Manifiesto contrasexual: veinte años de fiesta obscura
Paul Preciado conoce a la perfección los ángulos de su propia cara. Se nota en sus fotos: en aquellas en las que está posando, Preciado elige casi siempre mostrar tres cuartos de perfil, exhibir como quien no sabe lo que hace esa quijada soberbia que le afiló la testosterona. No pasa esto con otros filósofos, pero pienso en que el modo en que Preciado aparece en fotografías —su mirada desafiante, las rectas sensuales de su rostro y sus hombros, las camisas y los sacos que lleva, que parecen retocados al milímetro por el oficio cuidadoso de un sastre— delata mucho de su pensamiento. Preciado habita el mundo de forma paradójica: lo critica y lo disfruta, se mete en los recovecos del capitalismo farmacopornográfico (uno de sus conceptos clave) para salir de ellos más empapado que asqueado, cerrando los ojos para gozar y luego abriéndolos para contar lo que vio. Esa masculinidad elegante que se divierte mostrando —su viejo amor y vieja amiga, Virginie Despentes, se ríe en el prólogo de Un apartamento en Urano del disfrute de Preciado cuando las chicas lo admiran por la calle— es una performance con muchos dobleces: irónicos, provocativos, perturbadores. Esos mismos dobleces caracterizan su manera de pensar, y no debería ser una sorpresa: si algo aprendimos de Preciado en los veinte años que pasaron desde su llegada a la escena filosófica con la publicación del Manifiesto contrasexual es que para él producir el propio pensamiento y producir el propio cuerpo son dos experiencias indisociables. Más que eso: son el mismo ejercicio, la misma intervención.
Manifiesto contrasexual, el primer libro que Preciado publicó en el año 2000, condensa no solo los temas y las obsesiones que él desarrollaría en las siguientes décadas sino sobre todo sus procedimientos, en más de un sentido. Temas, obsesiones y procedimientos están íntimamente relacionados en la obra de Preciado: el horror que le tiene a todo lo fijo y lo estanco —a todo aquello que permitimos que cristalice sobre todo porque nos deja en una posición de comodidad con nosotros mismos y con la imagen que nos hemos armado del mundo— conduce a Preciado a intentar producir una filosofía en permanente movimiento, incluso en permanente crisis. Esta desconfianza la toma de sus dos mayores influencias: Michel Foucault, por una parte, y Jacques Derrida, por la otra; y de ellos, también, tomará herramientas para esa propuesta positiva tan paradójica que es la contrasexualidad.
La desconfianza de Preciado se dirige, en primer lugar, contra el binarismo, y así termina arremetiendo también contra el feminismo; hoy estamos acostumbradas a pensar a Judith Butler, Paul Preciado y Virginie Despentes como íconos feministas, pero hace treinta o veinte años era mucho más común que a estos tres nombres se les adjudicara el mote de “postfeminismo”, en contraposición con el feminismo de los ‘70 y los ‘80. Como señalan Antonella Corsani y Timothy S. Murphy en su artículo “Beyond the Myth of Woman: The Becoming-Transfeminist of (Post-)Marxism” (“Más allá del mito de la mujer: el devenir transfeminista del postmarxismo”),1 el prefijo post no refiere aquí a una superación o una cronología, sino al desplazamiento del sujeto mujer para abrir múltiples subjetividades feministas.
El postfeminismo y el transfeminismo (esta es la palabra que él usa) de Preciado hacen explotar no solamente el mito de la mujer sino incluso el mito del feminismo, para dar paso a los feminismos: no solo en el sentido de que hay muchos feminismos posibles, sino de que el pensamiento de Preciado se propone como una filosofía de la multiplicidad. Donde había un género, que haya miles; donde había una identidad, que haya miles, y ninguna, al menos no en el sentido de algo dado y estable a lo largo del tiempo que podemos llamar “yo misma”.
Esta explosión se vinculará necesariamente con la noción de interseccionalidad: no solamente no existe la mujer porque los géneros son múltiples, sino porque solo un fetichismo biológico o una abstracción nada ingenua puede llevarnos a pensar que la experiencia de, pongamos, una esclava negra y su señora blanca, merecen llevar el mismo nombre sin más. Contrariamente a lo que a veces parece en el debate público, la interseccionalidad está lejos de ser —al menos para Preciado— un generador de etiquetas, una forma acumular opresiones e identidades: por el contrario, la interseccionalidad es en la filosofía que Preciado empieza a delinear en el Manifiesto contrasexual deudora de un pensamiento profundamente desestabilizador, en el cual los conflictos se organizan y desorganizan de manera permanente en torno de formas de ser, estar y habitar el mundo que rara vez pueden congelarse en categorías fijas.
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“El nombre de contra-sexualidad proviene indirectamente de Foucault”, explica Preciado, “para quien la forma más eficaz de resistencia a la producción disciplinaria de la sexualidad en nuestras sociedades liberales no es la lucha contra la prohibición (como la propuesta por los movimientos de liberación sexual anti-represivos de los años setenta), sino la contra-productividad, es decir, la producción de formas de placer-saber alternativas a la sexualidad moderna”2. Lo que hace Preciado en este pasaje no es solamente rendirle un tributo a su gran maestro Foucault, sino también mostrar hasta qué punto se propone ser el continuador de su programa filosófico y político. En algún sentido, Foucault nunca hubiera escrito un manifiesto; sus desarrollos teóricos fueron siempre incisivos y potentes pero rara vez incluyeron llamados explícitos a la acción, claramente como una cuestión de principios; Foucault no daba instrucciones.
En el Manifiesto contrasexual, Preciado retoma el espíritu antimanifiesto foucaulteano y lo vuelve manifiesto, le da una vuelta más sobre sí mismo; y es eso lo que desarrolla en este pasaje. En la Historia de la sexualidad, Foucault había escrito contra lo que él llamaba la “hipótesis represiva”, según la cual los habitantes del siglo XX gozamos de creer que en la época victoriana el sexo fue “reprimido” y nosotros los iluminados venimos a “liberarlo”, hablando de él y sacándolo de la oscuridad. La sexualidad, para Foucault, no es una cosa dada, natural y ahistórica que la cultura viene a reprimir o exhibir: la sexualidad solo puede producirse en una configuración particular de lenguaje, verdad y poder, y por eso es como mínimo curioso pensar que es “hablando” (con lenguaje) que la “liberamos” (¿de dónde? ¿Dónde se oculta? ¿A qué clase de entidad?). Esta crítica, como recupera Preciado, se dirigía directamente contra los movimientos que de hecho se autodenominaban “de liberación sexual”.
Preciado, igual que Foucault, descree de la utilidad de la retórica de la “denuncia” de la prohibición o la represión: más que la denuncia, Foucault y Preciado reivindicaran la resistencia, eso que Preciado llama aquí la contraproductividad, y que podríamos llamar directamente “hacer otra cosa”, jugar otro juego. En el Manifiesto contrasexual, Preciado codifica esta resistencia: utiliza relatos de diversas performances (que incluyen actividades como una autopenetración anal o la masturbaación de un brazo), propone un modelo de contrato contrasexual y una serie de principios para la contrasexualidad. Eso que Foucault nunca quiso hacer, darnos detalles de cómo deberíamos intentar efectivamente subvertir la sexualidad burguesa sin entrar en la lógica iluminista de la hipótesis represiva, Preciado lo hace de forma tan concreta que ya parece (porque es) paródica. ¿Quieren saber qué hacer? Aquí está el manual de usuario.
Así, en el Manifiesto Contrasexual, Preciado ofrece, luego de listar los principios de la contrasexualidad, una plantilla modelo para celebrar un contrato contrasexual. Si miramos las reglas y el formato, es claro que para Preciado el contrato contrasexual funciona como una contrapráctica paródica tanto del matrimonio como de los contratos capitalistas en general. En relación con lo primero, Preciado deja claro que el contrato contrasexual tiene que ser necesariamente temporario; su duración no puede abarcar toda la vida de los participantes. En relación con lo segundo (pero también con lo primero), el contrato contrasexual requiere “la reversibilidad y los cambios de roles, de manera que el contrato contra-sexual nunca pueda desembocar en relaciones de poder asimétricas y naturalizadas”3. Si el contrato es esa herramienta por la cual la burguesía intenta darle cierta estabilidad e ilusión de seguridad a su vida, el contrato de Preciado es una especie de imposible: el contrato de lo transitorio, de lo incierto, de lo que puede cambiar en cualquier momento.
Preciado se toma muy en serio su apuesta por la contrasexualidad como una forma de vida que se construya al margen de la norma heterosexualidad monógama y cis, corroyendo los cimientos del heteropatriarcado y sus ideas sobre lo que constituyen lo normal, lo natural y lo saludable; sin embargo, es evidente que en su propuesta hay mucha ironía, un intento de dar vuelta sobre sí mismas las herramientas del amo (como el contrato) para volverlas tan ridículas como potentes. Es interesante comparar la propuesta filosófica del Manifiesto contrasexual con la de El contrato sexual (1988), libro clave de la feminista Carole Pateman. Allí, Pateman se dedica a desarmar y denunciar la falsa neutralidad y naturalidad de los contratos, comenzando desde un análisis del pensamiento contractualista clásico y llegando a temas como el matrimonio y la prostitución. La retórica de Pateman se encuentra en las antípodas de la de Preciado (de hecho, podríamos caracterizarla como una forma de esa “lucha contra la prohibición” que aparece en la crítica de Foucault retomada por Preciado), pero justamente por eso vale la pena pensar en el contraste: contra la mentira del contrato heterosexual, Pateman destruye el contracto. Preciado, en cambio, lo vuelve performance, fantasía y juego de roles; no es menor, para nada, ese aporte metodológico al debate feminista, sobre todo para pensar la relación que las subjetividades feministas nos planteamos en relación con nuestra vida en “el sistema”. Tampoco son menores las consecuencias de esta aproximación metodológica a la hora de las posiciones que se toman: si otras feministas se posicionaron contra el porno, la prostitución, la violencia consentida o la intervención quirúrgica del cuerpo, Preciado siempre insistió en hacer una búsqueda distinta. Nunca se pregunta “¿Cómo podemos acabar con esto?” en términos de destruirlo para siempre y conseguir la siempre falsa ilusión de un comienzo limpio y puro; sino más bien “¿Cómo podemos penetrar esta tecnología?” (sea la tecnología del contrato, la del sexo, la del cuerpo o cualquier otra), volverla contra sí misma y dejarnos penetrar por ella. O sea: “¿Cómo podemos acabar con esto?”, pero en el sentido en que en una película porno podría formularse esa pregunta.
Pero Preciado no vino solamente a revitalizar el feminismo: también fue una ráfaga de aire fresco para la tradición de la filosofía continental. Aunque su relación con la academia ha sido siempre tensa y cambiante —o quizás por eso mismo— es notable que Preciado se las ha arreglado a lo largo de su carrera para hacer funcionar a su favor ciertas convenciones de la filosofía académica, al tiempo que sencillamente desechó las que no le servían; en esta utilización selectiva, se las arregló para mezclar materiales diversos (autobiográficos, testimoniales, incluso panfletarios) con pasajes de alto vuelto teórico y conceptual que le permitieron hacer cosas profundamente novedosas con la filosofía, y probablemente mucho más beneficiosas para la historia del pensamiento que otras búsquedas más apegadas a las buenas prácticas y los buenos modales.
El ejemplo más claro, quizás, es su utilización de los conceptos de Jacques Derrida para pensar su concepto del dildo. Unas décadas antes, Derrida había argumentado que la escritura venía antes que la oralidad. No se trataba, por supuesto, de una afirmación cronológica o histórica, sino más bien de un desafío a la supuesta prioridad de la naturaleza sobre la cultura (o la técnica), y en general a la prioridad de aquello que se supone dado contra aquello que se supone producido. Preciado se apropia de esa formulación para afirmar que “el dildo antecede al pene. Es el origen del pene. La contra-sexualidad recurre a la noción de «suplemento» tal como ha sido formulada por Jacques Derrida (…); e identifica el dildo como el suplemento que produce aquello que supuestamente debe completar”4. Preciado utiliza el vocabulario conceptual derrideano para discutir con Lacan (a quien acusará repetidas veces a lo largo de su carrera de no haber terminado de divorciar al falo del pene) y también con ciertas ramas del lesbianismo para las que todo dildo es una imitación del pene. Junto con el dildo, además, Preciado reivindicará al ano como el gran igualador: todos podemos tener un dildo y todos tenemos un ano. La diferencia sexual aparece entonces como lo que es: una expresión de la subordinación del sexo a la reproducción, en otro dualismo (según el cual hay un sexo más sexo que otro, más natural que otro, más real que otro) que Preciado se propone romper con el martillo prestado por Derrida.
No se trata de que Preciado use a Derrida; el uso que hace de él revela cosas nuevas sobre esa noción de suplemento, sobre esa inversión de los binarismos de la que Derrida hizo su marca registrada; eso es básicamente lo que hacen las mejores relecturas de la historia de la filosofía.
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Veinte de años después de su publicación, es imposible subestimar el impacto que el Manifiesto contrasexual tuvo en los debates feministas y queer. Si las teorías feministas se sienten hoy como una especie de arena movediza en las que es imposible hacer pie, eso es en gran parte gracias a Preciado: y aunque la sensación sea de incomodidad, efectivamente se lo tenemos que agradecer. Preciado puso su cuerpo (y nos invita a poner el nuestro, porque sin él no hay contrasexualidad ni filosofía posible) al servicio de estas explosiones, de estas experiencias que convirtieron al feminismo en algo que va mucho más allá de esa figura mitológica de “la mujer”, esa que no nacemos siendo y que tampoco tenemos por qué llegar a ser. Desde esos escombros con los que estamos viendo qué hacemos, porque no se trata de construir un edificio nuevo sino de aprender a vivir a la intemperie, es que volvemos a las páginas del Manifiesto a seguirnos reconociendo y desconociendo.
- Corsani, Antonella y Murphy, Timothy S., “Beyond the Myth of Woman: The Becoming-Transfeminist of (Post-)Marxism”, Substance, Vol. 36, No. 1, Issue 112: Italian Post-Workerist Thought, pp. 106-138, 2007.
- Preciado, Paul, Manifiesto contra-sexual, Simancas, Madrid, 2002, p. 19.
- Ibid., p. 32.
- Ibid., p. 20.