Tierra Adentro
Vaticano. Imagen recuperada de Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)
Vaticano. Imagen recuperada de Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)

1943: diez mil bombas sobre Roma.

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Enclave: territorio fagocitado. Paréntesis geográfico. Ciudad mitocondrial: Vaticano.

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Controversia: todavía no queda claro si el papa Pío XII fue un cómplice del exterminio judío o uno de sus salvadores, pero sabemos que el 5 de noviembre de 1943 él estaba en Ciudad del Vaticano cuando un avión no identificado bombardeó la Santa Sede. 

El papel de María Giuseppe Giovanni Pacelli, conocido como Pío XII, tras ocupar el trono de San Pedro, es objeto de especulaciones contradictorias que lo señalan, por un lado, de conocer lo que ocurría en los campos de concentración de Belzec, Auschwitz y Dachau, desde 1942, según una carta que lo informaba encontrada en los archivos vaticanos; y, por otro, de haber ordenado abrir iglesias, colegios, conventos y universidades romanas para ocultar a los judíos perseguidos. La decisión del papa Francisco de desempolvar en 2020 los archivos relacionados con Pío XII ha revelado poca información y no permite reconstruir el pensamiento del pontífice debido a que los diarios y cartas personales de los papas se destruyen una vez que estos mueren. Algunos afirman que con su silencio evitó la furia de los nazis y logró articular una operación humanitaria discreta y silenciosa. Otros apuestan por la oscuridad de un personaje que oscila entre la santidad y el mutismo asesino.

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En el contexto de una Roma asediada por los aliados, en medio de bombardeos masivos, dormía el Vaticano, con sus museos, su arte, su recién conformado cuerpo de bomberos y sus papas encriptados en mármol, con la seguridad de ser un Estado neutral, orgulloso de su diplomacia. Enclavado en una ciudad convulsa, pero protegida por la importancia estratégica y espiritual de la cristiandad. O eso se creía.

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A las 8:10 pm del 5 de noviembre de 1943, un avión arrojó cinco bombas sobre el Vaticano. Cuatro de ellas explotaron, dañando una parte importante de su patrimonio y dejando tras de sí un ambiente de confusión y un incendio que sería apaciguado en las próximas horas. La destrucción reveló su verdadero rostro a la mañana siguiente: una pequeña estación férrea y un depósito de agua; el Estudio del Mosaico, en el que se conservaban diez mil metros cuadrados de cerámica de la basílica; parte del edificio del Gobierno vaticano; la plazuela de San Marta y la basílica de San Pedro afectada por la onda expansiva. Más allá de eso, la moral de la Iglesia era la verdadera afectada. Un ataque simbólico a la cristiandad. 

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Las especulaciones sobre la autoría no se hicieron esperar y la indignación del mundo entero creció rápidamente, por tratarse de un Estado indefenso y desarmado. Hubo una triada de hipótesis: una venganza fascista contra Pío XII, un error norteamericano o un ataque nazi para obligar al papa a salir de la Santa Sede. 

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Tras ochenta años del bombardeo, sigue siendo un evento crucial para entender plenamente la Segunda Guerra Mundial que devastó Europa y que parecía no dar tregua, ni siquiera a un Estado cuya peligrosidad radicaba más en sus contactos y movilización de la fe que en su poder bélico. El dilema ético y moral de las estrategias militares y sus consecuencias siguen vigentes, a la espera de los archivos que ayuden a esclarecer los porqués de un proceder militar que comprometió un patrimonio artístico que trasciende a la propia fe católica, y que puso en relieve la importancia de la protección de bienes culturales en conflictos bélicos, la naturaleza de la guerra, la protección de la cultura y el papel de la religión en tiempos de conflicto, así como la responsabilidad de las potencias en la preservación del patrimonio humano, en un sentido amplio. Lo que sigue, claro, es netamente valorativo. ¿Hay patrimonios culturales más valiosos que otros? La respuesta, en sí misma, tiene una naturaleza beligerante, por no decir armamentística. 

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[… ]

Vencido nuestro ejército 

dejamos a las aves 

la carne 

y la piedad no llegó. 

Nunca lo hace. 

De las guerras el perdón está ausente.  

Un buque de libertad viene siempre cargado

de hijos explosivos

para poblar la tierra de pequeños destellos. 

En la fragmentación de los metales, 

la carcasa de hierro donde bombea el miedo,

recibimos el cielo de la beligerancia. 

Existe una palabra 

mucho más expansiva

que una bomba

pero si la pronuncio aquí 

se activará el sensor que nos detonaría.

Hoy sabemos que hay guerras 

que nunca se terminan 

ni con la remoción completa

de todos los rencores, 

que hay ciertos enemigos que odian replegarse, 

que el desarme no te asegura nada, 

que al amor con todo y su cascajo 

hay que desactivarlo.

Aunque todos guardemos armamento 

para guerras futuras, 

olvidamos rastrear 

su pequeño futuro esplandeciente. 

Dejar a la memoria y a sus cortos circuitos

el fusible de tantas toneladas

para que el miedo llegue de repente

y nos regrese 

a una guerra 

donde todos perdemos.