Mudanzas
Como Elizabeth Bishop,[1] he perdido libros, aretes y amores. Como Fabio Morábito,[2] he aprendido que las casas no son para siempre, he decidido conocer sus vidas pasadas y casi respetar esas presencias anteriores para convertirme yo también en un viento de paso para el que sigue. La vida no nos da hogares eternos, sólo moradas provisionales que acondicionamos, igual que en un trayecto hacemos de nuestro asiento un sillón para dormir, leer o pensar.
Nos atamos a lugares, objetos y personas constantemente. Es difícil aceptar la renuncia desde la infancia y a cada momento. Dejar la casa donde naciste, enterrar a tu primera mascota, decir adiós a los abuelos cuando mueren, hacer las paces con nuestras pérdidas, decisiones, crecimiento y envejecimiento. Entender que el cambio no es algo que podamos controlar y fluir con él.
He dejado trabajos voluntaria e involuntariamente. Me he despedido de amigos y amores, a algunos de los cuales volví a ver con gusto, otros han desaparecido de la faz de mi tierra, y unos más se aparecen en ocasiones como fantasmas con los que es imposible hacer contacto. Hay proyectos que duran un suspiro y otros que expiran antes de nacer. También hay lugares, trabajos y personas con quienes nos sentimos muertos en vida.
En un capítulo de Los Simpson, Homero queda atrapado entre dos máquinas expendedoras en su intento de robar dulces y refrescos de su interior. Cuando quienes llegan a ayudarlo se rinden y están a punto de cortarle los brazos, le preguntan si está sosteniendo las latas.
En economía existe una falacia conocida como sunk cost effect: que consiste en seguir invirtiendo en algo que no da frutos sólo porque se ha hecho un gasto previo de tiempo, dinero o trabajo. La premisa es que, si ya se puso algo en el pasado, en cierto momento se recuperará, aunque en el presente en realidad no haya más que pérdidas.
Por ejemplo, cuando llevamos veinte minutos esperando a que llegue el metro, dudamos si salir a buscar un taxi o tomar un pesero. Pensamos que ese tiempo sólo será redituable si de hecho terminamos por usar el metro, pues ya le hemos apostado todo, y vemos como una pérdida trasladarnos en otro transporte. Lo que pasamos de largo es que ya nada nos devolverá ese tiempo invertido, y que en el fondo estamos perdiendo más minutos valiosos.
Si lo pasado, pasado, ¿cómo hacer rendir el presente? Hacer consciente esta falacia no es nada fácil, pues nos aferramos por naturaleza a lo que valoramos. Cuando un creativo ha invertido cierto tiempo en una idea que no termina de cuajar, es natural que se obsesione con que funcione. Vivimos constantemente entre dos fuerzas en conflicto: seguir o renunciar. El sunk cost effect ayuda a sopesar los beneficios de cada opción que nos pone delante la vida y aceptar que, si no hay nada para nosotros, tampoco está mal abandonar algo. De hecho, a veces, para poder seguir, es necesario soltar, cambiar, dejar atrás. Para Will Gompertz, cuando uno no se halla, lo más recomendable es mudarse:
El bloqueo es un tipo de situación frustrante que todos los artistas atraviesan tarde o temprano. Por suerte para ellos hay maneras de superarlo. Un método que ha demostrado funcionar siempre es mudarse. El cambio de escenario modifica literalmente el punto de vista: la perturbación activa los sentidos, que se ven estimulados por lo que no nos es familiar. Vemos y experimentamos la vida de manera distinta y el impulso por capturar y expresar sentimientos es más fuerte cuando cambiamos de emplazamiento. Por eso nos gusta hacer fotos cuando viajamos, por ejemplo. Igualmente descubrimos cosas que antes no veíamos y percibimos todo aquello que ya nos era familiar de un modo distinto. Mudarse puede implicar un cambio de trabajo, de casa o de ciudad.[3]
Con todo, abandonar muchas veces es visto como un rasgo de debilidad o flojera. Para uno mismo, genera vértigo dar un salto al vacío y se prefiere algo que estorbe a la azarosa nada. Cuando era niña, mi abuelo me decía, medio en broma medio en serio, que la peor grosería que te podía decir alguien es: “Te renuncio”. No hay nada más doloroso que sentirnos abandonados, más si no podemos valernos por nosotros mismos. A pesar de que también sean parte de la vida, todos huimos de la frustración, de la renuncia, de los finales, de las separaciones, de la muerte.
Jorge Alemán Lavigne habla de que el psicoanálisis le enseñó a saber perder y a responsabilizarse de las consecuencias de sus propias decisiones:
¿Qué es la vida para el que no sabe perder? Pero saber perder es siempre no identificarse con lo perdido. Saber perder sin estar derrotado. Le debo al psicoanálisis entender la vida como un desafío del que uno no puede sentirse víctima; en definitiva, el psicoanálisis me ha enseñado que uno debe entregarse durante toda una vida a una tarea imposible: aceptar las consecuencias imprevisibles de lo que uno elige.[4]
Si la renuncia en lugar de abandono se interpreta como un cambio, es más sencillo soltar con la confianza de que algo más vendrá. Gompertz pone de ejemplo a Thomas Alva Edison, quien falló en múltiples intentos antes de conseguir que su invento del foco funcionara: “No he fracasado diez mil veces. No he fracasado ni una sola vez. He tenido éxito al encontrar diez mil métodos que no funcionan. Una vez eliminados los que no funcionan, encontraré el que funciona”.[5] En esta misma línea, Reshima Saujani cuenta en su charla de TEDTalks “Teach girls bravery, not perfection” que en Silicon Valley nadie te toma en serio si no has tenido al menos dos empresas fallidas.
Aunque perder algo o que alguien nos deje genera un vacío, es reparadora esa contemplación de la nada antes de volver a arrancar: no adoptar inmediatamente otra mascota cuando se te muere la actual, hacer un duelo de un calcetín perdido, no andar con quien sea sólo por el miedo a la soledad. Da miedo dejar un trabajo por la posibilidad de que nadie te contrate de nuevo, además del problema inmediato de no saber de qué vivirás. Parece que la falta de estructura te hará caer, desbaratarte. Pero la vida tiene una inercia propia que te deja siempre en pie, como un gato, aunque no haya piso ni plan alguno. Nadie se muere de ansiedad (en última se mata, pero no es lo mismo) y tanto el abandono como la pérdida permiten empezar de cero, limpiar el escritorio, despejar la mente y el espíritu, quitar una carga que uno mismo se fue poniendo.
Renunciar es entrar a la catafixia, tener el valor de descolocarnos para ver qué hay del otro lado. La renuncia es la parte del iceberg que no vemos. El cementerio de ideas que no se usaron. Los días y las noches que nadie nos devolverá, los caminos sin retorno y las vueltas de más, sin las cuales no estaríamos donde estamos.
Como no existe un GoogleMaps de la vida, sólo nos queda transitarla a ciegas y con gusto. Aceptar la noche y la lluvia y la muerte suavemente. Como dice Dylan Thomas, no hay que entrar de prisa por una buena noche, para poder sentir con todo el cuerpo el enojo, la rabia, la sangre bullir ante lo efímero, pues sólo así saldremos en paz junto con el día.[6]
Las jornadas de trabajo en que no queda más que dormirse sin haber podido acabar una entrega, o cuando la salida del sol marca el fin de la fiesta, me hacen pensar si la muerte no será exactamente así. Que algo de repente te corte la inspiración o te deslumbre mientras vivías para marcar bruscamente la conclusión de algo.
Una vez pasada la angustia de no haber podido cerrar las metas del día, el fin de la jornada siempre termina por dejar una tranquilidad ante la promesa de tener al fin un merecido descanso.
[1] Elizabeth Bishop, “One Art”: “The art of losing isn’t hard to master; / so many things seem filled with the intent / to be lost that their loss is no disaster. // Lose something every day. Accept the fluster / of lost door keys, the hour badly spent. / The art of losing isn’t hard to master. // Then practice losing farther, losing faster: / places, and names, and where it was you meant / to travel. None of these will bring disaster. // I lost my mother’s watch. And look! my last, or / next-to-last, of three loved houses went. / The art of losing isn’t hard to master. // I lost two cities, lovely ones. And, vaster, / some realms I owned, two rivers, a continent. / I miss them, but it wasn’t a disaster. / —Even losing you (the joking voice, a gesture / I love) I shan’t have lied. It’s evident / the art of losing’s not too hard to master / though it may look like (Write it!) like disaster”.
[2] Fabio Morábito, “Mudanza”, Lunes todo el año: “A fuerza de mudarme / he aprendido a no pegar / los muebles a los muros, / a no clavar muy hondo, / a atornillar sólo lo justo. / He aprendido a respetar las huellas /de los viejos inquilinos: / un clavo, una moldura, / una pequeña ménsula, / que dejo en su lugar / aunque me estorben. / Algunas manchas las heredo / sin limpiarlas, / entro en la nueva casa / tratando de entender, / es más, / viendo por dónde habré de irme. / Dejo que la mudanza / se disuelva como una fiebre, / como una costra que se cae, / no quiero hacer ruido. / Porque los viejos inquilinos / nunca mueren. / Cuando nos vamos, / cuando dejamos otra vez / los muros como los tuvimos, / siempre queda algún clavo de ellos / en un rincón / o un estropicio / que no supimos resolver”.
[3] Will Gompertz, Piensa como un artista, México, Taurus, 2016, pp. 144-145.
[4] Jacques-Alain Miller y Bernard-Heri Levy (comp.), La regla del juego. Testimonios de encuentros con el psicoanálisis, Madrid, Gredos 2008, p. 21 (recuperado de: https://redpsicoanalitica.com/2016/09/27/el-aprendizaje-de-saber-perder/).
[5] Will Gompertz, op. cit., p. 43.
[6] Dylan Thomas, “Do not go gentle into that good night”: “Do not go gentle into that good night / Old age should burn and rave at close of day; / Rage, rage against the dying of the light. // Though wise men at their end know dark is right, / Because their words had forked no lightning they / Do not go gentle into that good night. // Good men, the last wave by, crying how bright / Their frail deeds might have danced in a green bay, / Rage, rage against the dying of the light. // Wild men who caught and sang the sun in flight, / And learn, too late, they grieved it on its way, / Do not go gentle into that good night. // Grave men, near death, who see with blinding sight / Blind eyes could blaze like meteors and be gay, / Rage, rage against the dying of the light. / And you, my father, there on the sad height, / Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray. // Do not go gentle into that good night. / Rage, rage against the dying of the light”.