempo punza más.