The Mad Queen: poder y locura en las relaciones femeninas de Game of Thrones
George R.R. Martin, David Benioff y D.B. Weiss no escriben para los débiles del corazón: basta con recordar a Ned Stark o la boda de su hijo Robb; el sacrificio de la hija de Stannis; la muerte de Hodor; el asesinato de la princesa Myrcella o el suicidio del rey Tommen. Durante ocho temporadas nos hicimos adictos a las vueltas de tuerca y el dolor casi físico que nos provocaba la destrucción de los personajes más nobles y amados de la serie. El domingo pasado fue el turno de Khaleesi: sin dos de sus dragones, sin Missandei y sin Jorah, vimos a su personaje “extinguirse” frente a nuestros ojos mientras asesinaba a cientos de inocentes en lo que únicamente podría describirse como un genocidio. Muchos de los fans, sobre todo quienes aún no están familiarizados con los libros o quienes olvidaron cómo Daenerys actúa en ellos, protestaron: ¿por qué haría algo tan despiadado? ¿De dónde surgen las razones para justificar aquella masacre? ¿Dónde quedó la Madre de Dragones que la hubiera evitado? Lamento informarles: nunca estuvo ahí.
Game of Thrones nos ha dado pistas suficientes para entender por qué la curva dramática de Daenerys Targaryen es, si bien impredecible para aquellos que no estaban prestando atención, una evolución justificable y satisfactoria. El quinto episodio de la última temporada selló de una manera (casi) brillante el destino de la legítima heredera a los Siete Reinos. Las pistas, insisto, siempre estuvieron ahí: yo no soy mi padre, dice horrorizada, cuando le advierten sobre la locura que marca su linaje. Además de la carnicería de fuego y sangre de la que ahora son responsables, Daenerys y su ejército desataron la furia de los más devotos y fieles a su causa –Tyrion y yo incluidos–, quienes creíamos que era la elegida para gobernar con la mejor de las intenciones. Ahora, cuatro años después, la vemos convertida en la nueva Reina Loca del juego.
Romper la rueda
El público se ha dividido entre aquellos que creen que la Daenerys Targaryen que todos venerábamos previo a Las campanas murió cuando Desembarco del Rey fue destruido, y entre quienes estamos convencidos de que este era, en realidad, su destino: el cierre perfecto para su personaje. Aunque redujéramos la discusión apenas a un desacuerdo entre dos miradas, a dos perspectivas por demás sensatas, bienvenidas, esto trae consigo –al mismo tiempo– una problemática que me es difícil ignorar: la idealización de Daenerys por parte de ciertos espectadores como un símbolo inequívoco de bondad, un ejemplo a seguir de lo que es “correcto” y justo. Una moralidad que, al parecer, tendría que ser inquebrantable y es, casi siempre, una pureza e inmanencia de carácter femenino.
Game of Thrones triunfó desde un principio por subvertir las convenciones del público en torno a personajes que, previo a la serie, se ideaban con pobreza notable. Ahora bien, mi inquietud en torno a Khaleesi como representación máxima de la virtud, surge por cómo se ha convertido en un ícono feminista de la serie y uno bien merecido, desde mi opinión particular. La producción tomó en cuenta un panorama pobre de tropos femeninos y se esforzó por vigorizar a mujeres cuya incidencia y complejidad en la pantalla fuera trascendente.
Si bien la palabra “feminista” es una que no me gusta usar a la ligera, pues prefiero muchas veces caminar alrededor de ella, de puntitas, e ir sumergiendo los pies poco a poco, sé que el agua a la que me adentro escribiendo sobre las dos reinas de Westeros será helada, sujeta a malinterpretaciones y juicios acerca de lo que es y no es feminismo en una época como ésta y en un programa de television como éste.
La trascendencia que hemos atribuido al personaje representado por Emilia Clarke es tanta, que en 2016 circularon fotomontajes con la cara de Hilary Clinton en la escena donde Dany entra al fuego con tres huevos de dragón y emerge entre las cenizas. Bajo circunstancias parecidas, durante los Óscares de este año, Emilia Clarke comparó a la Reina de los Ándalos con Ruth Bader Ginsburg, jueza de la Corte Suprema de Justicia en Estados Unidos, y ofreció prestarle sus dragones no después de admitir que, seguro, no los necesitaría para nada.
El feminismo vende cuando se infiltra cual Caballo de Troya entre los hombres con armadura derrochando testosterona en pos del trono. Jon Snow falla en ser el héroe. Son ellas las que salvan el mundo al final día, al menos ese siempre ha sido el mensaje para mí. Olenna Tyrell fue quien se deshizo de Joffrey; fue Arya Stark quien mató al Rey de la Noche; fue Gilly, y no Sam, quien encontró la primera pista para resolver el misterio de Jon, alias Aegon Targaryen; fue gracias a Sansa que vencieron a Ramsey Bolton en la Batalla de los Bastardos. Y, al mismo tiempo, ninguna de estas mujeres necesita ser reconocida como un símbolo: lo más anti-feminista sería exigirle a cualquiera que se comportara de cierta manera sólo porque eso es lo que se espera de ellas.
En este mismo sentido, de nuevo, hay quienes se quejan de que Daenerys sólo perdió la cabeza porque Jon ya no la ama. ¿Ahora resulta que la razón por la que no puede casarse es porque es demasiado fuerte, porque no podrían controlarla a través del matrimonio?1. Me cuento entre las primeras personas en retorcerse contra su asiento cuando los escritores casi tiran por la borda el arco dramático de Daenerys y Jon con base en comentarios tan desatinados y misóginos como los de Varys, cuando a lo largo de las temporadas la han convertido en viva representación de ruptura: Daenerys no está obligada a ser una “buena” persona. Es fuerte, lista, despiadada y caprichosa. Sus acciones son nobles, desde luego. Prueba de ello es su amistad con Missandei. El conflicto está en que se ha quedado sola, sin la familia que construyó, rodeada por un séquito en el cual ya no confía y cuyas traiciones corroen su cercanía y entendimiento del mundo.
La Rompedora de Cadenas es todo lo que no podemos ser en un mundo en el que la maternidad se ha vuelto una experiencia femenina ineludible, como dice Virginie Despentes. No busca casarse con nadie y no puede, ni le interesa, tener hijos. En todo caso, sus únicas crías son tres dragones. Y ahora que han matado a Rhaegal y Viseryon, su reacción y el miedo de los hombres a su alrededor, no debería ser una sorpresa para nosotros. Después de todo, ¿qué hay de malo en una mujer mil veces más fuerte que sus intereses románticos? Porque, al final, ese es el común denominador de las protagonistas de la serie.
En la segunda temporada, Khaleesi explota de enojo cuando no consigue sus barcos. No soy tu pequeña princesa, grita a la cámara. No soy una mujer ordinaria. Mis sueños se vuelven realidad. Y tomaré lo que es mío con sangre y fuego. Es una escena gloriosa, una lección para lidiar con el mansplaining de todos los hombres que sientan la necesidad de educarnos sobre nuestras propias decisiones de vida, en la que vemos su fiereza y, también, sus ataques de ira adolescente. Nos convencemos desde entonces de que nada la detendrá hasta conseguir lo que quiere.
Ahora bien, ¿no fue extraño cuando quemó a los Tarly solo porque no siguieron sus órdenes? Eso no fue tan escandaloso porque estos últimos no eran inocentes, sino sus legítimos enemigos, ¿verdad?
En los mismos términos la vemos quemar a los últimos khales durante la sexta temporada. Pregunto, ¿no se nos hizo algo innecesario en ese momento? ¿Una decisión retorcida e implacable? En retrospectiva, es fácil llegar al sí.
El discurso que da ante su nuevo ejército durante la sexta temporada no es para nada bondadoso: montada en su dragón, pide que asesinen a sus enemigos y destrocen sus casas. Vengó la muerte de Barristan Selmy quemando a alguien que todavía no era declarado culpable. Lloró cuando tuvo que encerrar a sus tres crías por comerse a un niño. Siempre hubo bondad, así como también hay amor y vulnerabilidad en Cersei Lannister o Brienne de Tarth.
Ningún personaje de Game of Thrones es solo héroe o villano.
Ningún personaje es realmente predecible.
¿Acaso no es esa la razón por la que amamos la serie?
Las mujeres de Westeros
¿Entonces por qué parece que se sacaron de la manga la locura de Daenerys? Hemos visto peores destinos dentro de esta telenovela medieval y fantasiosa, ¿será acaso que desarrollamos un sentido de justicia moral de la noche a la mañana, como por arte de magia? ¿En verdad perdimos el sueño pensando en las víctimas del Desembarco del Rey, en esa última imagen de una niña quemada con un caballo de juguete aún entre las manos? No olvidemos que este es un programa de televisión que corta testículos y apuñala embarazadas en el estómago para continuar su historia.
El final de las algunas mujeres de Westeros es problemático por el poco trabajo y la falta de tiempo para llegar ahí. Por lo poco que coincide con la naturaleza misma de sus personajes. Brienne de Tarth no necesitaba tener relaciones sexuales con Jaimie Lannister. Ese tiempo pudo haberse invertido en cualquier otra escena que aportara algo a la trama y no en una línea argumental que le resta valor a su nombramiento como caballero. Veo de dónde salió, claro: estaban borrachos y la tensión sexual no pasaba desapercibida. Esa jugada estuvo bien ejecutada para Arya porque establece diversas facetas del personaje que antes no habíamos visto. Arya toma el control de sus emociones haciendo de su cuerpo ya no solo una máquina para matar, sino una máquina atravesada con impulsos sexuales y la necesidad de cariño y contacto humano. Pero, ¿acaso era necesario que Brienne también perdiera su virginidad para hacer visible su vulnerabilidad? Lo dudo. Y de ahí viene este mal sabor de boca. Para ella, por ejemplo, son más que suficientes las lágrimas que corren por su rostro mientras brindan y gritan su nombre. A pesar de ser una mujer invencible y determinada, los deseos de los demás estaban primero que los suyos. Fue conmovedor verla sonreír cuando su más grande deseo por fin se hizo realidad: al diablo con la tradición fueron las palabras épicas de Tormund. Bravo por ese breve momento en el que los escritores no sucumbieron ante la norma de la mujer en peligro.
Pero en ese punto es donde sí que le fallaron a Cersei Lannister.
Si a El Perro le hicieron justicia con una muerte tan poética, ¿por qué vimos a Cersei morir tan desvalida y con tan poca dignidad? Si dejamos de lado el odio que quizá le teníamos acumulado, habría que admitir que es una de las mujeres más memorables en la cultura popular de la última década. No hay escena más badass que aquella de la segunda temporada donde Cersei amenaza a Meñique. El poder es poder, le dice una vez que este intenta intimidarla: no va a permitir que nadie la avergüence o la manipule por la vida sexual que lleva, así sea una relación incestuosa. La reina ordena entonces que le corten la garganta y luego dice cambiar de opinión: mueve a los guardias como títeres y no demuestra remordimiento alguno. Deja claro que el poder no saldrá de sus manos.
Lo que menos necesita la televisión, ni las mujeres de Game of Thrones ni ninguna mujer de nuestra sociedad, es la preservación del pensamiento patriarcal. Cersei era una mujer compleja y no un cúmulo de ideales inalcanzables. Lo injusto no fue que no tuviera la peor muerte de todas o que no nos dieran un último y bien merecido enfrentamiento entre ella y Daenerys. Lo injusto e inesperado de su muerte fue perpetuar la idea de que las mujeres existen y se definen gracias a los hombres: ella nunca había sido solamente “la esposa del rey” o la primer enemiga de Ned Stark. Tiene lo que pocas mujeres obtienen hoy en producciones televisivas tan grandes: es una madre que no se define solo por su capacidad para tener hijos. Esa es su mayor fortaleza y, como bien lo dice, su debilidad: no ames a nadie más que a tus hijos, le aconseja a Sansa. En ese sentido, no tiene otra opción.
Debí de haber nacido hombre, admite Cersei durante la Batalla de Aguasngras. Preferiría estar allá afuera, peleando. Yo debería vestir la armadura y tú el vestido, le grita a Robert Baratheon en la primera temporada. Él, en respuesta, la abofetea. Pero, en última instancia, tienen más poder las palabras de la reina que la violencia innecesaria e injustificada del hombre humillado. Es dueña de los Siete Reinos y no le pide permiso ni perdón a nadie para decir lo que piensa. Le admite a Sansa, en la misma conversación, que la mejor herramienta de la mujer está entre sus piernas. Pero esto no se maneja nunca como el cliché de la femme fatale, sino que sirve para hacer de Cersei un personaje crudamente honesto. Sabe que no tiene los privilegios de los hombres y de todas formas es dueña de su cuerpo, su sexualidad y su destino.
Por todo esto, su muerte en brazos de Jaime está fuera de lugar. Es un momento que ni han ganado a pulso ni está preparado con la debida cautela. Y eso es lastimero para Cersei. Por estos descuidos en el guión se arruina un personaje que, en las primeras temporadas, solía tener progresiones de eventos más paulatinas. Quisieron reunir a los dos hermanos una última vez por el puro efecto dramático. Es la clase de storytelling plástico y artificial que también generó polémica en la escena de Sansa Stark con El Perro. El arco dramático de Theon Greyjoy hace todo lo contrario. Truinfa de una manera muy sútil pero victoriosa cuando Bran le dice que no se disculpe: “todo lo que hiciste te llevo al lugar en el que estás, donde perteneces, tu hogar”.
Tanto Jessica Chastain como otros usuarios tomaron Twitter para vociferar sus opiniones: “La violación no es una herramienta con la que se hace más fuerte a un personaje”, escribió la actriz. Desde luego, nunca podemos ni debemos ver el lado bueno a una violación. Y no podemos porque no existe. No hay silver lining en el ultraje sufrido por Sansa. Tiene poco sentido la respuesta que da, lo rápido que desestima lo que fue por quién es ahora. Es innecesario victimizar a una mujer para transformar su naturaleza y convertirla en alguien sobresaliente. En este caso, la prevaleciente fortaleza de la nueva Dama de Invernalia es suya y de nadie más. No comparte méritos ni está en deuda con Joffrey ni Ramsey.
Con ese intercambio de líneas perdura la idea de que la mujer sólo puede tener un propósito mientras sea en función de hombres condescendientes y, en muchas ocasiones, menos hábiles y merecedores que nosotras. La escena da pena ajena: plantearlo así resulta deplorable y patético. Tan patético como Cersei muriendo en brazos de su interés romántico. Es completamente opuesto a la determinación que vemos durante su Caminata de la Expiación. Después de ser torturada para confesar sus crímenes de regicidio e incesto, Cersei miente –una de las mejores habilidades de su personaje – para poder regresar con su hijo y verificar que Jaime haya rescatado a Myrcella.
Lena Heady ha expresado abiertamente la decepción que le dio el final de la mujer que interpreta. Ha mencionado lo emocionante que fue filmar la escena de expiación precisamente por lo que significó tomar un personaje con tantos privilegios y romperlo un poco, admitiendo que nunca pudo ser realmente doblegada. Cersei demostrando verdadera fragilidad y desesperación fue satisfactorio no solo porque expandió sus facetas, sino porque fue un parteaguas para la Reina Madre. Es a partir de ese momento que desciende hacia la locura. Cuando pierde a la hija y el último hijo que le quedaban, pierde también lo que la sostenía del lado más sensato. A cargo de aconsejarla queda Qyburn, un científico loco. Este es un paralelismo importante con el viaje de Daenerys: quien aún después de perderlo todo, todavía tenía el apoyo de Varys y Tyrion –a estas alturas sabemos que sus consejos no fueron suficientes.
Así, el mal sabor de boca no viene de las madres y niños decapitados por los Dothraki ni de los soldados empalados una vez que ya se habían rendido. Dicha amargura y desazón yace en una mezcla de violencia, en muchas ocasiones sexual, dirigida hacia las mujeres y la prisa con que se van cerrando los arcos hasta el quinto episodio de la octava temporada.
¿Traición y destino o solo un mal guion?
Los actores nos lo advirtieron. Dijeron que necesitaríamos ir a terapia después del último episodio. Nos rompimos la cabeza teorizando incoherencias, esperando saber si Bran y el Rey de la Noche eran la misma persona, sólo para darnos cuenta de que la verdadera pesadilla sería no la muerte de un personaje, sino la muerte de mucho de lo que hacía de Game of Thrones una serie inigualable.
Considero obvio que los productores y escritores de la serie se quedaron sin dinero, sin tiempo y sin el material original para mantener el nivel de producción al que nos tenían acostumbrados. Acorralados entre hacerle justicia a cada una de las protagonistas que hemos analizado y terminar la serie con pirotecnia esplendorosa, escogieron la segunda: cayendo en lo comercial, en lo cliché. Si nos detenemos a ver más allá de lo obvio, los pequeños errores de la serie traicionaron su espíritu. Terminaron opacando el antiguo esfuerzo por afianzar mujeres protagonistas que incidieran en nuestras vidas, incluso en cómo entendemos su feminismo.
Como resultado tenemos ese feminismo hecho para el consumo de las masas, de propaganda políticamente correcta como el que nos vendió Avengers: Endgame. Lo tacharon de su lista de requisitos con una única toma de todas las heroínas reunidas en la pantalla y un gran soundtrack. Como si no nos hubiéramos dado cuenta de la poca profundidad que les dieron a Gamora o a Black Widow: quienes pocas veces pasaron de ser la novia de Star Lord o la mejor amiga de Hawkeye. Sus muertes se leen como un escalón más dentro de la lista de objetivos o arcos dramáticos de los compañeros hombres, en vez de ser la culminación de su propio camino. Ahora que estamos en la recta final del camino de Dany, ¿por qué nos recuerdan tanto los errores que ha cometido y de pronto actúan como si Jon no hubiera cometido ninguno?
Si mal no recuerdo, Jon Snow ahorcó a un niño y a los hombres que lo asesinaron. Tyrion Lannister asesinó a su padre a sangre fría y ahorcó a su amante sin remordimiento alguno. Y, aunque me gustaría culpar de nuevo a los guionistas, no puedo dejar de pensar en que quizá es sólo parte de una larga cadena de castigo y reprobación hacia las mujeres. ¿Acaso no merecen ser perdonadas, no son dignas del poder? Temo que esa sea la única conclusión que tendremos el siguiente domingo después de averiguar el destino final de la Madre de Dragones.
Nos hemos desilusionado por cuestiones de técnica pero no de ideología. Cuando Arya atraviesa Winterfell en cuestión de segundos, para deshacerse del Rey de la Noche, en una escena con la maniobra más hollywoodense –una que hasta Rey de Star Wars hizo en The Last Jedi, sin haber sido entrenada por Jaqen H’ghar– terminamos preguntándonos cuándo fue que esto se convirtió en una producción de Disney. Pero ese fue un pequeño hoyo en la trama que, así sea hasta risible, sigue siendo de los más disfrutables porque pocos son los momentos que se comparan con ver a Arya Stark y Melisandre invocando una profecía de temporadas pasadas y dándole un nuevo sentido, el verdadero, a la frase “¿qué le decimos al Dios de la Muerte?”.
Weiss y Benioff no han traicionado a Arya en ese sentido. Quizá por darle el protagonismo, lo único que están perdiendo es la razón por la que Jon Snow está vivo. Muchos esperaban que Melisandre lo hubiera revivido para acabar con el Rey de la Noche. Es por eso que lo que más me preocupa, y lo que me resultaría más deprimente, sería terminar a Daenerys como una ineludible villana. Que conviertan a Jon en su enemigo, y después en rey, es una decisión muy peligrosa, sobre todo para un programa que ha explorado la línea entre la locura y el poder femenino de maneras tan excepcionales.
Daenerys sigue siendo la persona a quien, a pesar de su quiebre emocional y su inesperada decisión al escuchar las campanas, debemos agradecerle por hacer lo que desde un inició nos prometió; por mantenerse fiel a una de las muchas facetas de su personaje: ser una conquistadora. Tyrion le dijo que no era la primera en soñar con detener la rueda. Sin embargo, Daenerys dijo que la rompería. Si, para asegurarse de que ningún niño naciera en un mundo esclavizado y dominado por tiranos, tuvo que ser ella una tirana en muchos momentos, tal vez nos hizo un favor. Rompió las cadenas. Devastó el legado de los Lannister con sangre y fuego. Probablemente también destruyó el Trono de Hierro y está dejando un mundo cubierto en cenizas para asegurarse de que nadie, ni siquiera ella misma, alcance a sentarse en uno de los radios más altos de aquella rueda2.
Es importante y válido que Khaleesi cumpliera con la enfermedad que corría por sus venas y quemara a todos. Pero convertirla en la nueva Reina Loca no es una justificación suficiente para que los escritores reivindiquen el arco dramático de hombres que no han hecho un esfuerzo equiparable al de Daenerys. El mismo Jon Snow lo ha dicho: yo no quiero el Trono de Hierro. Así que, ¿usar su locura para que otro hombre se quede con algo que merece, y quiere, menos que ella? De eso ya tenemos suficiente en la vida real. Sería un final injusto para una serie tan memorable. Las mujeres excelentes de Game of Thrones merecen más y nosotras, viendo desde casa, también.
- No perdamos de vista que el contexto de Game of Thrones es uno muy parecido al medieval pero, seamos honestos, el antiguo Rey del Norte se doblegaría ante una mosca. Lo único que le impedía hincarse ante la Reina era su orgullo y no su fuerza.
- “Lannister, Targaryen, Baratheon, Stark, Tyrell – they’re all just spokes on a wheel. This one’s on top, then that one’s on top, and on and on it spins, crushing those on the ground. I’m not going to stop the wheel. I’m going to break the wheel.” Daenerys Targaryen en el octavo episodio de la quinta temporada.