Nadie me conoce en esta ciudad
Titulo: Casa transparente
Autor: María Luque
Editorial: Sexto Piso
Lugar y Año: México, 2018
¿Qué es lo que llamamos hogar? ¿El lugar más radical al que nos llevan nuestros pasos o la cueva más segura que resguarda nuestro corazón? La autora argentina María Luque se revela con su reciente publicación Casa transparente (Sexto Piso, 2017) como una voz atractiva en el panorama de la novela gráfica. Ya había dado un primer golpe de autoridad con La mano del pintor (Sigilo, 2016), donde narra la historia del encuentro de su tatarabuelo, el médico Teodosio Luque, con el pintor Cándido López; y cómo el fantasma de este último coincide con María a través del misterio de un cuadro.
En Casa Transparente el acercamiento viene también de lo autorreferencial, sin embargo, con Luque la obra es un mapa, un impulso y una posesión. El mapa de esta casa nos pierde, para bien, por las ciudades de Buenos Aires, Rosario, Bariloche, Cusco y Ciudad de México; y en el cobijo de sus miniaturas nos adentramos en lo cotidiano, en lo real y por consecuencia en lo fantástico.
El personaje de María se dedica a cuidar las casas de sus amigos que salen de viaje. Para ser ciudadano del mundo se necesita de una llave, de varias o, mejor, de ninguna. Basta ser alguien digno de confianza (o sólo tener una buena memoria) para vivir una vida memorable.
María es también una brújula desde el nomadismo, ante las recientes crisis inmobiliarias en España y Estados Unidos. Así, la imposibilidad de hacerse de un piso o de un pedazo de tierra donde caernos muertos abre una coordenada a los desplazamientos humanos por un mundo que nos pertenece y al mismo tiempo nos pone fronteras.
El trabajo gráfico es un impulso de viveza particular, con colores brillantes, una paleta amplia que se desborda en escenas clave. En lo literario transita hacia lo fantástico: sueña María que sueña una puerta debajo del mar. En lo visual contrapone el comentario de una madre a su hija al referirse a la nómada María: «No tiene casa porque es pobre». Pero es todo lo contrario: porque no se puede ser pobre si se vive el mundo como lo ve María. Es que Luque dibuja, dibuja y dibuja con pasión. Y no puedo sino celebrar esa fuerza a la luz, pero como lector le reclamo paciencia en sus escenas nocturnas.
La posesión de María es, pues, la desposesión: cuando uno hace una maleta se lleva todo y nada. Ser y estar es lo que define a esta casa transparente, acaso la visibilizamos en Bariloche por los manifestantes del despido de trabajadores del transporte, en Rosario cuando Pedro la nombra «maga espectral blanca» o en Cusco en ese muro donde quedaran retratados los rostros de los amigos pasajeros. La vemos en las decisiones que tomamos y en las que no, porque en todas ellas hay vasos comunicantes.
En una entrevista, Luque afirma: «La ilustración es un lugar a donde uno llega y ya se siente cómodo», y al mirar el libro entendemos el amplio sentido de su obra, donde el dibujo es un cuerpo, una casa, una ciudad, un continente de posibilidades. En inmejorable momento aparece la voz de Luque. Las nuevas horas del viejo tiempo se pueblan de dibujantes como ella, que ven en el cómic la roca y la seda para visibilizar el espacio que ya merecían como autoras. El futuro les pertenece.