Cuatro poemas de Daniel Medina
Cattelan
El juego de mesa
cambiaría para siempre:
seis jugadores por lado,
dos prodigios, cuatro tiempos
de quince minutos,
una copa mundial y otra
de naciones.
Todos serían tan felices.
Pero dejé la poesía
para empotrar caballos
en las paredes.
Especies endémicas
El caballo mongol
fue visto por última vez
el día de mi nacimiento.
Reapareció en su hábitat natural
cuando yo tenía doce años
pero en estado crítico:
los animales no soportarán
la temperatura extrema de Mongolia.
Crecí más todavía, y el número
de caballos se multiplicó.
Habría cientos a mis ochenta años,
miles después y el frío
dejará de ser problema.
Escena del crimen
Temo que el caballo venga por la noche y me muerda la mano.
Que junto a mí se duerma muchas horas, que su lengua azul
toque otra vez mi nuca y emita ese sonido espantoso.
Escucho cómo anda por la sala,
cómo respira, cómo su sangre de treintaiséis litros bombea
su cuerpo y mi tristeza. Soy un niño de ocho años cuya
[pesadilla
tiene cuatro patas, pelo abundante en la cabeza, ojos oscuros
como la luz del cuarto. Ya lo escucho.
Abre la puerta entonces y ay, el sonido de los cascos al
[chocarse.
Destino final
Mi caballo era el 108
de Volée Airlines, era
Terry cruzando la calle,
el billete ganador de Evan
y el desastre en la cocina.
Mi caballo era Tim Carpenter
aplastado por la grúa, era
el exceso de velocidad
que remueve la cabeza
en dos movimientos.
Mi caballo era la música radial
que despedían los coches, era
la cama de bronceado,
los rayos UV que
atravesaron los tejidos.
Mi caballo era Tony Todd
pero nunca tuvo
el protagonismo suficiente.