Tierra Adentro

Basada en hechos reales

(Por seguridad de los lectores y a petición del hotel X, no se revelará el nombre o la ubicación real del edificio; exhibimos a continuación los testimonios y evidencias, no editadas, de la presencia de la Goma” de Guanajuato.)

Martes 11 de octubre, hotel X de Guanajuato; noche. Reporteras, productoras y conductoras de la radio universitaria damos vuelta tras vuelta por los pasillos del quinto piso. Quién sabe por qué afuera hace un calor espantoso, de esos que derriten chanclas. Las sudorosas buscamos nuestras habitaciones, discutimos cada vez más malhumoradas y exhaustas: que si no traemos las llaves, que si ya es hora de ir a probar el equipo, ¿ya ves? Olvidaste los audífonos de nuevo, por tu culpa nos perdimos seis horas en la carretera, por qué me toca a mí cargar las maletas, hay que volver a la recepción o ya de plano instalarnos de una buena vez en la sala de juntas. En esas andamos; nuestros oídos entrenados para toda catástrofe detectan un sonido inusual. ¿Escucharon eso? ¡No jodas!

Al fondo del pasillo se cuela un alarido negro.

El alarido está roto.

Ahí estoy yo, por supuesto, con mi cara de soy muy joven para morir, llévense mejor a la jefa de información, señores espectros, ella es más inteligente y elocuente y chistosa y seguro les será de mayor utilidad en sus empresas fantasmales.

El asunto con aquel grito es que se repite una y otra y otra vez; es más, lo escucho justo ahora mientras escribo desde la habitación 534, no es mentira. En ese par de minutos las radiofónicas nos encontramos tiesas, atentas e incrédulas. ¿Es una mujer? ¿Está dentro o fuera del hotel? Nuestros cuchicheos se transfiguran del “Qué pinche susto”, al “Bueno, ya, ¿qué demonios se oye?”. La productora se acerca a mí y pestañea con sus ojitos de travesura irresistible.

—Oye, Luisa… si a la medianoche continúa esa cosa, ¿salimos a grabarlo?

Como si no me conociera…

Éste es el momento de la historia en el que entran las voces y los vestigios.

A las once de la noche lanzamos una transmisión de Periscope, donde comunicamos que vamos a grabar el aullido nocturno del hotel X. Juntamos a un jugoso grupo de espectadores virtuales, de esos trasnochados con ganas de asustarse, y salimos al pasillo con cámara en mano.

Éste es el video, sin editar, que compartimos a través de  Twitter:

No mostramos más que el pasillo del hotel “X” y el alarido distante. Los comentarios trinan con la urgencia y el vértigo de las redes sociales. ¡Qué miedo! ¿Qué es? ¿Dónde queda ese hotel? Seguramente está editado. Farsantes. ¿Por qué grita esa mujer? ¿Es real? No me importa si se lo inventaron #QuieroCreer

A la mañana siguiente bajamos a recepción, desveladas e inquietas. Preguntamos por el grito nocturno. El sujeto detrás del mostrador deja escapar una risilla burlona y se acomoda el nudo de la corbata. “Es la Goma, señorita, se oye todo el tiempo”.

No nos satisface la respuesta; ¿qué es eso de “la Goma”? Suponemos que se trata de alguna aparecida de Cuévano y acordamos la obligación de registrar futuros incidentes.

El siguiente video tiene una narrativa completamente distinta. Horas más tarde Amalia y yo deambulamos por el pasillo, no estamos seguras de qué es aquella resonancia que nos perturba; puede ser un zumbido eléctrico o una corriente de aire. Pero no hay viento y no tenemos ni la menor idea de lo que ocurre. No intento asustar a nadie, busco compartir lo petrificada que me encuentro:

Repaso la expresión de Amalia. Su boca es una vorágine de sobresaltos y carcajadas. ¿Quién es “La Goma” de Guanajuato? ¿Cómo llegamos a esto en unas cuantas horas?

Dan O’Bannon, guionista de Alien, el octavo pasajero, afirma en diversas entrevistas que la efectividad del terror reside en la construcción efectiva de su atmósfera. Ahí encontramos la virtud y la vigencia de su emblemática criatura: durante la mayor parte de la película no la vemos; nosotros la creamos, la suponemos, desde nuestro propio espacio de indeterminación.

Si consultamos los borradores iniciales de O’Bannon podemos notar que desde las primeras palabras germina una atmósfera anodina y sin embargo siniestra. ¿Cómo logra esto? Algunos discuten si el guión en sí mismo es o no una obra literaria o una mera herramienta para contar historias. Desde mi punto de vista, si un guión no genera emoción alguna, si no sensibiliza, no hará conexión con el director y mucho menos con el espectador. Para mí los guiones cinematográficos y radiofónicos son literatura. Pero más allá de aquel interminable debate, O’Bannon toma como uno de sus referentes narrativos y atmosféricos al maestro Howard Phillips Lovecraft. Y yo, que no puedo evitar el recuerdo de otro libro, el Mientras escribo, sumaría a esta conversación a mi querido Stephen King.

King y Lovecraft comparten una idea con la que podríamos jugar: el miedo se construye en la palabra escrita y en la ausente. Es tan poderoso lo que vemos, lo que leemos, como lo que a nosotros como lectores nos toca imaginar. En esa zona de intermediación, todos somos autores. Funciona mucho mejor “eso” que no se ve, que lo otro que nos restriegan en la cara. En cualquier lugar puede escurrirse el terror, siempre y cuando sepamos construir la atmósfera, seamos capaces de sensibilizar como autores y  de observar con esa misma sensibilidad todo lo que nos rodea.

Si yo narrara la historia de la Goma desde el otro lado del pasillo, si las productoras fueran de una edad o de un país distinto, si no me hubiera tomado el tiempo de hacer una transmisión de Periscope a las once de la noche con toda una construcción para el #susting ¿Habría conseguido la misma reacción de mis lectores y espectadores?

¿Qué pasaría si esta historia no arrancara con su “basada en hechos reales”? ¿Qué pasaría si les dijera que la Goma no es la aparecida de Cuévano, si no que se trata de una banda elástica gastada del elevador del hotel X?

Nosotras preferimos ser autoras de esta historia, crear nuestros propios mitos y arrojarnos a nuestras zonas de indeterminación. Elegimos gritar y reír con eso que no se ve. Ahí está la criatura al fondo del pasillo, en la palabra ausente; esa palabra que se borra con la Goma de Guanajuato.