Tierra Adentro
Collage de Miranda Guerrero.

Existe una condición inicial para empezar a llorar: no estar llorando. No porque no se pueda seguir derramando gotitas saladas cuando ya se ha abierto la llave, no, ¡sí se puede! Incluso cuentan que se han roto récords mundiales llorando. Hubo una vez,  durante una de estas contiendas maratónicas para los lagrimales, en que cada uno de los competidores llenó un plato de sopa con lágrimas. Desde ahí viene la recomendación de comer caldo de pollo para el corazón —y para el llanto—, pues hay que hidratarse severamente antes de entrar a estos certámenes; dicen que varias veces los chillones han caído deshidratados por contar con bajas reservas de electrolitos. De modo que sí se puede llorar una vez tras otra. Pero si se llora después de llorar entonces se dice “se sigue llorando” y no se utiliza el término “se comienza a llorar”.

 

Para empezar a llorar hay que poseer un sentimiento que detone la emanación de agua del lagrimal. Lo más común es que se llegue a esta meta por gozar de tristeza o desconsuelo; enojo o dolor. Pero algunas veces desenmarañar el porqué no es tan fácil y la génesis del llanto es imposible atribuírsela a un sólo factor, así que en estos casos los afluentes lagrimales serán provenientes de un anímico río revuelto.

 

Son dos factores los que garantizan, según numerosos estudios, el prolongado derrame de lágrimas. El primero está asociado a la compleja amalgama sentimental: mientras menos sepamos del porqué se llora, más difícilmente llegará el consuelo, pues se pierde mucho tiempo en falsas hipótesis. El segundo factor es la penetrabilidad de la emoción: mientras más profundo en las esté oculto el sentimiento engendrador de lágrimas, más difícil será contenerlas. Por lo que cada doliente puede elegir a gusto la complejidad del sentimiento que lo haga llorar, sólo debe asegurarse de programar el sollozo, pues sería terrible perder la visita al dentista por no haber calculado bien el tiempo para la conclusión de la primera actividad.

 

Si hasta ahora parecía complejo decantar un único sentimiento para prepararse y comenzar a llorar, la locura estalla cuando se destapan casos en los que las personas reportan iniciar esta actividad por razones contrarias al llanto: reír. Resulta que hay homo sapiens que lloran de alegría. ¡Qué locura!

 

Luego, según el gusto, es necesario acotar el tipo de llanto que se interpretará: lamento, lloriqueo, berrinche, desconsuelo, queja, silente —sí, se puede llorar enmudecido—, o riendo (este último asociado a la exótica modalidad de llorar de risa). Muchas veces, si se tiene en claro el sentimiento que genera el llanto, se puede circunscribir inmediatamente la modalidad de representación. Otras veces no, y entonces es habitual transitar de un estilo interpretativo a otro hasta encontrar el más adecuado; cosa que no debe de preocupar a nadie, pues el vaivén emocional es lo más ordinario que existe. Lo verdaderamente inusual es efectuar de manera simultánea y polifónica dos clases de llanto; quien domine esta multifacética tarea seguro ganará un premio nunca antes dado.

 

Como se puede inferir hasta ahora, no hay unanimidad en la razón por la cual se comienza a llorar y tampoco existen convenciones sobre el tipo de lamento que cada sentimiento desencadenará. Es decir, la elección y responsabilidad queda en manos del ejecutante. Eso sí, hay que estar conscientes de que no se tolerarán reclamos si el actor decide llorar de risa en el velorio de su madre o si enmudece al dolor de la tortura. En caso de incomodidad, les sugerimos alzar una plegaria para Ezis, divinidad griega de la angustia y la tragedia.

 

Cabe mencionar que existen tres formas para empezar a llorar en las que los sentimientos no se involucran. La primera es insertando en el ojo un objeto tan pequeño como un grano de arena; al parecer si el bulto es más grande que esto, entonces pasa desapercibido por el hospedero, de ahí que el tan famoso refrán diga que no se ve la viga en el propio ojo pero sí la basurita en el ajeno. Después de colocar el cuerpo extraño en algún rincón de la esclerótica, éste se moverá con libertad por todo el globo ocular arañándolo, provocando molestia e irritación; de modo que el ojo utilizará su único mecanismo para deshacerse de la pieza encajada: llorará. Después de un rato de lagrimear, el cuerpo extraño saldrá y cesará la actividad hídrica. De lo contrario, hay que acudir con el oftalmólogo para un procedimiento médico que puede requerir agujas estériles y gotas desensibilizadoras.

 

Como es del saber popular, los bebés lloran por demandas y no por sentimientos profundos, así que ésta es la segunda manera. Más extraordinario que llorar sin sentimientos es que este puede ser un llanto desértico, es decir, sin perlitas de agua escurriendo por los agujeros de la cara; y la razón es que si se es muy nuevo en este mundo, los lagrimales son tan inmaduros que todavía no tienen la plomería ocular en funcionamiento, así que se llora en seco.

 

Si se es un lactante, lo único que basta para comenzar a llorar es tener una necesidad (cual sea): hambre, frío, calor, dolor, sueño. En otras ocasiones basta con la incomodidad de haberse ensuciado con excreciones. La recomendación para echar a andar este tipo de llanto es ser una criatura en brazos porque, en la vida adulta, hacer esto puede ser verdaderamente contraproducente para las relaciones públicas.

 

Para encarnar al tercer tipo de ejecutante en las artes del lamento impávido, se requiere haber sido tallado a manos de un escultor en algún material inerte, saber estarse quieto como estatua por tiempos que superan el fastidio y pertenecer a algún tipo de culto que congregue feligreses alrededor. La advertencia para interpretar el papel indica que las lágrimas teñirán de carmín la cara y todo el ropaje con el que otros decidan ataviarle. Habiendo aceptado lo anterior, la instrucción prescribe que se comience a llorar después de haber oído una plegaria sobre la cual se esté completamente de acuerdo y que origine un fuerte compromiso de responsabilidad para resolverla, de otro modo se le pide abstenerse. El fiel orador asociará esa semilla de granada lacrimosa con el milagro implorado.

 

Existe una variante operacional en la que la lírica popular dice que, a veces, se puede hacer una especie de cambalache emocional. Dicho llanto resulta de la imposibilidad de soltar esas lágrimas que consideraríamos “normales”, las húmedas que tienden a dejar el rostro hecho un caldo, es decir, este acto es árido y el trueque consiste en cambiar la fenomenología por completo. Para comenzar a llorar de este nuevo modo, en vez de abrir el ángulo de los párpados para expresar el sentimiento, se abre el orificio más grande de la cara y se expulsa aire de manera controlada generando sonidos armónicos. El algoritmo de sapienza folclórica no especifica si deben ir cargados de semántica o simplemente ser armoniosos para el oído, también se desconoce si deben de hacerse afinados o no, tal vez no importe. Finalmente, emitiendo sonidos así podemos estar seguros que “se canta cuando llorar no se puede”.

 

El acto de llorar o lo que los expertos llaman “estar llorando” es más complejo iniciarlo, pues requiere sostener durante un tiempo diferente a cero un continuo devenir de sollozos, quejas y sonidos; nutrir la mente y el corazón de manera constante de un mar de sentimientos para que no mermen los actos interpretativos y se precisa de un reservorio robusto de energía para que de los ojos broten con una frecuencia constante, y acorde a la exégesis actoral, las lágrimas; o se necesita polvo, hambre y tragedias, en el caso de llorar con el corazón sosiego. Siendo esto así, no es de incumbencia para este texto especificar lo relativo al acto de “estar llorando”, pues como muy bien se rotuló en la primera línea de la primera página de estos párrafos, estas hojas están dedicadas a los instantes previos: “para comenzar a llorar”. No obstante a manera de gratificación para los lectores que llegaron hasta este punto, existe una recomendación final que se deberá de considerar antes del inicio de esta actividad, únicamente con la finalidad de que el cataclismo córneo no los agarre desprevenidos.

 

A cada ejecutante le sugerimos tener a la mano un trozo de papel o un paño para poder desecar los encharcamientos faciales; los más incómodos se establecen en el centro de la cara, exactamente en el canal que une la nariz con la boca y que un médico llamaría surco nasolabial; pues al parecer no importando la fisonomía o la edad o el género de la persona que llora, la topografía de la faz hará que toda la humedad confluya a ese punto. Si no se cuenta con lienzo alguno, su recurso se limitará a enjugarse las lágrimas y fluidos nasales con las manos desabrigadas, por lo que sugerimos usarlas a turnos con reposos regulares para beneficiar la evaporación superficial de humedad y así asegurar el éxito del aseo.

instruccionesparacomenzarallorar


Autores
Nació en Xalapa, Veracruz. Lleva la mitad de su vida viviendo en Ciudad de México, así que se autodenomina jarochilanga. Estudió la carrera de Física y Matemáticas, ha tomado cursos sobre divulgación y periodismo de ciencia, edición de libros y revistas. Además de ser editora, escribe microcuentos de 140 caracteres en el blog Mis historias diminutas.

Ilustrador
Miranda Guerrero
Miranda Guerrero es una artista visual y escritora. Se licenció en la carrera de Letras Hispánicas por la UAM-Iztapalapa. Ha publicado sus fotografías en Tierra Adentro; mientras que ha publicado su poesía en portales como Otro páramo, Digo Palabra y Círculo de Poesía. También ha escrito para páginas web como Pijamasurf, Ecoosfera y MásdeMX. Instagram: www.instagram.com/mirandacollageartist/