Maíz, sin título
Un día de 1999 o 2000, mientras caminaba en las cercanías de Echo Park, área donde entonces vivían los mexicanos en Los Ángeles, me llamó la atención que, junto a las cloacas, había olotes tirados en las jardineras. Parte del paisaje urbano, como podrían serlo en algún parque del Distrito Federal o en cualquier pueblo de México. Nuestros compatriotas se habían llevado con ellos la costumbre de comer maíz con crema y chile en parques y festejos. Me pareció que esos olotes ensartados en un palo eran elocuentes marcadores de la presencia mexicana en esa área. Por mi interés en aquellos rastros de una cultura que no está codificada de un modo tan evidente en otro contexto, pensé que debía hacer una escultura con el tema. Le comenté esta idea a mi amigo Rubén Ortiz y decidimos hacer réplicas realistas de olotes mordidos. Esta cosecha sería un múltiple de edición ilimitada que se vendería por kilo, incluso logramos posicionar varios en la entonces naciente colección Jumex. Los olotes llegaron a ser parte de la controvertida muestra sobre la Ciudad de México en el P.S.1. (Nueva York, 2002) en donde se anunciaron como Elotes/Maíz transgénico.
Durante los últimos veinte años las compañías de biotecnología y el gobierno de Estados Unidos han considerado que la adopción de cultivos transgénicos es la mejor apuesta para el futuro de la alimentación mundial. El presidente que hoy tenemos en México también defiende su uso, incluso enfrentando las demandas que se han presentado para proteger la biodiversidad, la sustentabilidad y la soberanía alimentaria nacional. Una insistente campaña internacional en medios masivos acompaña la elección de estas tecnologías, como un artículo reciente en la revista National Geographic que incluyó el rechazo a los transgénicos en una lista de quienes tienen una «guerra contra la ciencia», equiparando esta toma de posición con la negación del cambio climático o el rechazo a las vacunas. El artículo menciona un consenso científico amplio sobre la seguridad de estos cultivos para los consumidores. La defensa de la causa de los transgénicos tiene de su lado a científicos célebres como Richard Dawkins, autor de El gen egoísta, y Neil deGrasse Tyson, el astrofísico conductor del remake de la serie Cosmos.
La historia es diferente en México, sobre todo porque la seguridad del consumidor no es la única razón para tener precaución con estas tecnologías. Hay una gran cantidad de científicos que secundan las preocupaciones del doctor Emilio Chapela, uno de los primeros en estudiar el tema. José Sarukhán, ex rector de la unam y especialista en ecología, además de otros muchos, han analizado a fondo la situación, concluyendo que en México la liberación de cultivos transgénicos sería catastrófica.
Queda claro, gracias al trabajo de grupos como la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad o la campaña Sin maíz no hay país, que el maíz transgénico vulnera las prácticas agrícolas sustentables de los grupos de pequeños agricultores en México, quienes todavía generan la mayoría de la producción del grano en el país. La teoría más aceptada es que fueron los agricultores antiguos en el territorio que ahora es México quienes criaron la planta del maíz a partir del pequeño teocintle, hace aproximadamente ocho mil años. La gran variedad de razas de maíz en el país es testimonio de esta herencia biocultural que estas técnicas de agricultura industrial ponen en grave riesgo. La insistencia en un monocultivo destruye los suelos y hace probable la contaminación de las plantas nativas con rasgos transgénicos. La siembra de maíz transgénico es una actividad que pone en riesgo la producción agrícola nacional y la seguridad alimentaria no sólo de México, sino del mundo entero.