Mapa sonoro Instantáneas del rock mexicano
A veces no se ve nada en la superficie, pero por debajo de ella todo está ardiendo.
Y. B. Mangunwijaya
En Hear Me Talkin’ to Ya: The Story of Jazz As Told by the Men Who Made It, publicado en 1966, Nat Shapiro y Nat Hentoff hacen hablar a los protagonistas de los años dorados del jazz. Ahí, el director de orquesta Stan Kenton apunta: «Creo que tal vez hoy la raza humana esté pasando por cosas que nunca había experimentado, tipos de frustración nerviosa y desarrollo emocional truncado que la música tradicional es absolutamente incapaz no sólo de satisfacer, sino de expresar». No se trataría de la primera ni última revuelta artística juvenil, el rock and roll también traería lo suyo al momento de hacer frente a la insatisfacción individual y al poner en tela de juicio el estado imperante de las cosas. En México no tardamos en sumarnos al estallido de ese ritmo que anda en una 4×4, incluso se han hecho versiones románticas (algunas ingenuas) de los grandes éxitos de esos «años locos del rock and roll», que arrancaron al finalizar los cincuenta y se prolongaron poco más de un década.
Pero su estela no sería efímera, en el Tercer Encuentro Internacional de Escritores en Salvatierra, Guanajuato, José Agustín dio a conocer el texto «Jóvenes, literatura y contracultura», donde resume varios aspectos en los que el rock ha impactado a la sociedad mexicana, tomando en cuenta que produjo:
Una redefinición de aspectos básicos de la vida, una revolución cultural cuyo aspecto más visible era la rebelión juvenil en distintos campos políticos, pero que abarcaba la conciencia ecológica, la liberación sexual, un nuevo concepto de familia, la desmitificación de las instituciones; antisolemnidad, antiformalidad y una actitud contestataria ante el sistema, a través del lenguaje, atuendo, comportamiento, gustos y modos de interrelación.
Hoy vivimos con una sensación de vértigo permanente en la que la sociedad se mueve a una gran velocidad y con una multitud de fenómenos que ocurren simultáneamente. No se alcanza a distinguir el traslape entre generaciones. Pocos recuerdan que tras el festival de Avándaro, en 1971, se instrumentó una campaña oficial de persecución contra el género y sus seguidores que logró mandarlo a los hoyos funky y a la periferia de las ciudades. Sobrevivieron casi a salto de mata.
En los años ochenta, el rock nacional volvió a ganar impulso, visibilidad e importancia mediática, potenciada por la campaña «Rock en tu idioma». (El público joven es un segmento importante para la industria del espectáculo y la mercadotecnia, a la par que el rock es un vehículo identitario, proveedor de ética y estética para sus seguidores). Luego llegó la llamada Generación Zoé, o Rock and Lover, acostumbrada a convivir con mejor infraestructura, tecnología y alternativas de profesionalización. Algunos grupos incluso retomaron el uso del inglés en sus canciones e impulsaron otras variantes instrumentales. Sus figuras comienzan a entrar en la madurez y ya son considerados veteranos.
Actualmente se siente una acometida generacional en la que aflora un conocimiento puntual de las propuestas mundiales y el hecho vital de no estar concentrados en las capitales. Internet provee herramientas para que los artistas se promuevan desde un territorio virtual y tiendan puentes multinacionales.
Sin embargo, a finales del año pasado, Juan Villoro desató una polémica cuando dijo que el rock mexicano requería un nuevo relevo. De ahí nace este informe sobre la actualidad del rock en nuestro país. Para obtener instantáneas fidedignas fue necesario modelar un mapa sonoro en el que cada estado de la República estuviera representado por una agrupación o músico; además, a manera de posdata, integramos a la ciudad de Los Ángeles, California, y a Nueva York. Así se refleja la diversidad del talento emergente y las diferentes vertientes estilísticas a las que se recurre en todo el país y en la segunda ciudad del mundo con más mexicanos.
No todo es auditivo, también apostamos por la conversación. Propiciamos un encuentro entre periodistas y músicos de distintas generaciones, una carambola a cinco bandas en la que se abordan diferentes aspectos que complican el desarrollo a nivel grupal y colectivo de la escena. Vicente Jáuregui, Enrique Blanc, Alejandro Mancilla y Belafonte Ramírez disertan sobre un fenómeno polimorfo y cambiante.
Por su parte, Luis Arce habla de los problemas del rock mexicano; Alejandro González hace una pesquisa y se pregunta cómo se maneja un músico que apuesta por la independencia; y finalmente, Aarón Enríquez ofrece un panorama del rock indígena, cuyo sondeo combina tradición y modernidad al tiempo que exalta y aprovecha nuestra riqueza lingüística.
Este es un reporte amplio que muestra los vínculos del rock con otros géneros, como el hip-hop y la electrónica, a lo largo y ancho de la República. Las propuestas aquí presentadas son expresiones culturales jóvenes que hacen suyos, sin prejuicios, los mecanismos de los tiempos que corren. No hay que tener miedo a señalarlo: el rock nacional se proyecta al futuro con arrojo y atrevimiento.