Los maestros: Huberto Batis
Iconoclasta, mordaz, irreverente, impulsivo, genialmente indiscreto, así se plantaba Huberto Batis frente al salón de clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a disparar a mansalva en todos los frentes. Batis siempre tenía algo que contar del mundillo literario, de todos sabía al menos una anécdota, de todos tenía alguna indiscreción, del único al que siempre se refería en buenos términos era de su entrañable amigo Juan García Ponce. Eso sucedía hace casi 15 años y ya para entonces Batis bromeaba con una enfermedad en la sangre que, según dijo desde la primera clase, le habían contagiado los perros de su esposa, de manera que un día iba a llorar sangre como una virgen y entonces sus alumnos tendrían que apresurarse a ponerle un altar, encenderle velas y pedirle milagros.
Tal ingenio deslumbró al tímido estudiante que era yo en aquel entonces y, desde luego, me sedujo. Una de las tantas discusiones que tuve con Carlos Monsiváis, mientras trabajé con él, fue cuando le dije que me había metido a las clases de Batis en la Facultad, entonces, llegaba a contarle lo divertidas que eran, lo que contaba de tal o cual escritor y de las mentadas que nos lanzaba a sus alumnos. “¿Vas a clases o al chisme de lavadero?”, me asestó Carlos una vez. “Con Batis se pueden hacer muy bien las dos cosas”, le respondí con mi insolencia juvenil y él, como solía hacer, masculló quién sabe qué. En verdad las clases de Batis eran una bacanal de ingenio, un ejercicio que te forzaba estar al tanto, a parar las antenas y tener agilidad mental pues podía preguntarte cualquier cosa o asestarte cualquier insulto que no pocos contestaban, con lo cual el salón se volvía un campo de tiro.
Por esos años Batis ya no dirigía el suplemento cultural Sábado de Unomásuno (creo que lo coordinaba Noé Cárdenas). Sin embargo, Batis lo dirigió desde 1984, cuando todos los que habían creado el Unomásuno se fueron a fundar La Jornada, hasta el año 2000, cuando lo dejó en manos de Mauricio Montiel Figueiras. Durante esos años, el periódico vendía más durante el día que se publicaba el suplemento, en parte por sus textos polémicos, sus pleitos entre colaboradores en el “Desolladero” y, sobre todo, por su “Diván”, en donde aparecían retratadas mujerones en poca ropa. Sábado era un heredero directo de los suplementos culturales que empezó a publicar Fernando Benítez, en los años cincuenta, primero México en la cultura en Novedades y luego La cultura en México en la revista Siempre! (¿Ahora qué suplemento cultural está a la altura? Sólo uno, me parece: Confabulario). Así lo detalla Batis en las columnas que publicó en el desaparecido suplemento cultural Frontal y que luego reunió en Memorias del sábado perdido (Ariadna, 2006).
Años después volví a un salón de clases con Batis, a su Taller de Revista donde la metodología era prácticamente la misma, aunque ahora se incluía su arsenal de revistas y periódicos que llevaba y sacaba del portafolio. Por ejemplo, en una sesión nos habló largamente de S.nob, la revista que hicieron Salvador Elizondo y Juan García Ponce, de la que sólo sacaron unos siete números en 1962 (existe una versión facsimilar publicada por Aldus en 2004). En su Taller de Revista entendí lo que Batis había hecho realmente en Sábado. Para empezar, habían pasado todos, absolutamente todos los escritores que reconocemos hoy en día, en sus páginas habían hecho sus “pininos”, Batis les había abierto las páginas de su suplemento, como el ágora más democrática: Luis Zapata y José Joaquín Blanco publicaron por entregas su divertidísima obra de teatro La generosidad de los extraños; Naief Yehya había tenido durante años una columna —¡Ave María purísima!— sobre pornografía; Enrique Serna y Rocío Barrionuevo sus respectivas columnas; Guillermo Fadanelli y Xavier Velasco sus crónicas nocturnas en los antros y tugurios de la ciudad, Gustavo García y Leonardo García Tsao sus críticas cinematográficas. Además, las geniales ilustraciones de Eko de la Garza y las infaltables chicas del “Diván”. Todos ellos al lado de Gurrola, Elizondo, Alcaraz, García Ponce y el propio Batis. Muchos de sus alumnos de la Facultad vieron publicados sus textos por primera vez gracias a que Batis les abrió las páginas del Sábado. Es así como Batis se convirtió en el maestro de todos nosotros.
El próximo 29 de diciembre Huberto Batis cumplirá 80 años bien vividos, y desde ya lo felicito en esta modesta columna. ¡Salud, maestro!