Tierra Adentro
Hotel prisión de Liepaja.

Turismo viene del latín tornare y del griego tornos, que significa moverse en círculo, sin duda la peor figura geométrica que se puede hacer al viajar. ¿Una espiral, quizás? ¿Descendente? El viaje hacia uno mismo podría ser el vibrante punto inmóvil, el placer desbordado de no ir a ninguna parte. Algo interesante ocurre cuando elegimos viajar: pensamos que la decisión es nuestra. Creemos que el ‘mochilazo’ a Europa se inventó ayer −o al menos en el siglo XX− y que somos nosotros quienes deseamos ver todos esos museos, ríos y cementerios. Las noticias son crueles: eran los señoritos ingleses quienes por allá de 1600 hacían un “Grand Tour” de Francia a Italia y sus alrededores para cultivarse. El viaje duraba dos o tres años y era un recorrido iniciático que terminaba en la adultez, eso que ahora tomamos tan de chiste. Nosotros nos vamos quince días, pero no regresamos adultos ni más listos ni dispuestos a construir nada: regresamos con un millón de selfies publicadas en Instagram y uno que otro imán para nuestro refrigerador. Hemos hecho un odioso círculo inane, insustancial y carísimo.

Hoy existen todo tipo de turistas: los sustentables que sólo van a lugares prístinos y  semi-salvajes creyendo que por usar bicicletas borran su huella de carbono; los pro-pobres que sólo visitan lugares donde hace falta dinero; los que van a ‘aprender el idioma’, los turistas oscuros que sólo visitan lugares del genocidio o la casa de algún asesino serial.

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En éste último ramo se encuentra un viaje que ha dado vueltas por mi cabeza últimamente: se trata de visitar la prisión de Liepaja en Latvia, ese país Báltico que fue tragado por la Unión Soviética durante medio siglo. La prisión ofrece ahora tours llamados “noches extremas” donde te hacen vivir, por un día y una noche, como un prisionero en tiempos de guerra. He estado en bunkers en Rumania que lucen como un día de campo junto a este sitio. Sus pesadas puertas de metal parecen infernales y la luz resulta todo un lujo dentro del edificio. En la página de internet dicen que esta cárcel fue concebida “para romper la vida de los prisioneros y suprimir su voluntad”. En los videos puedes ver al típico turista (vestido con playeras con insignias rockeras, por ejemplo) que son llevados ante un actor vestido como oficial soviético que los interroga y los empuja hacia un cuarto inmundo donde pasarán la noche en absoluta obscuridad. Las selfies no salen, pues te despojan de todo equipo electrónico y sales hasta el otro día, donde te espera un potaje asqueroso para desayunar y un regaño.

Me pregunto si eso es lo que necesitamos ahora para convertirnos en adultos. Me pregunto si eso es un viaje que no se mueve en círculos, si eso es mejor que pararse a cinco metros de la Mona Lisa para decepcionarse con otras cien personas y decir: “pensé que era un cuadro más grande” “no veo nada” “no es la gran cosa”.

Quisiera pensar que de uno de esos tours nadie regresa igual, que no se puede hacer un círculo cuando se vive el ensayo de una tortura. Pero no lo sé. Esa misma prisión ofrece paquetes para hacer tu fiesta de cumpleaños allí o incluso para casarte, como diciendo: “esto es sólo un lugar, lo que pasó aquí pertenece al reino de la fantasía”. Olvidar que eso ocurrió realmente, ese sí que sería un viaje en círculo.


Autores
nació en un hospital público de Av. Toluca (ciudad de México, 1973) pero creció en la Calzada de Las Águilas, lo que supone una infancia feliz aunque cuesta arriba y llena de topes. Le da un poco de pena decir que estudió Comunicación (pero se la aguanta porque no hizo la tesis en balde). Ha escrito algunos guiones y dirigió un cortometraje premiado por IMCINE. Escribe en muchas revistas pero su comentario mensual sobre cine aparece en Chilango. Este año publicará su primera novela en una editorial catalana. En su cabeza revolotean cómics y canciones de los Flaming Lips todo el tiempo.

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