Tierra Adentro

Pareciera que el rock ya no puede ser incómodo y filoso

A nivel global lo que priva es la supuesta corrección política y una manera hipócrita de tratar las cosas. Se busca alentar una fingida decencia y un discurso pacato lleno de eufemismos. En la música no es la excepción. Pareciera que el rock ya no pudiera ser incómodo y filoso. En la mayoría de los casos pudiera pensarse que ya no late en él la llama de la provocación lucida y lúdica; que le han limado los dientes y que ya no suelta dentelladas.

Tenemos que pensar en alguien como M.I.A. para dar con una figura del hip hop global que no le tiene miedo a referirse a la política o bien conformarnos con el sainete mediatizado de las Pussy Riot. Y cuando nos referimos a la música que se canta en español el asunto parece complicarse —no abundan las referencias—. Tal vez sea Loquillo una presencia constante a la que no le da miedo patear el edificio del poder. En los meses cercanos podemos encontrar a un par de bandas, como León Benavente y Triángulo de Amor Bizarro y no mucho más. Podría pensarse que viviendo en una crisis tan profunda como la que sacudió —y aún sacude— a España, los músicos prefirieron replegarse hacia otros tópicos y no correr el riesgo de generar letras que pudieran llegar a rayar lo panfletario.

Pero al parecer en Asturias todavía no les viene en gana dejar de dar la batalla. No olvidemos que Nacho Vegas es la figura más insigne de por aquellas tierras y que tras el movimiento callejero en contra de las medidas del gobierno, decidió encabezar una iniciativa cercana a la canción reivindicativa y que trajo consigo la aparición de un compilado como el de Fundación Robo (2013) (con licencia Creative Commons y 28 temas), en el que no hay reparos para hacer reclamaciones hacia las instancias oficiales.

Aunque todavía podemos decir que han sido moderadamente respetuosos en su discurso o bien no se han tirado tan a fondo como lo ha hecho un músico conocido como Pablo Und Destruktion, quien tras haber salido a rodar por el mundo ha regresado a un pequeño pueblo asturiano para desarrollar un proyecto lleno de textos inflamados de rencor e inteligencia que insistentemente ha sido comparado con lo que hacía, nada menos, que Nick Cave en su periodo berlinés —un momento de gran calado artístico—.

Este hombre ha decidido combinar la vida rural, los trabajos duros y una propuesta centrada —en su segundo disco— en un rock áspero, chatarrero y peleón. Se trata de alguien al que le duele la depauperada situación por la que atraviesa su país, que se asoma a la pobreza y a la inferencia de la clase gobernante y la monarquía delincuencial. De hecho, con su material echa también un vistazo al pasado asturiano y da cuenta de la ruina –en un amplio sentido- que está corroyendo a su región. En la red coloca sus crónicas asturpsicodélicas en las que revisa a través de música y texto todo aquello que le interesa, al tiempo que expone la historia familiar:

Yo pertenezco a la típica saga asturiana: abuelos de monte que empiezan a trabajar a los 10 años y a matar a los 16, (mi abuelo paterno acabó luchando en Rusia y ganando dos cruces de hierro, ya os lo contaré en otra ocasión) cuando acabó la guerra se metieron en la mina con su consecuente bajada del monte a la Cuenca Minera, donde concebirían a sus vástagos, mis padres, que una vez crecidos se irían a Oviedo y posteriormente a Gijón, para aprovechar las oportunidades laborales de una emergente ciudad provinciana. En ese ambiente próspero que pasaba de las cabras y la sangre al profesorado y la carrera comercial nacimos mi hermana y yo.

Con la juventud a cuestas se marchó a la capital, recorrió algo del continente y luego se instaló en Berlín, en donde consolidó su relación con su actual pareja, la cantautora de origen alemán Fee Reega, con la que suele salir de gira. Pero las condiciones de la industria de la música no son fáciles y apenas permiten a unos cuántos vivir de la profesión. Así que Pablo dio cuenta de sus siguientes pasos: “Las arrugas, las entradas y mi fuerte olor corporal me acabaron convenciendo de que ya no era un niño, sino un paisano, y mandé al carajo mis expectativas de integración social y entretenimiento para volver a Asturias a afilar palos y soltar “cagamentos” hasta desaparecer”.

Y es que tras un primer disco de psicodelia low-fi al que nombró Animal con parachoques (Woodland, 2012), se concentró en 8 canciones más rabiosas que nunca y con una severa crítica a ese podrido costumbrismo hispánico. A propósito de uno de los primeros temas dados a conocer, “Pierde los dientes España”, agregó: “Nuestro país solo se entrevé entre el sainete y el melodrama”. Pablo no se siente cómo un heredero de la parte comercial del rock and roll —que viene de Elvis—, pero allí están esas guitarras ruidosas y descargas de noise que acompañan a una versión mutante del folklore asturiano (“Ahora que nadie te quiere yo a ti me entrego”).

Así es como en Sangrín (Discos humeantes, 2014) da con temas que escupen más verdades que la columna socio-política más ardiente del periodismo actual. Desde la inicial “El aire puro” (basada en un fragmento de “Esparcid mis cenizas en Eurodisney” de Rodrigo García) al cierre —tan hispánico— con “Nadie quiere al Rey Pelayo”. Por momentos nos hace recordar a lo más inspirado de Javier Corcobado —con grandes pasajes recitados- y el acompañamiento de una banda de rock tabernera y crepitante: “Pierde los dientes España, y pierde el cabello. Sabes que fea y calva es como te quiero”.

Se trata de un disco que pareciera parido por una especie de Miguel de Unamuno anarquista o un Benito Pérez Galdós dedicado a colocar bombas bajo los puentes del Ferrocarril; no en vano tiene una canción titulada “Limonov, desde Asturias al Infierno”, en la que alude al combativo poeta ruso tan en boga por la novela de Emmanuel Carrère, y en la que plantea la idea de construir un túnel para conectar con Moscú y abrazar llorando la momia de Lenin y emborracharse. Pablo G. Díaz –su nombre de pila- no deja de ser un atento observador social: “A nosotros nos ha tocado vivir el crisol del mundo en red y el fin de las ideas, las religiones y las disciplinas artísticas tal y cómo existían en el mundo industrial. Yo no sé muy bien hacia dónde va lo que hago, pero creo que mi ansiedad bipolar encaja en el mundo que habitamos”.

Ahora radicado en la aldea de Morvís, en Villaviciosa, se empapa del trabajo rudo en la tierra de la Sidra y recrudece su manera de entender la música. Se erige como una especie de crooner campesino que ha preferido cambiar los cabarets oscuros por los tupidos bosques de manzanos. Aun así no deja de pelear, y lo hace con esa voz profunda y grave, que se va desgajando lentamente, y luego cede su lugar a la acometida de furiosos coros cuasi militares. Allí están “Pecho para enfriar balas” y “Por cada rayo que cae” para librar batallas desde la lírica y la electricidad (pero también hay cabida para cuerdas y piano).

Sangrín aparece en un tiempo en que el rock da visos de que ha perdido su peligrosidad, en el que ya no se puede alzar la voz y lanzar improperios. He allí su mérito. Si ponemos atención no todo en España es mansedumbre musical; contamos con Za! y Ginferno y los saxos del averno, por citar dos ejemplos. Todavía se puede ser irreverente sin menospreciar el pasado, al humor más negro y la reflexión más punzante. Aquí hay Rock, poesía y autenticidad.


Autores
De los años sesenta tomó la inconformidad recalcitrante; de los ochenta una pasión crónica por la música; de los noventa la pasión literaria. Durante la década de los dosmil buscó la manera de hacer eclosionar todas sus filias. Explorando la poesía ha publicado: Loop traicionero (2008), Suave como el peligro (2010) y Combustión espontánea (2011). Rutas para entrar y salir del Nirvana (2012) es su primera novela. Es colaborador de las revistas Marvin, La mosca, Variopinto e Indie-rocks y los diarios Milenio Hidalgo y Reforma, entre otras publicaciones.