Mostrar los dientes
Titulo: Dafen: dientes falsos
Autor: Pierre Herrera
Editorial: Secretaría de Cultura / Fondo Editorial Tierra Adentro
Lugar y Año: México, 2017
Dafen: dientes falsos ocurre en la sala de espera de un consultorio dental. La espera que normalmente se asocia a la aburrición o al tedio, en este libro se convierte en un tiempo-espacio de alta productividad literaria. Mientras otros leeríamos la tvynovelas o escribiríamos por whatsapp, Pierre se ausculta la cabeza. Cada minuto implica una nueva conexión ensayística y un traslado hacia otras geografías y otros tiempos. Mientras él espera el temido momento en que el dentista le ilumine la cara y meta las manos a su boca, observa una réplica de Los girasoles de Van Gogh que cuelga de la pared. Basta ese detonante para que el ensayista discurra por diversos temas, desde lo más íntimo –la autenticidad o no de sus propios dientes– hasta lo más ajeno, la vida de una población anónima en un país lejano nunca visitado. Las derivas que toma el pensamiento confluyen en una misma inquietud sobre la experiencia estética de la copia.
Una forma de identificar cadáveres, asegurarse de que no son copia de otros, es a través de los dientes. Se trata del residuo último de nuestra identidad; cuando ya no hay huellas dactilares ni más información forense, los dientes nos dan rostro incluso después de muertos. En Masa y poder Elías Canetti dedica un apartado a explicar desde el acto de comer en compañía y mostrar los dientes hasta la risa como formas atávicas del poder. Según el escritor búlgaro cuando comemos con amigos o con nuestra familia, en el acto de abrir la boca para meternos el bocado y mostrar los dientes, hay un mensaje subyacente: aunque podría comerte a ti, eres de mi clan, así que me voy a comer este bistec, pero no te metas conmigo. La costumbre de comer con la boca cerrada, según él, tiene que ver con matizar esa amenaza. Sin embargo, dice, seguimos usando tenedores y filosos cuchillos, armas a fin de cuentas. Mostrar los dientes para reír es una muestra de poder. Canetti añade que “la risa —que nos da cuando alguien (Edgar por ejemplo) se cae— contenía seguramente la alegría por un botín o un alimento que a uno le parecía asegurado”. El gato deja que el ratón juegue, pero lo mantiene bajo el radar, le permite cierta esperanza de sobrevivir, pero al final sabe que en cuanto lo desee, lo devorará. Se puede provocar la risa de las hienas cuando se les acerca un pedazo de carne.
Cuando Pierre no quiere mostrar los dientes, como cuenta en el libro, en realidad es porque no quiere ser amenazante, no quieres ser un dictador, un depredador, una figura de autoridad. “Para la milenaria cultura china, la figura del autor es despreciable, repulsiva, porque se despreocupa por su comunidad. La del copista es la venerable figura de un creador y artesano”. Se deduce de esta cita que Pierre entiende la escritura no como la creación unilateral, competitiva, sino como la reescritura de lo que ya existe, de lo que hemos creado juntos durante siglos. Pierre no es un carnívoro sino un reciclador.
Para explicar la diferencia entre reciclar y depredar, Zygmunt Bauman contrapone la agricultura a la minería. Dice que las formas contemporáneas de crear —o de destruir creativamente— se han conformado a semejanza de la minería. “Lo nuevo no puede nacer a menos que se deseche, se retire o se destruya algo”: cultura de la explotación, la innovación y la rápida creación de basura, desechos. En cambio, el modelo creativo de la agricultura implica “el cultivo como reafirmación del ser”, crecimiento sin pérdidas, sin desechos, la eterna continuidad de las cosas, la repetición, los renacimientos.
Pierre y yo fuimos compañeros en la Fundación para las Letras Mexicanas y el año pasado junto con Carmen Amat, Alejandro Blasco, Marco Antonio Larios, Diego Rodríguez Landeros compartimos una mesa en el Colegio Nacional, invitados por Vicente Quirarte, para hablar sobre Salvador Elizondo. El texto de Pierre trataba sobre un viaje imaginario de Salvador Elizondo a Pekín. Elizondo fue el gran sinólogo mexicano, escribió Farabeuf, una novela manufacturada con la técnica del montaje cinematográfico que trata sobre un supliciado chino. Elizondo nunca viajó a China pero la construyó en su mente. Ahora Pierre desde un consultorio dental en México hace lo mismo: un viaje especular a la villa de copistas de Dafen. Esto con premisas o búsquedas formales parecidas a las de Elizondo. Quizá una secuela de este libro podría surgir después de un viaje físico de Pierre a Dafen.
Dafen: dientes falsos no es lineal; se entrecruzan temas como sucede en nuestro scrolleo en las redes sociales. Conforme descendemos en la línea del tiempo se nos aparecen noticias o fotografías de amigos, vidas privadas publicadas. Pasamos de un contenido a otro en cuestión de segundos y nuestra mente llena los huecos. En el libro de Pierre las ideas dibujan un movimiento pendular: se enuncian y se retiran para dar paso a otras y recorren la misma trayectoria de vuelta para volver a aparecer en el texto.
Hay una recurrencia de las ideas que escapan del relato diegético para dibujar un círculo, una imagen. En Dafen: dientes falsos, las ideas se replican pero son un poco distintas cada vez. A base de repeticiones cavan la profundidad del argumento. El libro prescinde de los enlaces entre ideas porque nuestro cerebro está acostumbrado a hacer las conexiones. Pierre tiene una preocupación profunda por hacer arte textual o literatura para nuestro tiempo. En este sentido cita a Kenneth Goldsmith: “Si no estás haciendo arte con la intención de ser copiado, no estás haciendo arte para el siglo XXI”.
Lo curioso es que nuestro tiempo, es también el tiempo de antes. La idea del arte como juego se puede rastrear desde muy atrás. Por situar un momento digamos siglo XVIII, Schiller: el juego en el arte implica que es posible ensayar las formas y, con ello, ponernos en juego a nosotros mismos. Lo cual es la característica del ensayo al más puro estilo de Montaigne: que el ensayista dé cuenta de sí mismo, se transforme mientras escribe y modifique su relación con el entorno y los otros. Después Rancière retomaría a Schiller para pensar que el juego del arte puede ayudar a crear una nueva vida en común. Modificar el régimen estético es modificar el mundo.
Antes dije que el reciclaje del conocimiento funciona a la manera de la agricultura, contrario a la minería. Sin embargo, la repetición conlleva a su vez el automatismo del gusto. Para Paolo Virno la pérdida de comunidades fuertes, de códigos que nos identifiquen, de costumbres o ideologías claras, rasgos de la modernidad líquida, nos lleva a modos de vida repetitivos. Un niño encuentra seguridad en la repetición; va a querer ver Buscando a Nemo hasta el cansancio o jugar el mismo juego una y otra vez. Se supone que la repetición de la infancia se sustituye por los usos y costumbre de una comunidad; también son repeticiones pero más complejas que el juego infantil. Pero en nuestros tiempos cuando esas costumbres no son claras, como sucede en las ciudades que tienden a ser más caóticas, la infancia se perpetúa. “Benjamin asoció el juego infantil y la repetición con la reproductibilidad técnica de la obra de arte”, dice Virno, en esa similitud encontró cómo se forjan formas de percepción. A falta de otras certidumbres, queremos ver el mismo cuadro de Van Gogh cientos de veces porque nos da seguridad como a los niños ver la misma película.
¿De que habla el que todos reconozcamos a un Van Gogh en un consultorio dental? ¿de un gusto programado? ¿De la democratización del arte? ¿Del miedo a ser una copia? ¿El miedo a ser un producto imperfecto del caos? Somos replicantes. Una falsa réplica de nosotros mismos. Nos medimos con el pasado. Con el original que fuimos cuando éramos niños.
El ensayista piensa en sus par de dientes falsos, en que no le gusta sonreír a pesar de que le han aconsejado que ese gesto le abrirá puertas. Se evade de la inminente intervención dental viajando al otro lado del mundo.
En Dafen, la villa de pintores en la provincia de Shenzhen en China, se producen al año alrededor de 5 millones de copias de pinturas icónicas como Los girasoles y se venden por todo el mundo. En este pueblo que se ha especializado en la copia, los artesanos viven en condiciones precarias. Hay un concurso anual de pintura, relata Pierre, en el que alrededor de cien pintores se disputan en tres horas y media, además de un premio en efectivo, la posibilidad de legalizarse, obtener un registro de habitación. “Copian para existir a los ojos del gobierno Chino”, dice Pierre.
El acto creativo en condiciones de esclavitud.
Necesitamos una dentadura perfecta para volvernos visibles o necesitamos ganar premios para existir.
Pierre se cuestiona sobre las formas de vida de un pueblo en China; a partir de la copia, algunos en Dafen se legalizan. Quizá al pensar en la repetición, en el juego de las formas, en el ponerse en juego a uno mismo, el ensayista no sólo se pregunta sobre la reproducción de las obras de arte, sino sobre la comunidad. Hacerse o no visible, sonreír o no existir, sonreir u ocultarse de los ojos de los otros. Me pregunto si Pierre nos va a mostrar sus dientes.