Tierra Adentro
Ilustración realizada por Laura Velazquez
Ilustración realizada por Laura Velazquez

Se dice que Hunter S. Thompson, en su legendaria novela Fear and Loathing in Las Vegas, optó por caracterizar a Oscar Zeta Acosta como un samoano para proteger su identidad legal, pero en realidad era un activista chicano. En la novela se narran los excesos del protagonista y de su abogado, drogas y alucinaciones, reportajes con sujetos distorsionados, sudor y pálidas, el estilo gonzo del periodista lo hacía apegarse a lo sucio, al despilfarro nihilista, a suficiente material para incriminar a un verdadero abogado, Zeta Acosta. En 1998 el libro se adaptó al cine, Benicio del Toro en el papel de supuesto samoano.

Esto y más lo escuchaba por primera vez de boca de mi amigo y ex compañero de cuarto, El Güero. Disparaba los datos a la velocidad con la que se acercaba a La Pera, esa curva míticamente peligrosa que lleva de la Ciudad de México a Cuernavaca. El Jetta 2009 color ceniza rebasaba a carros y camionetas de lujo, se regodeaba con los motociclistas extremos que, como rémoras del mar de concreto, abjuraban la vida en merced de la adrenalina.

Zeta Acosta, en su labor de abogado, se unió al Chicano Movement junto con figuras emblemáticas como el luchador social César Chávez. Defendió a los activistas políticos del “Brown Pride” y se ganó la enemistad del brazo judicial del gobierno de California. En 1974 viajó a México y ya no se supo más de él. Jamás se encontró su cuerpo o algo que indicara qué sucedió tras su desaparición.

Las ventanas del Jetta estaban hasta abajo, el aire de la curva de La Pera nos despeinó, jugueteó con la bolsa de Rancheritos y con el celofán de los más de cincuenta discos de vinilo que El Güero llevaba en los asientos traseros. Discos de Frank Zappa y The Mothers of Invention. Con un volantazo tomamos la salida a Tepoztlán. Como si fuera lo más normal, como si se tratara de poner la direccional, El Güero hurgó debajo de su asiento y sacó un libro grueso, Zappa: A Biography de Barry Miles, me lo mostró fugazmente y lo aventó por su ventana. Aquí se quedan los mediocres, los incompletos, los de las masas, dijo, pásame los Rancheritos. ¿Todavía quedan?

Fue un momento ideal para preguntarse por qué estaba ahí, como copiloto, en aquel Jetta cenizo, rumbo a Tepoztlán, con mi amigo y unos cincuenta discos vinilo de Zappa. No hice muchas preguntas, lo admito, quizá vencido por el amor romántico, por aquella idea de que esto era una especie de despedida de soltero para El Güero, a unos meses de su boda con Georgina, su novia de siempre.

Los discos de Zappa, en un inicio del viaje, los vinculé a su gusto, por todos conocido, a ese regalo que le hice del vinilo de Sheik Yerbouti. Lo encontré en una librería de viejo a precio risible, lo compré sin tener una tornamesa, ya con la idea de dárselo a mi amigo, aunque con la seguridad de que sería un repetido. Un aficionado de Zappa a fuerzas tiene uno de sus discos más famosos. Coincidió que justo El Güero le había prestado Sheik Yerbouti a un ahora examigo, éste se fue del país con todo y préstamo.

Al ver el libro de la biografía de Zappa volar por la ventana temí que quizá estaba atestiguando un ritual de desprendimiento, de rechazo al músico, seguirían los vinilos. El Güero vio mi rostro y respondió que no era necesario resguardar los discos, nada contra Zappa, sino contra Miles, el biógrafo, que dejó fuera del recuento de su vida algo esencial, la estadía del músico en Tepoztlán en 1974; así es, coincidió con Dr. Gonzo, con Zeta Acosta, fueron cuatitos.

Entramos al pueblo y subió las ventanas del Jetta, sólo entonces noté que estuvo sonando todo esta tiempo Ionisation de Edgar Varèse, percusiones desarticuladas, inquietantes, exasperantes, un desmadre de ruidajos, diría mi madre, como gatos en regadera.

Tepoztlán, las calles y sus turistas, las nieves y micheladas, el misticismo barato, conoce tu aura, limpia tu chi, agua de chía, baño a cinco pesos, chapulines y pulque, lleve el sombrero, gringos color camarón pelado, cortesía del sol, poetas expulsados de la capital, cortesía de los críticos literarios, ajedrecistas de tiempo completo, tortillas recién hechecitas, itacates de frijoles, de chicharrón, huevos con colorín, lectura de tarot neoevangélico, caminata de leyendas prehispánicas now in english, café quemado, llaveros mágicos El Tepozteco, pulseras con tu nombre y el de tu ex.

Nos alejamos del centro, del bullicio, por más callecitas empedradas, por otras enlodadas, luego por una recién pavimentada, hasta cruzar un riachuelo por donde corría agua espumosa y una bolsa congénere de los Rancheritos que El Güero, casi en su totalidad, se atascó él solo, hasta una esquina, como otras, con una casa igual que las otras, nada especial, una buganvilia anodina y una puerta de madera. Es aquí, ahí se hospedó Frank Zappa en 1974. Tuvo broncas con los vecinos por el estruendo que hacía desde temprano con su batería.

Ten toma, un brindis. Sacó una botella de jugo Jumex con la etiqueta arrancada. ¿Qué es? Tequila, del que vamos a dar en la boda, lo vende un haitiano de la cajuela de su carro, ahí por la chamba. Raspa rico la garganta, ¿No? Frank Zappa fue un músico autodidacta, tocaba decenas de instrumentos, siempre en busca de un más allá, de un más acá, de notas irrepetibles, de solos auténticos. Experimentación pura que produjo más de setenta discos como solista y como cabeza de The Mothers of Invention.

Los rockeros de los 60 y 70 parecen estrellas del pop más comercial al escucharlos junto a Zappa. Era irreverente en sus letras, con títulos como “Don’t Eat the Yellow Snow”, “I Have Been in You”, “Why Does it Hurt When I Pee?”, le parecía estúpido escribir canciones de desamor. Pero, sobre todo, era un compositor ambicioso. Su proyecto musical era una exploración inagotable. Al respecto dijo: “How big is the ‘data universe’ that people can take in and still perceive it as a musical composition? That’s the direction I’m going in.” Simplemente escucha “G-Spot Tornado” y vas a entender el alucín de Zappa. Alguien así debía ensayar una y otra vez, hasta desquiciar a sus vecinos.

Sin ninguna otra explicación, puso en reversa el Jetta y tomó una calle que nos llevó de vuelta al centro de Tepoztlán, a sus gringos color camarón, a sus itacates y micheladas, a sus nieves con infinidad obscena de sabores. Por el camino, intenté atisbar el ejemplar despreciado de la biografía de Zappa, pero El Güero le pisó, era imposible ver detalles en el escenario, los verdes y amarillos eran brochazos de pintor en coca. Tomamos rumbo a Cuernavaca.

Vamos a ver a un amigo, fue lo único que dijo. A cualquier pregunta sucedánea sólo contestaba con alguna arenga de que tuviera calma, no comas ansias, un huevo no se hierve al segundo, Roma tardó más de un día, el becerro no pone huevos, pensaste que era un hombre, pero era un muffin. Con ligero mareo, mejor le di por su lado.

Ya en Cuernavaca, en la colonia Delicias, cerca de la parroquia, nos detuvimos frente a una casa con fachada de piedra y portón rojizo, como de caballeriza. Emocionado, como un niño, bajó y con las llaves del carro dio de golpes contra el metal color ladrillo. No sé qué esperaba, pero me sorprendió que abrieran de inmediato, que una melena encanecida asintiera, para luego volver a cerrar.

El Güero regresó al carro y me dijo que debíamos esperar. Su amigo estaba terminando una sesión. Sin las precauciones habituales, de al menos fijarse si venía alguien, si había alguna patrulla, encendió y le entró a un pipazo. El olor a amoniaco llenó el carro. Me salí y ahí estuve esperando a que terminara algo que no sabía qué era, para ver a alguien que no sabían quién era, por motivos que desconocía, pensé en fumar también, pero yo no le hago a las sintéticas. 

A Frank Zappa le caían mal los Velvet Underground y la mayoría de los rockeros de su época que construyeron sus auras alrededor de las drogas. Para él esas sustancias eran un impedimento para lograr la verdadera y sincera exploración de la música. En muchos aspectos, Zappa era conservador, incluso al morir: mientras otros se ahogaron en vómito, se pasonearon, o cayeron en una avioneta, éste rockero se murió de cáncer de próstata. ¿Sabías que estuvo a nada de ser candidato a la presidencia?  

Se volvió a asomar la melena encanecida y eso bastó para que El Güero cachara que ya era hora. Sacó del asiento trasero la pila de vinilos de Zappa. Dejamos el carro afuera, el portón sólo se abría un poco, lo suficiente como para pasar rozando el metal rojizo. Ahí te encargo la de tétanos. No había casa en sí, sino una inmensa palapa en el centro de un jardín descuidado. Material de construcción en una esquina. Una tienda de acampar. Y bajo la palapa una cocineta, un comedor, un baño al aire libre y una hamaca. El señor que nos abrió se recostó en la hamaca. El Güero le pasó la pila de vinilos y tomó una silla plegable para sentarse. Yo permanecí parado.

¿Te acuerdas de Zeta Acosta? ¿Lo que te conté en la carretera? Te lo presento. El mismísimo Dr. Gonzo vestía un short caqui, unas chanclas Adidas y una camisa hawaiana rosada abotonada a medias. Además de ser leyenda, es un coleccionista y vendedor de discos. Pero dile, dile también que no le vendo a cualquiera. Hablaba con un acento extraño, entre chilango y gringo. Ah sí, sí, sólo vende a otros coleccionistas de verdad. Por eso los tuve que traer.

El presunto Zeta Acosta dejó la hamaca, fue a su cocineta, abrió una puerta de la alacena y sacó un vinilo. Se lo entregó a El Güero quien dio un brinquito infantil. En la portada estaba Zappa con un sol saliendo de su cabeza, por debajo una pirámide; en letras moradas: Tepoztlan’s Sun. Es el disco que hizo en Tepoztlán, el que encabronó a su vecino, ahí donde te mostré. Es inconseguible, bueno, casi. Gracias. Le pasó una bolsa de lino, Zeta Acosta la aventó a la cocineta, cayó en el lavabo. A ti, amigo. ¿Te podemos preguntar sobre Zappa? ¿Cómo era? ¿De qué hablaba? Sí, sí, claro, era un sol, un sol grande y delicioso. Pero bueno, voy a empezar otra sesión, perdón, hay que comer.

En el carro seguía el olor a amoniaco. Pinches apesta, ¿Cómo te gusta esa madre? Ya, ya no chilles, mira, con esto se quita. Sacó un porro. Para celebrar. Fumamos dos caladas cada uno y tomamos otros tragos de tequila haitiano. Camino de regreso con cincuenta y un discos de Frank Zappa, sonó a tope Safe as Milk de Captain Beefheart: “Well I was born in the desert came on up from New Orleans / Came up on a tornado sunlight in the sky / I went around all day with the moon sticking in my eye”. La carretera se encendió con el sol en fuga. A la semana recibí varias llamadas de un número desconocido, a la cuarta o quinta me rendí al spam y contesté, resultó ser Georgina, la novia de El Güero, con voz de vidrio.

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Fotografía cortesía de la autora
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