Los maestros: Fernando Vallejo
Hace veinte años se publicó La virgen de los sicarios (1994), tal vez la novela más conocida de Fernando Vallejo (Medellín, Colombia, 24 de octubre de 1942). La novela apareció al final de la lucrativa vida del narcotraficante colombiano más famoso, Pablo Escobar, pero se ambienta poco antes, en los momentos de su mayor plenitud. Es por esa circunstancia, que ciertamente la detona, que muchos lectores y críticos han insertado esa novela de Vallejo dentro de la “narcoliteratura”. Y aunque no tengo ningún problema con las llamadas etiquetas literarias, creo que Vallejo lleva el tema a otro terreno: el narco sólo aparece como telón de fondo pues en realidad trata sobre la relación de un hombre mayor, llamado Fernando Vallejo, que cuando regresa a Medellín se enamora de Alexis, el ángel exterminador que acabará con todos los seres de ese infierno.
Vallejo es autor de varias novelas, ensayos, biografías y hasta de un manual, Logoi. Una gramática del lenguaje literario (FCE, 1983). Sin embargo, creo que su obra se sostiene sobre todo en cinco extraordinarios libros (lo cual no es poca cosa pues ya quisiera algún escritor tener al menos tres buenos libros): además de La virgen de los sicarios, claro está, otra novela suya en verdad espléndida es El desbarrancadero (Alfaguara, 2001), y me parece que también son fundamentales sus biografías: sobre el poeta Porfirio Barba Jacob, El mensajero (la primera versión fue publicada en 1984 después la revisó y la segunda versión apareció en 1991 que fue reeditada por Alfaguara en 2004); sobre el poeta José Asunción Silva, Almas en pena, chapolas negras (1995) y recientemente la del gramático Rufino José Cuervo, El cuervo blanco (Alfaguara, 2012).
En toda su obra, pero en particular en esos libros que he mencionado, Vallejo ha puesto todo su energía, es por eso que quienes hemos tenido el privilegio de tratarlo no podemos sino dejarnos seducir por la persona encantadora que es y entonces uno se convence de que por su amor a los animales no es capaz de matar una mosca, literalmente. Una tarde que lo visitamos en su departamento de la colonia Condesa, Gaby Torres, una de las mejores narradoras de mi generación, le empezó a llamar “Don Fer”. Tal vez ella no lo decía conscientemente pero en cambio yo empecé a desmenuzar esa especie de oxímoron: el “don” marca la distancia respetuosa en tanto el “Fer” crea la intimidad y la ferviente admiración que le profesamos.
No pocas veces, me he encontrado con varias personas que han querido ver en el personaje (dado que desconocen a la persona) a un misógino, clasista o infanticida, ¡como si Vallejo discriminara selectivamente! Sobra decir que en su obra el ser humano queda aniquilado, sea del género, raza o país que sea. Al menos a mí me queda claro que es un misántropo, con lo cual se ubica en esa lúcida estirpe a la que pertenecen Luis Cernuda, E.M. Cioran, Giovanni Papini, Thomas Bernhard y los Nobel J.M. Coetzee y Elfriede Jelinek.
En sus libros, Vallejo inserta con regularidad correcciones a nuestro idioma, se opone a los extranjerismos y cree que nuestro idioma está empobrecido pues está convencido de que el caudal del castellano es suficiente para decir lo que queremos. Así, en particular me debato entre las fuerzas opuestas del purista Vallejo y el flexible Alatorre, quien creía que la lengua se enriquece. A ellos dos les debo también mi propia pasión por la lengua castellana. Lo cierto es que gracias a su prosa y a su manejo del lenguaje, el castellano vuelve a resplandecer como no lo hacía desde hace mucho tiempo. Es por eso que no tengo miedo en afirmar que Fernando Vallejo es el mejor escritor de la lengua española actual.
[Dentro esta serie de notas sobre “Los maestros” también podemos encontrar la de Guillermo Fernández y Miguel Capistrán].