Pablo García: un hombre y su bicicleta
“Pablo no va a conocer Puebla”, me dice Gustavo Castillo, quien hace tiempo fue parte del grupo de ciclistas “Vagabundos de París” y que acogerá en la ciudad al hombre que, desde 2001, vive dándole la vuelta al mundo sobre su bicicleta. “Es que si te detienes, te quedas. Pablo estará tres, cuatro días y luego se irá”, continúa el exciclista y expracticante, también, de deporte extremo. Cada que me dice algo, se vuelve a buscar a Pablo, cuando lo localiza, continúa la conversación. “¿Qué cree que le quede al final a alguien que le ha dado la vuelta al mundo varias veces?”, le pregunto.
“Cualquiera puede decir que ha conocido seis, siete países distintos. Pablo ha conocido ochenta, más. Al final de su vida eso le va a quedar”, me responde sin asomo de duda. “Pero usted ha dicho que no tiene tiempo de conocer los lugares que visita, que está muy ocupado yéndose”, replico, cuando ya Pablo García se ha puesto de acuerdo con los organizadores y la pantalla, computadora, mesa y espectáculo está casi listo para empezar la conferencia sobre sus aventuras. El que fuera un “Vagabundo de París” y que ahora ya no puede subirse a una bicicleta porque tiene una lesión crónica en la espalda me mira y parece que no va a contestar. “Conoce todo y nada. Creo que esa es la verdadera tragedia. Va a conocer todos los países del mundo y ninguno.”
No entrevisto a Pablo García porque está ocupado. Aun cuando esperé su llegada a Profética (una de las librerías más bellas del mundo, según Juan Villoro y Marisol Schulz), y al reconocerlo y extenderle la mano, ejerció una sonrisa forzada, no escucha lo que le digo (“Pablo, me ha mandado una revista cultural a entrevistarte”) y me pregunta si yo soy el organizador. Cuando le digo quién es, se va y me dice que puedo hacerle preguntas mientras trabaja. No se me antoja hablarle sobre “Elogio de la bicicleta” de Marc Augé, ni sobre ninguna de las preguntas que planeé durante la semana: ¿Cuál fue su experiencia de niño con la bicicleta?, ¿si la bicicleta tiene una vocación de la clase obrera, por qué las ciudades progresistas la han adoptado como símbolo?, ¿por qué crees que la bicicleta tiene que ver con el descubrimiento de uno mismo?, o situar la muerte del mito y de lo heroico en el Tour de France debido al doping, ¿qué va a hacer después de esos 122 777 kilómetros que lleva y de los que le faltan?, o enfrentarlo con hazañas novedosas, como el salto de Baumgartner y preguntarle si no piensa que su hazaña pase desapercibida ante tanta espectacularidad, ¿el ciclismo es el nuevo fanatismo?
Así que mejor busco una mesa y luego de verlo acomodar decenas de muñequitas de hilo y tela y dvds de su documental que vende para costearse el viaje, “es que no siempre se consiguen patrocinadores, a veces te ven y te dicen que lo que haces no congenia con su marca”, me propongo escucharlo.
No pasa mucho para que aquella urgencia que le vi al llegar, aquella mirada ausente, y esas ganas de estar, más que consiguiendo dinero, allá afuera viviendo su sueño, se trasladen a su discurso. Mientras habla y relata pequeñas anécdotas que hacen un rosario de dificultades y salvamentos, “no van a escuchar de mí lo maravilloso que es dar la vuelta al mundo. Van a escuchar lo duro”, sobre una pantalla van pasando cientos de fotografías que cuentan la travesía. “La bicicleta es el medio perfecto para viajar, es barata, saludable y da libertad”, dice, justo cuando pienso que, a la manera de Murakami, expondrá algún tipo de filosofía original sobre la monotonía de la reflexión solitaria que da correr o andar en bicicleta, baja un escalón lanzando dardos de autosuperación, “el poder de la creencia proporciona la habilidad del ser”, y cuando estoy por abandonar el barco, Pablo dice: “renuncié a una vida llena de confort. Me hice famoso por un par de días pero estaba muerto de miedo”. Pienso que ya estamos tocando hueso.Si Pablo García ha renunciado a hablar del tema que esperaba encontrar: la relación de un hombre, su bicicleta y el camino, creo que la historia de un hombre que dejó todo para hacer durante diez años el sueño de su vida me interesa. Pero entonces volvemos: “Uno puede ir tan lejos como su corazón y paciencia lo lleven”, afirma. El ciclista habla del lado espiritual pero no lo manifiesta.
Veo a Pablo en la pequeña mesita con mantel blanco que le han puesto. Su mirada llana, lo sé, ha perdido brillo a lo largo de esos años que ha vivido el sueño de su vida. Ahora se encuentra atrapado y sujeto a un sistema de sobrevivencia que, oh paradoja, es de lo que huía. Debido a la ausencia de pasión que hay en sus palabras, lo imagino dando la misma conferencia tediosa, día a día, de país en país, de ciudad en ciudad. Pablo debe alejarse sistemáticamente del camino para venir a exponerse, casi como un animal de circo, y contar que lo asaltaron en tal parte, que en Irán le pasó esto, que en Turquía aquello, que en África esto otro, que un día le robaron la cámara y se defendió con gas pimienta pero que el chorro salió chueco y no hizo efecto; que vio cómo en alguna comunidad perdida donde se hizo entender a señas le disparaban una flecha a una vaca en el cuello para extraerle un poco de sangre y mezclarla con leche.
Pablo García, el ciclista que le ha dado tres veces la vuelta al mundo y al que le faltan aún dos años para terminar de vivir su sueño, va cada semana a la oficina virtual, a una travesía encerrado en una burbuja de cristal. Sin dinero, no hay viaje. Sin patrocinadores, no hay sueño. Es trabajo duro, más que comer arroz y atún en cada trayecto y pedalear sólo durante el atardecer, “porque me gusta mucho ver ese espectáculo cuando ando en bici”, es dar sus charlas motivacionales ante un público urbano que aunque ha llegado en bicicleta al lugar y no se quita el casco, compra el sueño ajeno porque nunca le va a pasar. “Pablo, cuéntanos de las veces que te has enfermado, ¿qué sientes?”, y otras dudas existenciales que preguntan los asistentes para saciar su hambre y, luego, aplaudir y comprarle una muñequita de cincuenta pesos. Porque Pablo García también va al trabajo y también tiene ciclos y una programación sujeta a las ponchaduras, al hambre, a su sueño, a ir a conocer un país más.
“Nombrar al Diego (Maradona) me ha salvado en más de una ocasión”, “los árabes me patrocionaron como nunca”, continua Pablo porque no puede detenerse. Si se detiene, se queda. Se muere, quizá, de inmovilidad como un tiburón. “Extraño una ducha de agua caliente”, dice. ¿Cuántas veces habrá dicho lo mismo? Y sigue, porque, supongo, tanto tiempo y tanta soledad, le han dado un cuarto perfecto desde el cual estudiar sus historias. Pablo García dice algo importante rumbo al final. No conoce lugares, comenta, no los conoce a la manera de los viajes tradicionales o “los de agencia”, él conoce a la gente. Me gusta esa idea aunque pienso en la manera apresurada con la que llegó hoy, con la que habló con todos, con la que preguntó si ya todo está listo, que “ya comenzamos la charla”. Si la gente que ahora ha venido a verlo no es la gente, entonces, cuál es, ¿la que lo ayuda en el camino, la que le compra un video a 180 pesos? No sé.
¿Qué resuelve en el espíritu humano una pila de anécdotas de viajero?, me toca preguntarme.
“No hagan un viaje tan largo como el mío, se vuelve infinito”, termina diciendo Pablo García y todos aplauden.
Al final, la gente va, le pide un autógrafo, le pregunta algo más que se le escapó, un detalle que responda: por qué alguien hace lo que Pablo hace, ¿cómo se consigue vivir el sueño de una vida? ¿De dónde se saca la fortaleza? Pablo posa con quien le solicita una fotografía. Sonríe, veo su barba, las breves entradas de su cabellera, el cuerpo atlético a fuerzas, la dureza de sus movimientos. Aprovecho para acercarme y despedirme y agradecerle la intención, me ve, supongo que ya me ha olvidado (debe ver a tanta gente), me extiende la mano y me dedica medio segundo, finge una sonrisa y cambia su atención hacia algo más. Comienzo a arrepentirme de haber venido mientras recuerdo esa frialdad de su mirada, de verme como el desconocido que le pidió una entrevista para una revista cultural pero que, quizá, no se la pagó. Pienso decenas de cosas cuando me doy cuenta de que los organizadores y el mismo Pablo van corriendo por todos lados, preocupados, preguntándole a los ciclistas, a mí mismo, que nos vamos, si han visto la caja donde Pablo tenía los videos que vende. Alguien se los robó mientras él se tomaba fotos. Quiero hacer cuentas de cuánto habrá perdido, cuánto significará en términos de su trayecto. “¿Cuántos videos tenía la caja?”, le pregunto a una desesperada organizadora. “Tres”, me dice, “tres”, y justo cuando ve mi cara de “no son tantos”, me ataja y me fulmina: “para nosotros tres no es tanto, pero para Pablo que debe volver al camino, sí”.
El hombre se ha vuelto a quedar solo con su bicicleta y el camino.
Aquí la página oficial de Pablo García y una nota sobre él.