Tierra Adentro

↑ Soundtrack para esta nota.

Caminar la ciudad para interactuar con ella. Caminar la ciudad con —y más allá— de la idea del flâneur, caminar la ciudad como elemento de la movilidad, caminar la ciudad cotidianamente como respirar oxígeno, caminar la ciudad como espectadora, caminar la ciudad para reconocer en ella el movimiento corporal-mental, caminar la ciudad para observar sus adaptaciones: el quitar o poner objetos, casas, edificios, de acuerdo las condiciones mediatico-climáticas: escenográfica; caminar la ciudad para vernos en los otros. ¿Pero, qué se hace cuando no se puede caminar una ciudad?

Luego de una pausa para pensar esa respuesta pienso en el transporte dentro de esta urbe: autos, camiones, autobuses, motocicletas, tráilers, bicicletas, carromatos, calafias, taxis libres y taxis colectivos. De las posibilidades enunciadas, en Tijuana he utilizado todas excepto tráiler, bicicleta y carromato. Dado que no sé conducir, siempre en he ido como usuaria o copiloto. He de decir que el taxi libre corresponde al servicio personalizado, donde nadie más que el usuario que hace la parada o llama a la central, puede utilizar la unidad. El taxi colectivo es el sistema de transporte más común utilizado en Tijuana, quizá alternando con calafias y autobuses. Las calafias son pequeños camiones que trasladan un aproximado de 25 personas y recorren rutas donde ni camiones grandes o taxis colectivos llegan.

Durante trece años he utilizado el sistema de taxis colectivos casi a diario. Exceptuando las veces que amigas o amigos me han llevado gentilmente en sus autos, o las veces que no he salido de casa, los taxis colectivos han sido mi medio de transporte y cada vez una novedad. Sólo un par de veces antes había tenido una experiencia similar, y eso fue antes de venir a vivir a Tijuana. Sucedió en 1996 y la segunda en el año 2000, cuando visité La Habana. Fue durante esas visitas, cuando tuve la oportunidad de participar de esta manera de transporte. Como en La Habana era una turista, no pude evitar sentirme como tal y vivir la experiencia bajo un filtro más distante. Sin embargo, algo tenía claro: el turismo no usa ese sistema de transporte allá.

Aterrizar en Tijuana luego de haber vivido todo el tiempo en una ciudad caminable como Cuévano (Guanajuato según don Ibar) fue un contraste, digamos, bastante marcadito. Sólo años después he logrado comprender la incidencia de esos contrastes en mi vida a través de una particular forma y filosofía de vida. Pero ello atiende a subjetividades y no es la intención ir tanto por ahí, entonces vuelvo al punto: ¿Qué pasó cuando observé que en Tijuana era imposible caminar la mayoría de sus calles? ¿Qué pasó cuando subí a la famosa “guayina” en 2001, único medio en taxis colectivos en aquel entonces? Me di cuenta que podía ver la ciudad como si fuera una película incluido el soundtrack.

Las “guayinas” eran unas vagonetas modelo Guayín Ford 1979. Generalmente, destartaladas dado el uso. Trasladaban a 9 personas, haciendo un total de diez al incluir al chofer. Siempre que podía subía a la parte de atrás pues era ahí donde una iba sentada, semi-hundida, de espaldas a los demás usuarios, observando a la ciudad desde el rectángulo-ventana. En ese entonces aprendí a dividir los bulevares de acuerdo a los colores de sus taxis: Bulevar Rojo era el que cruza la ciudad en sentido horizontal y que corresponde al Bulevar Aguacaliente (el cual cambia de nombre en diversos tramos) y el Bulevar Verde, que también cruza horizontalmente la ciudad pero por la zona del río, esto es, el denominado Bulevar Sánchez Taboada; Una ruta favorita en aquél tiempo es la que lleva hacia la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), cruzando la colonia Postal, pues tiene unas vistas espectaculares además de emblemáticas geografías como lo es Lomas Taurinas. Ejem.

Subir a un taxi rojo o a un taxi verde —hoy por hoy modelos minivans desde 2006— (o a los azules con blanco, morados con blanco, dorados con blanco, todo depende de la ruta) incluye aprender a reconocer el circuito sonoro de la ciudad. Generalmente por las mañanas, las radiodifusoras californianas vecinas suenan con mayor prestancia. Me gusta subirme a un taxi colectivo y que suene una rola de Grateful Dead, The Allmand Brothers Band o Supertramp. Aprendí a escuchar con analizable perspectiva música que jamás iba a escuchar de otra manera dígase corridos o música grupera o ya entrada en gastos: al fatídico Buki. Aprendí a escuchar también este muy tijuano circuito sonoro a través de los acentos y “cantaditos” de los usuarios, el tono variable de los idiomas a veces entre spanglish o mezclas diversas: nunca falta un gringo que no habla una palabra en español, o una china que sí habla español pero se entiende como si fuera… sólo chino. Esto en cuanto a sonoridad pero los temas de conversación, ¡Ah, los temas de conversación entre usuarios de un taxi colectivo! Merecen nota aparte.


Autores
(Guanajuato, 1973). Realizó estudios de licenciatura en Diseño Gráfico y la maestría en Estudios Socioculturales. Ha publicado los siguientes libros: Libro del Aire (Editorial De la Esquina, 2011), Okupas (Letras de Pasto Verde, 2009), Todas estas puertas (Tierra Adentro, 2008), Entre las líneas de las manos (en el libro Tres tristes tigras, Conaculta, 2005) y Bravísimas Bravérrimas. Aforismos (Editorial De la Esquina, 2005). Participó en el Laboratorio Fronterizo de Escritores/Writing Lab on the Border (2006), participó en el Festival de Poesía Latinoamericana LATINALE 2007 con sede en Berlín. Recibió la beca del FONCA para escritores en 2007. En Mayo de 2012, participó en las jornadas literarias “Los límites del lenguaje” con sede en Moscú. Su trabajo escrito y gráfico ha sido incluido en varias antologías así como en revistas nacionales e internacionales. Desde el año 2001 vive en Tijuana. Ama la música y ama dibujar.