¿Lugar sin límites?
Si la literatura política revela una verdad poética, qué bueno que haya literatura política. Si la literatura feminista arroja luz sobre la esencia de la condición humana, qué bueno que haya literatura feminista. Sí la literatura gay es un hallazgo contundente, qué bueno que exista la literatura gay.
La posmodernidad trajo la manía esquizofrénica de clasificarlo todo, catalogarlo todo; darle una imagen glamurosa a todo. Empeños y empeños de exhibir cada rasgo humano en un aparador brillante, ecléctico y abundante. Así; por un lado, la literatura para adultos. Por otro, la literatura infantil; después la literatura para jóvenes, adultos contemporáneos, mujeres amas de casa; para hombres que no entienden a las mujeres, para mujeres —que expliquen a los hombres qué es ser mujer—; literatura para primerizos, intermedios y avanzados. Textos que te definan como parte de una raza, estrato social y económico; nivel educativo y orientación sexual; a fin de cuentas, de un grupo de consumo. En este marco pareciera que cada una de estas categorías, entre las que se encuentra la literatura homosexual, es incapaz de concebirse a sí misma como parte de un todo; como poesía sin adjetivos.
La literatura homosexual (o gay) tiene diversos puntos de partida en la historia. Durante la década de 1920 se dio el primer destape público al explicitar orientaciones sexuales en el ámbito de las artes. Tema vedado durante siglos por muchas sociedades, cuya incipiente apertura proviene de una revolución industrial y de una primera gran guerra que cambiarían el orden mundial y —más importante aun— el orden social e ideológico del naciente siglo XX. En Europa, a consecuencia de haber padecido una guerra que para muchos fue insostenible y completamente absurda, cierto sector de la sociedad se sumerge en la explotación de la necesidad de vivirlo todo ahora: después no habrá tiempo y morirás. De este modo, se redescubren géneros y se someten a la reinvención. La poesía erótica, que no solamente es propia del siglo XX renace después de cien años de vivir en el clóset con llave, sometida por sociedades puritanas. Todo resurge; sus formas, aún ausentes, no lograrán encajonar el “género literario” nombrado como literatura homosexual: combinación entre literatura erótica y amorosa.
Pero más allá de su configuración histórica, al ojear los ficheros de la escritura gay y sus apreciaciones sociales y culturales, hoy salta la pregunta de si la literatura es más valiente y rescatable por el simple hecho de ser homosexual, o si por ser heterosexual esta es más exquisita y contundente. ¿Qué de lo externo al hecho literario lo configura internamente como parte de una de estas “nuevas” y cada vez más promiscuas categorías?
Revisé el poemario Gay(o), de Manuel Tzoc (Guatemala, 1982). Debo confesar que reí y me sentí incómoda, no por lo explícito del lenguaje y las anécdotas, o por lo pornográfico de algunos textos. Parece que la crítica se ha empeñado en encasillar la “creación gay” como “creación de contenido inseparablemente sexual y explícito”, como si el sexo fuera algo necesariamente novedoso en este mundo y preferencia. Por tanto, está cargada de una rotunda liberación y valentía. Aparentemente se ha dado prevalencia al tema y se ha dejado de lado la destreza de los autores para construir un discurso contundente, revelador y articulado. Si cambias las coordenadas de sus anécdotas poéticas por términos heterosexuales, todo resulta ridículo e impostado. ¿Por qué entonces si se construye bajo parámetros gay o lésbicos debería resultar sorpresivo o innovador? ¿Querrá decir que sólo se ha convertido en un espacio alimentador del morbo en lugar de ser un espacio que produzca identidad?
Es evidente que la literatura gay se caracteriza por sus rasgos autoparódicos, carnavalescos. Por su carácter marginal elude el miedo a lo grotesco. Bajo esta mirada, en una primera lectura las cualidades poéticas de esta literatura autoetiquetada podrían hacerla parecer burda o descuidada; sin embargo, una segunda hojeada que tenga en cuenta la intencionalidad de aquellas características revelaría quizás una vocación estética a priori configurada a partir de la lógica de un carnaval que juega a emanciparse en lo ridículo y enaltecer en el margen lo que en el centro es menospreciado. Entre una y otra posición cabe preguntarse cuáles son los límites de esta literatura mediando desde la posibilidad de una transgresión definitiva hasta el no trascender como parte de un universo literario total por su carácter puramente reivindicativo y circunstancial.
Manuel Tzoc
Ver un partido de fútbol (en vivo) por ver piernas es divino estar en los lockers de un gimnasio y calcular el tamaño de los sexos también es divino entrar a los vestidores de un balneario y ver chicos buenotes dándose una ducha es súper divino tocarse los penes en lugares fantasiosos butacas de cine-elevadores-terrazas-jardines-baños-discotecas por debajo de la mesa en una cafetería china es súper-hiper-ultra-mega-archi-recontra DIVINO
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Gay viejo triste y solo visita lugares ya sabidos para conectar paga por sexo y un poco de ternura después de coger le deviene un silencio vaciado por toda la ciudad los jóvenes le desprecian sus propuestas PEDERASTAS ¿quién pagará todo el amor que no pudiste dar? ¿qué cabeza rodará por todas las noches desoladas? ¿qué dios caerá por tanta ternura no correspondida? gay viejo triste y solo esperas ansioso a ese chico joven y hermoso que nunca vendrá
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Hay que poner en duda todo la heterosexualidad la homosexualidad la bisexualidad la lesbianidad la transexualidad la sexualidad humana