Para celebrar al antipoeta: artefactos, revolución y otros lenguajes en Nicanor Parra.
Hay fechas históricas que, sin duda, sostienen no solamente coincidencias, sino registros particulares que decantarán en fuerzas políticas y estéticas que, a lo largo de su vida, definirá el sentido vital de aquellos a quienes el cuestionamiento los define en cada una de sus acciones. En la memoria del mundo, los acontecimientos de índole bélica guardan una pauta de cariz siniestro, que dentro del imaginario perpetúa el sentido de catástrofe y sin duda, la pulsión de muerte, la idea de que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. El siglo XX nació muerto. En medio de rupturas estéticas, de revoluciones donde México asegura su lugar en el mundo, las prácticas propias del capitalismo condicionaron todos los acontecimientos que hasta ahora arrastramos como signos de lo que constituye la condición de individuo: pautas colonialistas, extractivistas y el profundo gusto por la violencia.
Así, mientras que en Europa las tropas avanzaban hacia todas direcciones de lo que la conciencia occidental suponía le era suyo por derecho, incluyendo el continente africano, resguardados tras el sentido del derrocamiento del mal, aun con los miles de los cadáveres que reventaban sus trincheras, el discurso no tardó en perpetuar, mediante el nacimiento de la Primera Guerra Mundial, la declaratoria de lo que sería el eje del pensamiento occidental a lo largo de aquel siglo y el acontecer de este: el malestar como forma de vida. Pero en el mundo, en ese mismo que ha sido fuertemente lacerado en nombre del capital, han existido coincidencias que por momentos —a veces eternos instantes— nos devuelven no solamente el aliento, sino la voluntad de nadar a contracorriente y suspender ese Estado —que de ser excepcional se ha convertido en el tiempo cotidiano— y volver la cara a un rayo que, aunque efímero, con su potencia logró crear un espacio donde la duda siempre cabe y la risotada trágica encuentra cierto consuelo en el nacimiento del lenguaje, o mejor dicho, en el origen de la antipalabra generada sobre el sentido pétreo de éste. El 5 de septiembre de 1914 nació Nicanor Parra, y después, la antipoesía.
Para hablar del antipoeta tenemos que comenzar por la constante búsqueda que cifró el estilo de Parra. Nacido en la provincia chilena en San Fabián de Alico, el hermano de la voz que revolucionó el sonido del canto latinoamericano, Violeta Parra, creció entre la tierra, el canto folclórico y el sentido de las fiestas comunales y la cueca, presente en su mirada hasta el final. Mucho se ha dicho sobre la forma en que su estructura rompió con el orden lírico de la poesía chilena, latinoamericana y en sí, universal, comprendo abiertamente esa manera en que desafió a la tradición poética e incluso a las formas guardadas por Neruda, sin embargo, cifro mi atención hacia el horizonte de la llama que siempre le dio el calor y la lucidez en cada uno de sus artefactos, en cada sonoridad cuya estridencia siempre mantuvo a la tradición en un duelo constante. Esa llama política no nació panfletaria, sino que de manera orgánica se incrustó en cada parte de su cuerpo desde sus días de infancia en el campo andino y la escuela de primeras rural y que sobrevivió más de un siglo. Ciertamente, la potencia de su voz se notó desde su primera entrega con Cancionero sin nombre, publicado en 1937, compuesto por veintinueve poemas y bajo la fuerte influencia de Lorca, este poemario inauguraría la continua búsqueda de —como el poeta amoroso mexicano lo diría décadas después: “decir de otro modo lo mismo”— buscar en la resonancia del lenguaje una forma de restablecer el orden, incluso simbólico, frente a las oquedades que la vida afuera deja en el interior, como puede leerse en Remolino interior:
Me gusta que no me entiendan
y que tampoco me entiendan,
camisa de seda tengo,
pero también tengo espuelas.
Si digo que yo te quiero
no es cierto lo que dijera,
y acaso no te saludo
no es cierto que te aborrezca.
Cuando recorro la plaza
me gusta que no me entiendan,
pastillas de menta compro
para corretear la pena.
Que su voz haya acontecido en la república literaria bajo el signo de Lorca sin duda dejó una marca en el resto de su producción, sin embargo, no es de extrañar el acercamiento, pues para el mundo hispanoparlante, la funesta conquista del franquismo sostenía que no había lugar en el cual el sueño de libertad durara más de una década. La producción literaria de aquel año daba cuenta del siguiente descalabro de occidente: la llegada del franquismo ya nunca extinguido—los periódicos y las redes sociales nos dan cuenta a simple vista que ese espectro del oscurantismo nunca se ha ido de España y que al criollismo mexicano le encanta que nos escriban con J en nombre de la corona y el fascismo— y su campaña del terror repartida por todo el país mediante la tortura y la pedagogía de la crueldad expandida gracias a la iglesia católica y la monarquía. Obras como Bajo tu clara sombra, de Paz, Cripta, de Jaime Torres Bodet, España en el corazón, de Pablo Neruda, Gran temperatura, de Pablo de Rokha, y desde luego los fundamentales España: poema en cuatro angustias y una esperanza, de Nicolás Guillén, y Viento del pueblo, de Miguel Hernández, nos dan cuenta de la temperatura poética que se vivía en aquel instante, no sólo en cuanto a la forma como en el caso de Paz, de Rokha y Hernández, sino el fondo que los une que es el nacimiento de la crueldad que el mismo Neruda veía como embajador en España. Nicanor Parra irrumpió porque no necesitaba poetizar la tragedia, sino desde la forma —todavía fragmentada y sin pulir— politizar el fondo y orientarlo hacia las cosas que la “gran poesía” dejaba pasar.
No hay fenómeno pequeño o insignificante, en cambio, lo que abundan son las formas fútiles de hablar sobre lo que realmente causa desencanto, hasta dolor. Su formación como científico cambió radicalmente la manera de comprender los pequeños mecanismos y los grandes procesos, los elementos reactivos y las formas de atracción, pero sobre todo ese conocimiento empírico que lo llevó a conocer el mundo con la mirada alineada entre el reconocimiento poético y la contemplación científica. Entre sus viajes entre Estados Unidos e Inglaterra, sostuvo sus largas cavilaciones en torno a la mecánica y después a la cosmología, saberes que lo trasladaron al momento de romper las moléculas de la materia pétrea poética y reconocer el movimiento del lenguaje desde su propia creación. Ese viaje incluso por el conocimiento de la lengua inglesa y francesa irrumpe durante 17 años hasta decantar de manera plena en su segunda obra, quizá la más importante, Poemas y antipoemas, publicado en 1954. El grado de ruptura que sostuvo desde que pensó el título nos propone esa forma de transgredir desde el lenguaje la manera en la que comprendemos el mundo y el cómo toda ruptura nace de la tradición, como lo consigna Jaime Quezada (2014), de un testimonio del propio Parra:
Yo estaba en ese tiempo en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, el año 1950-51, escribiendo, puliendo libro: un mamotreto. Un buen día pasé frente a una librería; me llamó mucho la atención un libro que se exponía en ese tiempo, que estaba en la vitrina. El libro se llama Apoemas. Autor: un poeta francés, creo que Henri Michaux. Me llamó mucho la atención a mí esta palabra, apoemas. Pero simultáneamente, me pareció —a pesar del acierto— una palabra que estaba a medio camino. Me dije: ¿Por qué no le pondría directamente antipoemas en vez de apoemas? Me pareció la palabra antipoemas más fuerte, más expresiva, que la palabra apoemas. Y, a continuación, di un segundo paso: Me pareció que la palabra antipoemas, sola, contaba nada más que la mitad de la historia, porque ¿dónde quedaban los poemas? Entonces me pareció que el libro que yo estaba trabajando en ese tiempo debía titularse Poemas y antipoemas. O sea, en el libro debían aparecer dos objetos diferentes pero complementarios: los poemas tradicionales y, en seguida, este otro producto, estrambótico, más o menos destartalado, que se llama el antipoemas. Yo relacionaba, además, este dúo. Como profesor de Física yo estaba acostumbrado a trabajar con átomos, entonces pensaba en término de protones y electrones, en término de cargas positivas y negativas. 1
A partir de su publicación, la poesía en nuestra región sostendría desde diversas formas que la política tiene un constante contacto en el surgimiento del lenguaje, de hecho, el lugar de lo político una vez que baja de las tribunas y permea la polis encuentra su verdadera sustancia, la forma de apropiación y la destreza con la que las personas recrean desde sus saberes —eso que colonialmente se nombraba cultura popular— hasta un factor reactivo, una verdadera provocación que puede remplazar sistemas y valores culturales ajenos e incluso reconocimientos de lo que es la verdadera poesía de aquello a lo que Parra contesta con una sonrisa siempre provocadora “Y tú me lo preguntas! Antipoesía eres tú”.
Para sus críticos, Parra no era poeta, y en el fondo él mismo asentía, la fuerza revolucionaria sería aquella fuerza que lo llevó incluso durante la dictadura pinochetista a resguardar mediante sus formas y artefactos protestas para los carabineros y las máquinas de aniquilación que trajeron los horrores del fascismo a la tierra que escuchó durante el sueño allendista la voz de Violeta Parra y Víctor Jara. Nicanor sobrevivió los horrores, sosteniendo que el antipoema nació vivo y que de él emergerían las voces que de alguna manera darían una resonancia a su revolución estética, desde su compañero Enrique Lihn hasta Roberto Bolaño y, desde luego, Alejandro Zambra.
Luego de vivir más de un siglo, Parra decido que ha llegado la hora de dejarse de bromas, como lo dicta uno de sus artefactos: “Resucité pero me siento mal, a lo mejor me muero nuevamente”. Quizá antes de que se le borrase la sonrisa, en el fondo sentía que estaba por venir el siguiente cataclismo y antes de que el mundo se extinguiera, dejar en vida la antipoesía como una declaratoria de su propia revolución. Se marchó un 23 de enero de 2018, un año antes de que el mundo padeciera su sacudida viral. No dudo que, en este momento, en medio de los meses fuera del tiempo antes de 2020, cientos de ojos jóvenes a lo largo de la región, al igual que el protagonista de la novela de Zambra, se encuentran armando su propia revolución y la poesía renazca luego del fatal cataclismo como una coincidencia afortunada.