Los poderes de la literatura
Titulo: 222 patitos y otros cuentos.
Autor: Federico Falco
Editorial: Eterna Cadencia
Lugar y Año: Buenos Aires, 2004
Hay una voluntad que atraviesa los cuentos de 222 patitos (2004), de Federico Falco (General Cabrera, Córdoba, 1977). Se trata de una voluntad por la anécdota, por hacer con cada uno de los relatos una historia mínima que tenga reminiscencias a la oralidad. A lo pintoresco, a lo inconcluso, a la puesta en escena de una anécdota. Porque, en efecto, los cuentos que componen 222 patitos no nos presentan una totalidad orgánica que cierra sin dejar cabos sueltos. Responden, más bien, al placer de narrar un episodio, al mero fluir de recortar una experiencia vital y contarla.
Ni siquiera encontramos en todos ellos un estilo único ni una prosa unificada. Como es de esperarse en una antología que pasó por varias ediciones y reescrituras, la calidad de los cuentos es variopinta. Algunos los hay olvidables. Pero hay otros, me atrevo a decir, que son verdaderas joyitas narrativas. Textos que calan hondo en la sensibilidad de quienes nos interesamos por la literatura. En ellos, ciertas obsesiones, preguntas y actitudes de sus personajes deslizan los límites del verosímil realista hacia escenas un poco mórbidas, extrañas, cuasi fantásticas.
El cuento que abre la serie, «El pelo de la virgen», nos muestra el despertar sexual de un adolescente enamorado de una compañerita de escuela cuya característica distintiva es un largo, larguísimo pelo rubio. Hasta aquí, todo normal. Pero un día, Silvina aparece pelada. Se corre el rumor de que le ofrendó su preciada cabellera a la Virgen para que su hermanito enfermo se recuperara. Como una espina que se le clava en la mente, el protagonista del relato no para de pensar que el deseado cabello de su amor está ahí, en alguna iglesia, disponible, esperándolo. Entonces, se embarca en una suerte de peregrinación fetichista en busca de aquel adorado pelo rubio. Aquí, como si el adolescente hubiera intuido la esencia del éxtasis religioso, la curiosidad sexual se entremezcla con imágenes piadosas del rostro de la Virgen: «La cara de la Virgen se dibujó en mi memoria, y con una mano repetí el gesto lento de levantarle el vestido. Entonces el pelo terminó de rodearme y me dormí así, humedecido y perfecto».
Otro cuento maravilloso de esta antología es «Ada». El relato trabaja con la oposición entre el pueblo pequeño, árido y monótono, y la gran ciudad —en este caso Buenos Aires—. Aquella obsesión por el pueblo como locus narrativo, tan presente en la literatura argentina del siglo XX, reaparece en el cuento con algunos tintes puigueanos. La historia: una chica de ciudad, más exactamente del barrio de Almagro y un poco sobreprotegida por sus padres, pasa los días de su niñez leyendo con ahínco. Las novelas le enseñan que no importa lo mala que se ponga la vida, siempre aparecerá una figura redentora para rescatarla. Pasa el tiempo, llega la adolescencia y un verano en Mar del Plata conoce a Elvio, un muchacho con mucha iniciativa cuyo sueño es ser intendente de Cabrera. «Lo conocí también porque estaba leyendo», nos dice la protagonista. Las cartas comienzan a circular. En ellas, Elvio le describe todos los detalles de su pueblo: los personajes que lo habitan, los chismes que circulan, sus pequeños dramas cotidianos. Ella se enamora del recuerdo de Elvio y de su narración sin poder distinguir bien uno de otro. Se casan, se van a vivir al pueblo. Sucede lo esperable: «Cabrera era como él me lo había contado, pero no como yo lo había leído». Y este giro tan casual, tan de paso en el cuento, obliga al lector a bajar la vista, interrumpir la lectura y pensar, alarmado, en lo poderoso de la ficción. La manera impetuosa y voraz en que la literatura puede moldear emociones y fantasías. En una suerte de complejo de Madame Bovary, la protagonista confunde lo real con la ficción e intentará, durante el resto de su vida adulta, atenuar la magnitud de ese error.
El relato que cierra la antología, «Cuento de navidad», es simplemente conmovedor. En él aparece (de manera más acabada) aquella voluntad por la anécdota que mencioné al comienzo. El argumento es simple: una familia que se junta, como todos los años, en la casa de la abuela para el repetido festejo navideño. Hace calor, se asa un cordero. Un tío toma la posta del asador, los sobrinos lo ayudan. El nono que, hasta que murió, controlaba la cocción sentado en un banco de piedra, debajo de una acacia. La nona que, ya enferma, no recuerda quiénes son sus nietos. Idas y vueltas temporales por la historia de la familia. Flashbacks en los que nos enteramos que el abuelo sufrió una experiencia horrorosa en su infancia, que ellos se casaron jóvenes y tuvieron su luna de miel en las sierras cordobesas. El argumento es simple, sí, pero en los detalles que tejen la trama del cuento radica su capacidad de emocionar. Imposible no ver en aquella celebración, en aquél ritual de asar carne en una navidad calurosa, en aquellos abuelos que ya no son lo que fueron, un reflejo de la propia historia familiar y sentir la nostalgia por el paso del tiempo que arrasa con los seres que amamos.
El autor ha dicho, en alguna entrevista: «Una de las cosas que busqué para este libro, y para lo que escribo en general, es que todo el tiempo el lector recuerde que le están contando algo». En efecto, 222 patitos explora el potencial narrativo de la anécdota y nos recuerda que la literatura está ahí, entre otras cosas, para rescatarnos del olvido.