Monstruos, fantasmas y apariciones: Apuntes para una arqueología del saber
Los muertos que regresan tienen una historia.
Cementerios de losas rotas, de capillas en ruinas, abandonados a la luz de la luna; viejas moradas vestidas de penumbra cuyos postigos gimen al viento y donde crujen los pisos de madera; albergues forestales frecuentados por sonidos y luces desconocidos; tierras pantanosas cubiertas de bruma; caletas azotadas por las olas: en lugares como esos se acostumbra a situar la aparición de los muertos, espectros de sábana ensangrentada, manchada de tierra o que chorrea agua de mar. Desde que existe el hombre, se habla de las sombras de los difuntos que vienen a turbar a los vivos y crean un clima de inquietud, de terror; son raros, pues, los fantasmas amables e inofensivos. ¿Sabemos que esos difuntos formaban parte de la realidad cotidiana? ¿Recordamos que salir de noche para satisfacer una necesidad natural equivalía a exponerse a extraños encuentros, a menudo peligrosos? Cuando veían un rebaño disperso, no era raro encontrar muerto al pastor —horrible visión— con todos los huesos rotos: un aparecido o un monstruo lo había hecho pedazos.
Hoy, monstruos, fantasmas y aparecidos casi se han desvanecido, pero no han perdido su poder de fascinación, pues están enraizados en nuestro temor inmemorial a lo desconocido.
Nuestra lengua dispone de varios términos para designar a estos seres inquietantes, pero en general se les considera sinónimos, mientras que de hecho se refieren a realidades diferentes. Todo el mundo conoce “fantasma1”, que evoca una idea de ilusión y de luz; “espectro2”, al que se atribuye una noción de espanto o de horror, el mismo horror que provoca el esqueleto con su risa burlona o el cadáver en descomposición; “sombra”, que sobre todo tiene que ver con el vocabulario poético y que recuerda la disolución del cuerpo en el óbito3; “espíritu4”, que es vago y que expresa la perplejidad humana frente a manifestaciones inexplicadas; “aparecido5”, en cambio, sugiere de inmediato el regreso de un muerto. “Monstruo”, finalmente, significa una advertencia enviada al mundo por las fuerzas sobrenaturales6.
Antes de pasar a la literatura y filosofía, hablemos de lo vivencial. Hay una mirada extraña que es la que conoce los monstruos y los va domesticando. El padre y la madre van enseñando a nombrar los estigmas, las presencias lacerantes de la calle. Los mutilados y los incompletos traían la verdad fatal de otra manera de ser en el mundo. Era tan grande la pena y la desazón que rápidamente brotaban palabras para decir lo imposible, para poner nombre a lo que no lo tenía de por sí, para cuajar destinos llevaderos allí donde solo cabía la salida por la tangente de la especie.
-Pobre: cojita para toda la vida.
-No la mires, no señales: es falta de educación.
Estos venían siendo los monstruos de la calle. De esa normalidad hecha de cicatrices y nombres espeluznantes, de recortes, de excrecencias, sale la primera experiencia de los monstruos al alcance de los niños.
De la experiencia de la calle vamos a la de su retrato. Las experiencia de los circos: corderos con una pata más, mujeres barbudas (nada que ver con las tías de uno, esas sí que aportaban extrañeza y simpatía), enanos y hombres gigantes. Pero también estaban los que exploraban los usos contra toda lógica: comedores de cristal, tragafuegos, el hombre bala, entre otros. Por ello no impresionaba si, más tarde, de un niño se decía que era capaz de comer lodo.
Luego venía de verdad el miedo: albinos; niños, hombres y mujeres con pelillo en la cara como fragmentos de lomo de oveja, en medio del rostro, por debajo de los lentes; el que se ha visto privado de la nariz y la cubre pudoroso con un chal de lana parda; la ciega de ojos blancos que se detiene sistemáticamente a saludar a sus vecinas. La ciega se llama Alicia y habla desde un país que es el de las maravillas de color de barro y amarillo.
Esas presencias amenazantes acotadas por los estigmas civiles tenían su gran correlato en los repertorios de cuentos infantiles. El troceamiento, la caída y el ascenso vertiginosos, la metamorfosis deslumbrante y la petrificación letal son sus operaciones básicas y bien conocidas por niñas y niños. Ogros, brujas, bellas malas mutando en dragones, todos escalofriantes pero al fin y al cabo con rostro y nombre.
Lo peor era cuando de un lema, casi de un lugar común entre lo fantástico narrado y los monstruos de la calle, se hacía un peligro más temible e inquietante: un monstruo sin cara. Nadie vio nunca las facciones del coco o la llorona; nadie las vio y sin embargo allí estaban: dientes y garras de ese monstruo que esperaba pacientemente por nosotros. Cada cual puede poner el nombre familiar o local, que seguro se encuentra entre los pliegues de la memoria. Ese sí era demoledor, porque era uno mismo quien lo hacía y deshacía a base de noches, oscuridades, entre dos luces, en las pesadillas o en los regresos a casa por calles poco frecuentadas.
Convertirse en monstruo es mudar la voz. De los adentros sale un soplo de aire que ya no es humano, porque está mezclado con esencias animalescas. El que muda la voz, como Jekill convirtiéndose en Hyde se asemeja a los Godzillas, a los dragones y, en general, a los ogros que pueblan los cuentos y que tienen sus vidas en los dobles de la vida cotidiana: los señores mayores que tosen con cigarro en mano, rugen porque se alivian con un trago.
También está el devenir en monstruo como castigo, como consecuencia de haberse pasado de la raya. Un relato cuyo protagonista, no se sabe por qué avatares del destino, arremete contra todo y contra todos; para empezar contra su anciana, sola y santa madre quien no cesa de reprenderle. El caso es que, enajenado, espolea literalmente a la buena mujer “hasta bañarla en sangre”. El castigo no se hace esperar: de sus cejas y cabeza comienza a brotar pelo y sus uñas crecen desmesuradamente. Su voz pierde la capacidad humana de articular palabras y se convierte en un alarido ronco que no cesa jamás.
Los monstruos han sido una barrera de lo otro para niñas y niños, pero también facilitadores. Puestos a permanecer, parece que se quedan tres definitivos. El ogro que remeda siempre al devorador de hijos Saturno -la dentellada más violenta de la pintura, de la vida de los monstruos-. La bruja en sus muchas apariencias que mantiene vivo el temor al poderío de las mujeres con sus metamorfosis y hechizos: el poder de controlar las formas de la vida. Y también el mestizo: la figura del demediado, del roto, del hecho de un humano y otra cosa, o quien es humano con otra forma, de otra manera; el anómalo que siempre nos enseña que el mundo en realidad es al revés y que solo el afán disciplinante tapa, pule, ordena, deniega.
Ahora bien, ¿a qué textos y a qué época dirigirse para seguir la historia de los fantasmas, aparecidos y monstruos, para presentarlos tal y como los encontraban nuestros antepasados? La literatura, que desde hace mil años nos habla de ellos y manifiesta, a su modo, la evolución de las mentalidades. Cuando Sófocles, en Electra, describe el encuentro de Clitemnestra con su difunto esposo, Agamenón, y en el que ambos se recriminan sus respectivos crímenes; cuando Esquilo, en Prometeo Encadenado, hace surgir el espectro de Argos persiguiendo a Ío culpándola de su muerte7; cuando Homero narra en La Ilíada la aparición de Patroclo en los sueños a Aquiles, pidiendo que haga incinerar su cuerpo, ya que, al no haber sido enterrado, no podría cruzar el río que le separa del Hades; o bien, cuando Filóstrato8 en Vida de Apolonio, nos muestra a Aquiles abandonando su tumba, respondiendo cinco preguntas de Apolonio sobre cuestiones relativas a la guerra de Troya9. Constatamos que los fantasmas y aparecidos de la Antigüedad clásica son actores y no comparsas: hablan y actúan, aconsejan o censuran. Ocurre así hasta el siglo XVI. Shakespeare describe al fantasma del padre de Hamlet clamando venganza sobre una plataforma del castillo de Elsinor, y nos muestra el espanto que sobrecoge a Macbeth al ver el espectro de Banquo. Fantasmas y aparecidos, sin embargo, se convierten en meros asuntos literarios cómicos o dramáticos, como en El Fantasma de Canterville, de Oscar Wilde, en el que el espectro pasa a ser víctima de las travesuras de los terribles gemelos, o bien, el sentimentalismo moral que causa al leer la historia del uraño y malvado Scrooge en “Cuentos de Navidad”, de Charles Dickens. Sin embargo, detrás de la utilización literaria o no, la novela gótica, de gran auge en los siglos XVIII, XIX y principios del XX, reaccionó frente al romanticismo y apostó por enaltecer las atmósferas de terror psicológico. Así, autores como Edgar Allan Poe, Henry James y Lovecraft supieron inspirarse en ellas: El cuervo; Otra vuelta de tuerca y La bestia en la cueva, respectivamente. Ya en el siglo XX autores como Robert Aickman y Stephen King, aprovechan los recursos de la ficción y de la figura del phsyco killer americano. En la obra de King el multicriminal John Wayne Gacy (alias Pogo el payaso, acusado de 33 asesinatos de jóvenes en Illinois), se convierte en Pennywise en It, un ser paranormal indefinido que puede tomar la forma de un payaso, una araña, un anciano, para alimentarse de los miedos de las víctimas.
Por otro lado, partir de la literatura cristiana equivale a hacerse eco de la cultura dominante (que repudia a los muertos que se escapan de sus tumbas), de las tradiciones cultas en las que las creencias populares y paganas son ampliamente ocultadas por los clérigos que actúan para mayor gloria de Dios. Además, la literatura clerical es híbrida, pues está muy impregnada de reminiscencias de la Antigüedad clásica. Y es que los autores que trazan la ruta seguida por la invasión de los aparecidos en la literatura se llaman San Agustín, Tertuliano y Gregorio Magno, quien desarrolló la doctrina del purgatorio en Libro de los Diálogos,10 y Pedro el Venerable, famoso por su obra La aparición de un difunto en España, escrita en el siglo XII y en la que concluye lo necesaria que es la oración para que las almas alcancen el descanso eterno y no ronden en las calles.
La Edad Media de la Europa del Norte ofrece en nuestra propia civilización occidental, un campo privilegiado para describir el regreso de los difuntos y seguir el combate que la Iglesia libró contra ellos. ¿Quién regresa? ¿En qué momentos se producen las apariciones? ¿Por qué algunos muertos traen consigo buenas noticias, mientras que otros provocan terrores? ¿Qué fuerza anima al muerto hasta hacerle salir de su tumba, y a qué concepción del más allá corresponden estos fenómenos? Pues, aunque antaño constituyeran manifestaciones temibles, fantasmas y apariciones estaban integrados en la mentalidad colectiva de la época.
Escoger la Edad Media es algo que se impone: hay que captar el fenómeno de los fantasmas y aparecidos lo más atrás posible del tiempo, antes de sus mutaciones y sus transformaciones, producto de la intervención de la Iglesia. El que haya unos hombres que se aparezcan después de morir es algo que resulta difícil de creer para cristianos nutridos de la Biblia y de los Padres de la Iglesia. Para ellos, y antes de que se asiente la noción de purgatorio, no existen más que dos posibilidades para un difunto: va al Infierno o va al Paraíso. Enfrentada al culto de los muertos, capital en el paganismo, la Iglesia se ve obligada a reaccionar y a imponer sus propias respuestas a las cuestiones referentes a los estados post mortem. Los dos teólogos que han desempeñado el papel más importante en la historia de los fantasmas y aparecidos son Tertuliano y San Agustín, de cuyas interpretaciones se nutren los comentarios clericales de la Edad Media.
En Apología de Quinto Septimio Florente11 y en su tratado Del Alma, redactado hacia 210-211 de nuestra era, Tertuliano debate sobre la suerte del alma después del tránsito y pasa revista a las creencias de su época. Una de las cosas interesantes de su exposición es que nos muestra que estas creencias pudieron pasar a la posteridad, precisamente, gracias a los letrados cristianos que las combatían.
En la obra La Piedad con los difuntos y en el libro II de las Confesiones, San Agustín, por su parte, justifica la creencia en los muertos que no tienen descanso, y en ese sentido es uno de los “padres” de los fantasmas y los aparecidos. Sigue el mismo proceso intelectual que Tertuliano y plantea el problema de la percepción: ¿son las apariciones cosa de hombres dormidos, soñolientos o febriles?
Los fantasmas, monstruos y aparecidos son personajes molestos; escapan a toda lógica, transgreden las leyes naturales, pues no alcanzan sensatamente el otro mundo, no se descomponen, y se mezclan en la vida de los hombres. Ponen en tela de juicio una sabia división entre el mundo de los muertos y el universo de los vivos, abren una tercera vía que tiene que ver con la ultratumba arrastran trastornos y resultan chocantes en una sociedad cristianizada, que ha instaurado un esquema redentor y punitivo y simple que tiene tres caras: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Si la Iglesia pone en el índice a los aparecidos, al menos a aquellos de los que no puede sacar nada, es realmente porque no encajan en su dogma.
En definitiva, fantasmas, monstruos y aparecidos no son más que la fabulación literaria de una fe en la vida que se ríe de nuestros irrisorios pequeños miedos del siglo XXI.
Una inscripción rúnica, hallada en Dinamarca y que data de hace un milenio, resumirá estas reflexiones. Leemos en ella: “Goza de la tumba”. Goza, es decir: permanece en paz, puesto que estaba en el orden de las cosas el que nos dejaras, o porque tus descendientes han sabido mantener esa paz y ese orden que honraron a tu familia; y también, no regreses, eso sería signo de que algún fallo ha venido a alterar tu inviolabilidad y la nuestra. Tu tumba: es, por supuesto, el lugar físico en el que reposas, pero también es esa “tumba” que hacen de tu memoria, oralmente o por escrito o por su conducta y sus obras, aquellos que te han sucedido, los supervivientes, como tú, vivos.
- La palabra fantasma viene del griego φάντασμα a través del latín “phantasma”. … El verbo φαίνειν se asocia con la raíz indoeuropea *bha- (brillar) y la palabra φῶς (phos = luz) y de ahí fósforo, fotón, fotosíntesis, fototropismo, etc.
- La palabra espectro (imagen, fantasma, resultado de la difusión de rayos) proviene del latín spectrum (imagen), la cual proviene del verbo specere (observar, mirar). De specere también nos llegan las palabras especular y especulación.
- Una sombra (en griego σκιά1), en latín umbra), en literatura y poesía, puede entenderse en el sentido del espíritu o fantasma de una persona fallecida, que reside en el inframundo.
- ‘Spiritus’, además de ser la etimología de ‘espíritu’ tal como entendemos esta palabra hoy, también significa aire o ‘el aire de la respiración’ o aliento, invariablemente, como los vocablos griegos y hebreos que hemos visto. ‘Spiritus’ constituye la raíz de palabras de ambas acepciones como ‘espiritualidad’, ‘respirar’, ‘inspirar’ y ‘espirar’.
- Del latín appārēscere, derivado de appāreō, appārēre, a su vez compuesto de ad (“hacia”) y pāreō, pārēre (“hacerse visible”).
- La palabra monstruo viene del latín monstrum a través de una forma vulgar monstruum. Esta, a su vez, se deriva del verbo monere, que significa ‘advertir.
- El último trabajo de Argos para Hera fue guardar una ternera blanca de Zeus. Hera sabía que la ternera era en realidad Ío, una de las muchas ninfas con las que Zeus se estaba apareando para establecer el nuevo orden. Para liberarla, Zeus mandó a Hermes que matase a Argos. Hermes lo logró disfrazándose de pastor y haciendo que todos los ojos de Argos cayesen dormidos con el sonido de su flauta de cañas y con historias. Luego lo decapitó con una espada en forma de media luna o, según una versión alternativa, arrojándole una pedrada.
- Un testimonio muy singular se encuentra en la obra de Filóstrato (II-III d.C.), quien dedica extensos pasajes a hablar de la “vida post mortem” de Aquiles y por primera vez establece un nexo explícito entre las epifanías del héroe y su culto, tanto en la Tróade como en la isla de Leuce. En cuanto a la Tróade, en la Vida de Apolonio de Tiana Apolonio en persona pasa la noche en el túmulo de Aquiles (ἐπὶ τοῦ κολωνοῦ τοῦ Ἀχιλλέως27) e invoca su presencia (εἶδος); este se hace visible con la apariencia de un joven de cinco codos de alto, vestido con clámide tesalia, y entabla un diálogo con Apolonio. En la entrevista, Aquiles responde cinco preguntas de Apolonio sobre cuestiones relativas a la guerra de Troya, una de las cuales trata precisamente del sacrificio de Políxena, que aquí se reinterpreta en clave amorosa y se describe como un suicidio por amor.
- Un eidolon (plural eidola) (en griego «ειδωλον»; imagen, fantasma, aparición), según la mitología griega y la teosofía, es una copia astral de un difunto. Los antiguos griegos imaginaban el eidolon como un doble fantasmal de la forma humana.
- Gregorio desarrolló la doctrina del purgatorio en 593, a poco tiempo de asumir la cátedra de San Pedro. Hasta el siglo VII reinaba la creencia de que los difuntos estaban reducidos a una situación de sombras (refrigerium) y permanecían en un lugar de tránsito a la espera del juicio final y definitivo. Solo los mártires quedaban exentos de ese lugar de sombras al acceder directamente a la visión beatífica. En sus Diálogos, Gregorio presentó otra concepción: que después de la muerte, el difunto enfrentaría un primer juicio particular, no general, a partir de cual podría resultar temporalmente relegado al purgatorio para expiar sus faltas, es decir, como forma de purificación.
- CAPITULO XXIII. —- QUE LOS FANTASMAS DE LOS MAGOS, Y LOS PRODIGIOS QUE HACEN LOS DIOSES, SON ENCANTOS DEL DEMONIO. A más de esto los magos, con la potestad del demonio invocada y asistente, hacen que aparezcan fantasmas, que las almas de los difuntos respondan, que los niños hablen y adivinen; si con los círculos engañan con tal apariencia los ojos, que soñando representan prodigios; si hacen que hablen las cabras y que adivinen las mesas (234); si esto hace el demonio por negociación de un mago, ¿qué hará por su interés obrando con toda su voluntad y su fuerza? O si los demonios hacen los mismos prodigios que vuestros dioses, ¿dónde está la ventaja de la divinidad; que la potestad divina se ha de concebir superior á toda potencia?